Lecturas en cuarentena: los sesenta

Una enseñanza que nos dan los años, es que tampoco todos los que pertenecen a una generación viven con igual estrépito, con similar inquietud, las claves de su tiempo.

En 1994, en La conjura del tiempo, yo escribí lo siguiente: “El decenio de los sesenta se inició, para la historia dominicana, cuando en enero de 1960 se develó la conspiración celular del movimiento 14 de junio y cientos de jóvenes de las clases media y alta fueron apresados y torturados en las cárceles del trujillato. Durante todos esos años la vida dominicana estuvo sacudida por la rapidez de los acontecimientos que, vistos a distancia, conforman un pelotón de encrucijadas de las que, muchas veces milagrosamente, el país pudo salir indemne. El decenio no iba a concluir sin embargo, en sus claves políticas y culturales, la noche final de 1969. Todavía tres años después de haberse iniciado la década de los setenta, continuaban activas, aunque virtualmente desechas, algunas de sus enseñas más rutilantes y unas pocas, aunque vigorosas, de sus banderas identificatorias”.

Me aventuré a teorizar entonces, que “los sesenta desembocaron, con sus desgarres y mitos, y con sus sortilegios imposibles, en el decenio de los setenta”, con tres acontecimientos que son los que extienden, y definitivamente concluyen, “época tan abigarrada y biliosa, y a la vez tan dulce y desgarradora, como la de los años sesenta”. El primero de esos tres acontecimientos ocurre en el último mes del año 1972. Los otros dos, al inicio y al final de 1973. En febrero de 1973 muere en las lomas de Ocoa el coronel Caamaño, cerrándose así la válvula de la utopía que había alimentado desde el acto de clausura de la Revolución de Abril las esperanzas de rebelión de decenas de jóvenes de izquierda y de un número silencioso de hombres y mujeres que, sin militancia política activa, aspiraba a ver reeditada la hazaña rebelde de 1965. El mito de una revolución a la vuelta de la esquina, después del fracaso de abril, moría ese día en que el coronel Caamaño, emboscado por las fuerzas del gobierno, caía ultimado en las frías lomas sureñas. Para otros, ese signo de bravura y tenacidad, aunque estuviese equivocada la estrategia, constituía un eslabón perdido que, en cualquier momento, como en efecto ocurrió, podía trastornar sus sueños plácidos y tornar de nuevo en pesadilla sus desiderátum de poder. También para estos, la muerte de Caamaño constituía el final de una epopeya trastornadora que se arrastraba desde 1965 y que era necesario cercenar para siempre.

El 15 de diciembre de ese mismo año, provocada ya la escisión definitiva del Partido Revolucionario Dominicano, Juan Bosch anuncia la fundación de su nueva organización, el Partido de la Liberación Dominicana. El tercer acontecimiento que, cronológicamente, ocurre primero que los otros dos antes mencionados, tiene lugar en la más importante avenida de Santo Domingo, en diciembre de 1972. Es la muerte del destacado poeta, narrador y publicista René del Risco Bermúdez.

Aunque en mi libro detallo las razones de por qué estos hechos prolongan los signos vitales de la década de los sesenta, puedo ahora resumir señalando que Caamaño era la última posibilidad de triunfo revolucionario y el signo personal más esperanzador para jóvenes y menos jóvenes que desde los mismos inicios de los sesenta alentaban la esperanza de un cambio radical. En el caso del PRD, es indudable que Juan Bosch buscaba inyectar una nueva savia ideológica y una renovada praxis política al viejo partido, pero que le resultaba imposible encaminar por la división existente en el mismo, por lo cual, justo diez años después del golpe septembrino, al renunciar como presidente de la organización que había contribuido a fundar 34 años antes en La Habana y abrir un nuevo agrupamiento partidario, pone colofón con su presencia a un signo primordial de los años sesenta que se había extendido necesariamente hasta el tercer año del nuevo decenio. Cuatro días antes de la Nochebuena de 1972 muere en un accidente en el malecón capitalino René del Risco, uno de los emblemas distintivos de la juventud dominicana que se integró a la lucha contra la dictadura y a la militancia revolucionaria, pero que luego, obligado por la lógica de la supervivencia cambió sus rumbos hacia otras esferas. Con René, que muere en el clímax de la fama y el éxito, desaparece el signo más resonante –cultural y socialmente– de los años sesenta en lo que respecta a la movilidad social originada en la juventud combativa tras los sucesos delimitadores de aquella década.

