LA VIDA ES UN TELEGRAMA

Ya te he dicho, bendita mujer, que un día me vas a perder con esa manía tuya de comadrearlo todo con las mujeres del barrio. No respetas nada, y sin ser bruta, cuando abres la boca no sabes ponerle punto final a lo que cuentas. Y no me interesaría, de no ser porque en los últimos tiempos te ha dado también por hablar de mi trabajo, por contarle en las esquinas al mujerío ocioso y murmurador, las cosas de las que me entero cuando estoy en la Oficina y repaso los textos de telegramas y telefonemas del Gobierno antes de darles curso para que lleguen lo antes posible a sus destinatarios.

La culpa es mía. Eso no puedo negarlo. Porque nada contarías, si antes de algo no te hubieses enterado. Y ese algo, invariablemente, ha salido primero de mi boca, como para perderme yo mismo, a sabiendas de que no hay discreción en ti, y de que contar todo lo que te cuento en la privacidad de nuestro cuarto, casi de boca a oreja, es como la expurgación pública de tu falta, tu reivindicación ante el mundo por haberte casado con un hombre mucho mayor que tú, y para colmo, cojo. Es como si contando mis intimidades, y peor aún, las de mi trabajo, le estuvieses demostrando al mundo que no me respetas ni una gota, y que si te uniste a mí, a pesar de tus quince años de entonces, esa cara bonita y ese cuerpazo, se debió a la necesidad, pero nunca al amor. Porque donde no hay discreción, ni se cuida la privacidad de una pareja, habrá de todo, menos amor. Y peor aún: he llegado a pensar que hablas de más no sólo para marcar distancia entre ambos, sino para llamar a la desgracia a nuestra casa y que cuando algo me suceda, fruto de tus habladurías, ello te libre definitivamente de mí.

No soy tonto, y lo sabes. Tampoco lo eres tú, aunque te empeñes en parecerlo. Sé que esos disfraces de niña irresponsable esconden debajo una mujer que despertó muy rápido a la vida y que ha asumido, solo por un tiempo y como un mal menor, este papel de esposa abnegada de un viejo cojo, que la mantiene. Porque si bien me cumples en la casa y en la cama, y no tengo quejas de ello, también lo es que lo haces con una inocultable resignación y cierto brillo felino en la mirada, como del que acumula agravios para hacérmela, y bien hecha, cuando llegue el momento.

Lo más preocupante es que todo lo que te cuento, en la penumbra de nuestro cuarto, en esas siestas gloriosas donde me desfogo contigo tras hacerle honores a los almuerzos que preparas con manos de diosa, siempre termina por completar su ciclo y me retorna desfigurado, agrandado, casi incomprensible, tras pasar de boca a boca, recorrer los cuartuchos del barrio, y terminar en la charla de borrachos del colmado de Perozo. Y es allí, entre humo de mal tabaco, gritos de maleducados y botellas de cerveza, donde pesco, lavo y reconstruyo la cara de lo que cuentan a grito pelado, y que en un inicio, deslicé en tus oídos quedamente, como una ofrenda a quien me alimenta tan bien y me da tanto gusto cuando paso mis manos por la piel más suave, y más caliente, del universo. Debo confesar que disfruto un poco esta labor de detective o reconstructor, de armador de los rumores, de identificador de las piezas de lo mal montado, porque soy el único, y eso nadie puede sospecharlo, que sabe cómo van realmente ensambladas las piezas de lo que se cuenta. Y a veces me espanto, y temo que alguien llegue a mí, siguiendo la pista de las indiscreciones. Y cuando me remuerde la conciencia, y despierta mi instinto de conservación; cuando, en mi furor, estoy a punto de darte una buena bofetada para que aprendas a callar, y a cuidar a tu marido, me sorprendo prendido a tus pechos y tus nalgas, y me desmorono pensando que sea lo que Dios quiera...

Soy débil contigo, es verdad, y te aprovechas de ello. Sé que un día tu lengua me perderá, pero no puedo perderme tu lengua. Por eso, mi niña, te sigo rogando que pares con en esa manía, y tiemblo, no puedo hacer otra cosa que temblar...

Ayer mismo, para no ir más lejos, un carpintero embrutecido por el trago gritó en el colmado, a toda voz, que en este año de 1930 los haitianos habían vuelto a invadirnos y que para confundirnos se vestían con los uniformes de nuestros soldados. En seguida comprendí que lo que el imbécil decía era la versión pasada por alcohol de lo informado por el Comisario de Macorís al Coronel Vázquez, en un telegrama donde comunicaba haber arrestado al haitiano Carlos Dietz "sorprendido usando un saco de gala del Ejército". Luego un albañil en ruinas, estragado por las malas noches y el hambre, proclamó que se estaba asesinado en Macorís a todos los funcionarios públicos virgilistas, en una especie de degollina patriótica ordenada desde la capital. En realidad, y lo sabes bien, porque te lo conté, y a su vez, lo contaste, de lo que se trataba era de que el 19 de marzo por mis manos había pasado el telegrama del Comisario Cepeda dirigido al Brigadier Trujillo con el siguiente texto: " Anoche Ayuntamiento, por iniciativa del Regidor Lamela Noche, fueron destituidos todos empleados virgilistas. Pueblo contento con actitud del Ayuntamiento".

