Mesotrón dominicano

Reseña en el diario “El Caribe” sobre el mesotrón dominicano.

Corrían los primeros años de la década de 1940, y al impulso de los acontecimientos lejanos de las acciones y eventos de la Segunda Guerra Mundial en la República Dominicana, a distancia tocada tangencialmente por sus devastadores efectos, principalmente en lo económico, dos inmigrantes, trabajadores en el Ingenio Santa Fe, en San Pedro de Macorís, laboraban en las noches y el tiempo libre que disponían en una idea que habían concebido y lentamente dado forma a través de sus diseños: un reflector, una linterna fija y/o portátil que pudiera proyectar un haz de luz más potente y de mucho mayor alcance que los reflectores y linternas disponibles en la época. Su propósito concreto: detectar con mayor efectividad los aviones, amigos o enemigos sobrevolando aún a grandes alturas y servir de faro de largo alcance para propósitos de búsqueda o aviso.

Manuel Eloy García, técnico de trenes y maestro metalmecánico por muchos años en su natal Cuba y ahora jefe de talleres de aquel centro de producción azucarera unió sus habilidades y experto conocimiento de metales y minerales a los estudios y conocimientos de la naciente electrónica de su yerno, Marcos Baudilio, inmigrado con su familia de Puerto Rico años antes y juntos iniciaron desde 1939 una serie de ensayos, fallidos uno tras otro, que continuaron por varios años ininterrumpidamente, experimentando con diferentes metales y minerales, así como con nuevas combinaciones de circuitos transmisores de la energía para hacer realidad su proyecto.

Ya con posterioridad a la conclusión de la Guerra, una noche de agosto de 1947 lograron completar lo que al parecer resultó el ensamble y combinación perfectas que podía funcionar con corriente alterna en dispositivo fijo, pero que ofrecía algunas dificultades para su operación, concentrándose entonces en armar un reflector portátil, una linterna que produjera similares resultados de potencia y alcance de luz. Tal dispositivo, salvo las pilas de corriente directa que tenía -unas cinco tipo "D" y una bujía incandescente modificada- fueron expresamente fabricados con metales de diferente conductividad que incluyeron hierro dulce y otros y unas piezas de metaloides y mineral al parecer con particulares características.

Esa misma noche, ya en horas de madrugada, mientras la comunidad del ingenio dormía, iniciaron la prueba de su invención. Efectivamente, la linterna proyectaba una potente luz que alcanzaba desde buena distancia el borde superior de la chimenea de Santa Fe, los árboles de los potreros lejanos e iluminaba las nubes con un haz concentrado que se hacía difuso a gran altura, aunque no tan potente, como cuando iluminaba objetivos en tierra.

Satisfechos con su primer prototipo, esa noche y en las siguientes experimentaron en diversos lugares el poder luminiscente de su ingenio, con miras a observarlo más en detalle y quizá mejorarlo. Tomaron fotos del haz despedido por la linterna y de paso, incidentalmente, iluminaron en fincas cercanas animales de corral: gallinas, cerdos y otros.

Ya hablaban Manuel Eloy y Marcos Baudilio de la posible obtención de patente de la invención en los EE.UU. cuando varios eventos inesperados surgieron. Dueños de fincas cercanas a Santa Fe habían reportado a las autoridades haber encontrado a sus gallinas y cerdos muertos, sospechando un malintencionado daño, tal vez intoxicación, provocada por inescrupulosos. Una rápida visita discreta de los inventores a las propiedades permitió comprobar que se trataba de las mismas finquitas donde habían casualmente iluminado a los animales de corral. A los pocos días, al llegar las fotos reveladas de la linterna encendida que tomó el hijo de García, Luis Manuel, notaron que, no obstante algunas mostraban un haz de luz recto, otras registraron algo no perceptible a simple vista: tenían un haz ondulado.