Jenni Diski me ha enseñado por estos días que el planteamiento que hiciéramos hace veintiséis años, se aplica igualmente para los sesenta británico y norteamericano. “Los sesenta –nos dice– no se ciñeron al decenio que lleva ese nombre. Empezaron a mitad de la década de 1960 con el auge de la cultura popular (no con Los Beatles ni con el sexo), con una generación que no tenía urgencia económica ni una guerra con la que lidiar, y terminaron a mediados de los setenta cuando ese infinito de posibilidades empezó a estrecharse a medida que la desilusión, la derecha política y el resto de nuestras vidas comenzaron a ocupar un espacio inesperadamente grande”. Y para remachar, la escritora británica afirma que tampoco los cincuenta, “ese largo jadeo que siguió a una guerra que había dañado tanto y arreglado tan poco”, no concluyeron hasta bien entrados los sesenta. Y es que la historia cronológica existe para que se puedan relatar y descifrar los acontecimientos, digamos para poder llevar un ordenamiento racional de los hechos, pero la naturaleza y los alcances de ese racionalidad, de esa lógica, tienen una disposición sentimental, una normativa existencial que sobrepasa el ritmo obligado de los años. Las épocas nacen y sucumben cuando desaparecen las marcas que las identifican, no cuando surge o muere una década.

Una enseñanza que nos dan los años, es que tampoco todos los que pertenecen a una generación viven con igual estrépito, con similar inquietud, las claves de su tiempo. Aun más, esas claves no son las mismas para todos. “Los sesenta fueron una idea –quizá más poderosa aún que la experiencia- en la mente de quienes los vivieron de verdad”. Pero, no todos la vivieron igual. La llamada “década prodigiosa” no fue similar para la juventud de Estados Unidos que para la de América Latina, como no se igualó en un mismo territorio para todos los que eran adolescentes en ese tiempo. A los sesenta los marcó la liberación sexual, el pop art, la guerra fría, la generación beat, las revoluciones políticas, el mayo francés, Vietnam, la búsqueda de identidad, las drogas, la mini falda, los pantalones campana, los zapatacones en los varones, el pelo largo, el rock, la nueva ola y la música en sentido general que quizás fue lo mejor y mayor de esta época. Pero, con toda seguridad, la década y sus signos no se sintieron totalmente igual en República Dominicana que en Norteamérica, Gran Bretaña o México. Todo quien se considerase beat, debía leer “Crimen y Castigo” o el “Ulises”, asistir a los recitales de Allen Ginsberg en el Greenwich Village, descubrir los filmes de Godard, Fellini o Antonioni, llevar un corte a lo Vidal Sassoon, usar un perfume de Dior, atender los clamores casi religiosos de The Beatles, los Beach Boys, Joan Báez, The Animals, The Who, los Rolling Stones, The Dave Clark Five o Thelonius Monk, y estar adscrito adentro o desde lejos a la locura de Woodstock. En nuestro país, los Beatles elevaban la temperatura, los grupos de rock surgían con estruendo, México, Argentina y Puerto Rico insuflaban la nueva ola, pero la moda era llevar Old Spice, escuchar a Leo Dan o Palito Ortega, leer “La hora 25”, “Por quién doblan las campanas”, y comenzábamos a descubrir a Asturias cuando se interpusieron García Márquez y Vargas Llosa. Fue años después que pudimos darnos cuenta que no todos los adolescentes de entonces andábamos en la misma onda. Que muchos, tal vez la mayoría, nunca conoció de estos registros ni se inscribió en estas coordenadas.

Para Jenny Diski, los sesenta fueron un subproducto tardío –la anotación es mía- de los años veinte, y su diafragma comenzó a diseñarse en los cincuenta. Para ella, los sesenta concluyeron en el 74, con el escándalo de Watergate, y yo agregaría con el inicio del reinado fílmico de Francois Truffaut, la revolución de los claveles en Portugal, la campaña antirrevisionista china y numerosos sucesos que cambiaron política y socialmente la faz del mundo. Los sesenta de todos modos, fue “la súbita irrupción de un auténtico mundo en tecnicolor”, una idea, más que una experiencia, de aquel tiempo en que fuimos jóvenes.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.