Marineros somos

La exploración de mares y tierras desconocidos, con la mira puesta en la explotación de las rutas comerciales y el dominio soberano de las posesiones, jugó un papel protagónico.

Vasco da Gama (1460-1524). (fuente externa)

El mundo que hoy conocemos -¿realmente lo conocemos?- se fue fraguando a lo largo de los siglos a golpe de aventuras, a impulso de proyectos temerarios acicateados por la ambición de poder y la sed de riqueza. En los cuales la exploración de mares y tierras desconocidos, con la mira puesta en la explotación de las rutas comerciales y el dominio soberano de las posesiones, jugó un papel protagónico. En competencia constante entre reinos que expandían sus fueros.

Hoy esa pugna continúa. Estados Unidos reivindica su menguada vocación hegemónica. Europa brega por evitar la desintegración del bloque integrado en la UE. Rusia remonta vuelo geopolítico bajo Putin. Y China ensambla agresiva su Nueva Ruta de la Seda, avasallando con mercancías baratas, tecnología de punta, financiamientos de megaproyectos “llave y chinos en mano”, desde una plataforma de régimen de partido único y verdadero capitalismo salvaje.

En esta historia no sólo aparecen como antecedentes pertinentes los relatos fascinantes sobre Asia Oriental, como los reputados al mercader y viajero veneciano Marco Polo (1254-1324) y manuscritos por el escritor Rustichello de Pisa, quien compartió prisión genovesa con aquel y de cuya colaboración habría salido la obra Le divisament du monde, Livre des merveilles du monde o Il Milione, conocida en español como Los viajes de Marco Polo.

En dicho libro se refieren las experiencias de Marco Polo al servicio del Kublai Khan, emperador de Mongolia y China, en funciones varias de informante, embajador, gobernador y sus recorridos por la denominada Ruta de la Seda. Una red de rutas comerciales que comunicaba de antiguo a aquellas tierras con la India, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África. A través de la cual el negociado de la afamada seda china conocida por los romanos por vía de los partos, motorizaba el tráfico de pedrería y metales preciosos, piezas de marfil, porcelana, ámbar, perlas, especias, tejidos, entre otros renglones de valioso intercambio.

Un ejemplar de Il Milione, en edición de 1485, habría sido estudiado y anotado por Colón, quien abrevó conocimientos de múltiples fuentes –entre ellas Toscanelli- para el trazado de sus planes de exploración que lo debían conducir originalmente a Oriente. Pero emprendiendo una ruta de navegación en sentido opuesto a la de Marco Polo, a través del Atlántico en dirección a Occidente, partiendo del principio de la esfericidad de la Tierra. Un camino recorrido que lo conduciría accidentalmente al Nuevo Mundo hace más de medio siglo. En una hazaña náutica en la cual exhibimos como ínsula y a justo orgullo huellas de principalía en la empresa descubridora.

Le correspondería al navegante luso Fernando de Magallanes (1480-1521), por cuenta de la Corona española encabezada por Carlos I, emprender el 10 de agosto de 1519 desde Sevilla, bajando aguas por el Guadalquivir al frente de una flota de cinco naves (Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago) y con una tripulación de más de 239 hombres, el primer viaje de circunnavegación del globo. Coronado tras 3 años de navegación en septiembre de 1522 por el vasco Juan Sebastián Elcano, capitaneando la nao Victoria con una tripulación restante de 18 hombres. Otros 4 hombres de la nave Trinidad regresaron a España en 1525.

Unos 216 tripulantes perecieron en el intento, entre ellos el propio Magallanes, quien perdió la vida en combate en Mactán, Filipinas, el 27 de abril de 1521. Al parecer, la muerte marcaría la existencia infortunada del navegante portugués, quien habría casado en Sevilla en 1517 con su pariente Beatriz Barbosa. Con ella tuvo dos hijos, uno falleció al nacer, el otro siendo muy niño, y la propia Beatriz en 1522.

Con una escala en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), en la que se completaron diligencias de avituallamiento y protocolos testamentarios, la escuadra zarpó el 20 de septiembre de 1519 tras la búsqueda de la ruta hacia las Indias Orientales con la mira puesta en las islas de las especias, las ambicionadas Islas Molucas. Recalan en las Canarias, una parada obligada, continuando el descenso por la costa occidental africana, pasando por las islas de Cabo Verde, enrumbando hacia América.