Como comprenderás, ya estaba inquieto viendo el rebote y la magnitud de las fugas, pero la cosa no acabó ahí. Dos estibadores del puerto, medio encorvados por los sacos que han pasado por sus hombros y el aguardiente que ha pasado por sus estómagos, no se ocultaron para dar datos de la magnitud de la represión en El Seibo, donde por no dar los buenos días a la autoridad, freir unos chicharrones, buscar leña para los fogones o bailar sin permisos superior, se castigaba con la prisión. Debes imaginar que esos imbéciles habían unido en un solo comentario, retazos de lo informado en varios telegramas, y que nada hubiesen podido aventurar, de no haberte ido de lengua delante de sus mujeres. Porque lo que realmente informaba el capitán Ramírez al coronel Vázquez desde El Seybo, maldita lenguaraz, era que se había sometido a la justicia a 7 haitianos y 5 dominicanos, entre ellos una tal Altagracia Suave, "por bailar Judu sin licencia", o lo que es lo mismo, por estar participando en alguna ceremonia vudú. Tampoco era como lo contaban lo de la leña, ni lo de los chicharrones: realmente, se habían sometido a la justicia a cinco "por destrucción de árboles", y a Sinecio Perdomo, por "robo de cerdos". Lo curioso es que no mencionaron el caso de Bartolo Coledonio, preso por "matar un burro", ni el de la retahíla de mujeres muertas de hambre, atrapadas por "ejercer ilegalmente la prostitución".

Todo lo que te he contado, ni sé para qué, es el resumen de las barbaridades escuchadas a los borrachos del colmado de Perozo. Ninguna de ellas hubiese sido posible, sin tus indiscreciones. Las aguanté todas, estoicamente, hasta que entró al ruedo ese tal Querubín. Ya sabes de quién se trata, y no me vengas conque no lo conoces, porque entonces si te daré la bofetada que mereces. Ambos sabemos que ese soldador se derrite por ti, y que besa donde pisas. Y también que no le haces ascos a sus requiebros. Por eso me alarmó tanto que se hubiese reservado los comentarios más peligrosos, esos que me pueden costar la cabeza, o el cargo en la Oficina.

Para comenzar, sin dejar de mirarme con sorna a los ojos, dijo a voz en cuello, que el general Trujillo tenía un pacto secreto con los administradores del central La Romana, mediante el cual garantizaba la seguridad de la molienda a cambio de dinero. Y que en El Seibo se aplicaba, de oficio, la Ley de Fuga a cualquier prisionero que fuese incómodo para el Gobierno.

No tengo que decirte que todo esto me dejó frío, en una pieza, porque comprendí que se trataba de una versión deformada de mis comentarios más íntimos, y que en boca de Querubín, demostraba una sospechosa familiaridad entre ustedes. Por supuesto que lo del Central se había originado en un telegrama del 8 de mayo del teniente Ciprián al coronel Vázquez, que decía: "Tan pronto recibí su telegrama anterior, fue enviado destacamento a La Romana para garantizar intereses del central". En cuanto a lo otro, se trataba del caso que bien te describí, donde ese mismo teniente informaba que "...hoy a las 8.00 am, mientras era custodiado por el raso Negro de la Cruz, el preso civil Jaime Federico, este emprendió la fuga, viéndose precisado el raso a dispararle, resultando muerto el preso... El Magistrado Procurador Fiscal actuó en el caso y manifestó su aprobación".

Al final, mujer del demonio, no me importan tus 19 años, ni tu piel caliente, ni tus nalgas firmes, ni tus muslos rotundos. Ya han empezado a merodear por el colmado de Perozo unos tipos mal encarados, que gastan mucho y hablan poco, y que sin motivo alguno, siempre preguntan por mí. El cerco se está cerrando, y vislumbro que me queda poco de las siestas gloriosas donde te disfruto y me vendo, sin querer.

Y nadie puede quitarme de la cabeza que lo has hecho todo confabulada con Querubín, a sabiendas de que con tus indiscreciones acercabas el momento de tu libertad y tu placer.

No es fácil, lo sé, cargar con un viejo cojo que habla demasiado. Por eso digo, que la vida es un telegrama: breve, cortante, despiadado, inequívoco...

Si lo sabré yo.

Y acaricio, maldita, este cuchillo que escondo bajo la almohada...

Debo confesar que disfruto un poco esta labor

de detective o reconstructor, de armador de los

rumores, de identificador de las piezas de lo mal

montado, porque soy el único, y eso nadie puede

sospecharlo, que sabe cómo van realmente

ensambladas las piezas de lo que se cuenta.