El 13 de diciembre tocan lo que hoy se conoce como Río de Janeiro y continúan navegando hacia el Sur, pasando en marzo de 1520 por el Río de la Plata (descubierto previamente en 1516). Más hacia el Sur, arriban a la Bahía de San Julián. Desde allí realizarán exploraciones en pro del objetivo y se producirá, ante los resultados infructuosos, una importante rebelión al frente varias cabezas de la expedición (veedor, tesorero, contador, capitán). Dominada, se aplicarán castigos severos y se decidirá aguardar hasta la llegada de la primavera para reemprender ruta. Justo el 21 de agosto de 1520 zarpan en dirección al extremo austral del continente.

El 22 de mayo, la Santiago, en misión exploratoria de la costa patagónica, naufraga. Ya en proceso de atravesar el laberíntico paso, la nao San Antonio deserta, cargada de vituallas, devolviéndose hacia España. Finalmente el resto de la expedición cruza el estrecho y se interna en aguas tranquilas, amables, realmente pacíficas, penetrando la mayor demarcación marina del planeta. Luego vendrán 3 meses sin tocar tierra firme, perdidos en la inmensidad del océano, conocido como Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa desde 1513.

Antonio Pigafetta (1491-1531), un noble italiano al servicio de la República de Venecia que fungió de cronista y fue uno de los sobrevivientes de esta azarosa expedición, narra con dramática crudeza –en su Relación del primer viaje alrededor del mundo- algunos de los episodios extremos experimentados por la tripulación, ahora afectada por la hambruna y azotada por el escorbuto, ante la deserción de la nave avitualladora en medio de las peripecias acaecidas al atravesar el accidentado paso interoceánico, el bautizado Estrecho de Magallanes, que conecta las dos mayores masas de agua del planeta.

“La galleta que comíamos ya no era más pan sino un polvo lleno de gusanos que habían devorado toda su sustancia. Además, tenía un olor fétido insoportable porque estaba impregnada de orina de ratas. El agua que bebíamos era pútrida y hedionda. Por no morir de hambre, nos hemos visto obligados a comer los trozos de cuero que cubrían el mástil mayor a fin de que las cuerdas no se estropeen contra la madera.”

Retratando un cuadro realmente desesperante, Pigafetta continúa su relato: “Muy a menudo, estábamos reducidos a alimentarnos de aserrín; y las ratas, tan repugnantes para el hombre, se habían vuelto un alimento tan buscado, que se pagaba hasta medio ducado por cada una de ellas... Y no era todo. Nuestra más grande desgracia llegó cuando nos vimos atacados por una especie de enfermedad que nos inflaba las mandíbulas hasta que nuestros dientes quedaban escondidos...”

Aludiendo a los efectos perversos del escorbuto (entre ellos gingivitis, anemia, hemorragia cutánea, debilidad) ocasionado por la carencia crónica de vitamina C en el organismo, uno de los males más endemoniados que padecían las tripulaciones mal nutridas durante las prolongadas travesías.

Por fin, el 6 de marzo de 1521, arribaron a la Isla de los Ladrones, en las Marianas, en la que cargaron provisiones y tomaron un descanso. Luego, tocaron la Isla de Cebú, en el archipiélago de la Filipinas.

Acaecida la muerte trágica de Magallanes, se procedió a la quema de la Concepción, reasignándose su tripulación en las dos naves restantes, Trinidad y Victoria, que alcanzaron el objetivo del viaje, al llegar a las islas Molucas y hacer la carga de las especias. Rezagada la primera, correspondió a la segunda regresar a España bordeando las costas africanas, culminando la circunnavegación del planeta.

Antes, el gran navegante luso Vasco da Gama (1460-1524) había zarpado de Lisboa en 1497 con 4 naves y 170 hombres en dirección Sur. Bajó costeando el occidente de África, rodeó el cabo de la Buena Esperanza y enfiló proa hacia aguas inexploradas. Llegó luego a la ciudad-estado musulmana de Mozambique, pasó por Kenia, Malindi y tras una travesía de diez meses, alcanzó la India el 20 de mayo de 1498, arribando a Calicut, conocida entonces como ‘la ciudad de las especias”. Da Gama fallecería en la India Portuguesa en 1524, ostentando por breve lapso la posición de Gobernador.

A fin de año han caído en mis manos dos obras que han motivado su lectura: Navegantes. Diarios y Cuadernos de Bitácora, de Huw Lewis-Jones, una joyita editorial; y Las Nuevas Rutas de la Seda. Presente y futuro del mundo, de Peter Frankopan, un catedrático de Oxford.

Los dominicanos, en este 2020 de zafarrancho electoral, navegaremos entre los mares procelosos que surcó Colón para enlazar dos continentes y los que traza la nueva ruta de la seda. Marineros somos...

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.