Conscientes ahora, de que se habían topado con algo más que una luz potente y de largo alcance a lo que no podían dar satisfactoria explicación, la aprensión se apoderó de ellos. Algunos dueños de los animales muertos, enterados de alguna forma de estos experimentos que habían sido realizados con toda discreción, se apersonaron a la casa de Manuel Eloy para intentar cobrar el daño que le atribuían. A algunos compensó el inventor cubano modestamente, pero cuando creció el número de demandantes -incluyendo algunos falsos dueños- recurrió al argumento válido de que en ningún momento había entrado a sus propiedades y que no existía nada que legalmente le ligara a la muerte de esos animales. Aún así, en el mayor secreto decidieron comprobar el efecto de la linterna y la probaron iluminando animales pequeños, como una paloma, lagartijas y ratas. Efectivamente, al día siguiente estos fueron encontrados muertos en sus respectivas jaulas.

En el ínterin, un corresponsal del periódico El Caribe, radicado en la ciudad de San Pedro de Macorís, que conocía muy bien al cubano y al puertorriqueño, se enteró de los eventos y se apersonó a Santa Fe para recabar más informaciones. Un poco más por amistad que por deseo, con reticencia, Manuel Eloy y Marcos Baudilio admitieron haber trabajado en la linterna y probado con algún éxito. Esta información, más la de los animales iluminados muertos que el entonces corresponsal Cuco "La Pantera" Rodríguez, recogió por separado fueron reseñadas por él en el El Caribe, con el titular "Mesotrón artificial deja chiquita bomba atómica", lo de ‘mesotrón', tal vez aludiendo a los últimos descubrimientos de partículas subatómicas que se realizaban en esos tiempos, trayendo interés entre los lectores, pero, para mala fortuna también llamando poderosamente la atención del dictador Rafael Trujillo, quien esa misma mañana ordenó a su asistente y ministro Anselmo Paulino, trasladarse al Ingenio Santa Fe, identificar a Manuel Eloy y a Marcos Baudilio, expresarles el "alto interés del Jefe" por ese invento y entregarles un cheque de RD$10,000 para que continuaran con los experimentos.

La oferta fue declinada gentilmente por ambos, pese a la insistencia del Ministro. Habiendo comprobado que los dos eran de nacionalidad extranjera y comprendiendo que no sería posible hacer apelaciones más autoritarias y persuasivas ante ciudadanos de otro país, trabajando para la South Puerto Rico Sugar Company, entonces dueña del Ingenio Santa fe al igual que el de Central Romana, les instó a no rechazar los deseos del Jefe y que no podría regresar a Santo Domingo y reportarse ante su superior con las manos vacías, por lo que se atrevió a dejar el cheque sobre la mesita de la sala de Manuel Eloy.

Ante la imposibilidad económica de viajar con sus familias fuera del país en tan precarios tiempos, para librarse de tan incierto y tal vez peligroso compromiso, como sería el de trabajar y producir resultados para Trujillo, los inventores de ese algo desconocido se encontraban en un gran dilema, por lo que, tras pensarlo cuidadosamente, midiendo las posibles consecuencias de la aplicación de su invención quizá con fines no humanitarios, desistieron de su intento de patentarlo, deshaciendo el prototipo, enterrándolo en lugar hondo con la mayor discreción y quemando los planos de diseño. El próximo paso fue acordado con la iniciativa de la hija del cubano, Luz Marina, esposa de Marcos Baudilio, que viajó con el cheque de RD$10,000 a la capital, solicitando entrevista con el ministro Paulino y devolviéndolo, explicando que la invención había sido un fracaso y que todo lo publicado había sido producto de una confusión, un malentendido, difundido por un periodista amigo. Tras muchas preguntas respondidas con gran cuidado y preparación previa de la cubana, el superministro sonrió, tal vez en señal de complicidad, haciendo una observación final a la dama: "Está bien señora, comprendo: Usted tiene un esposo muy inteligente. Eso no es común. Pero bien. Así lo explicaré al jefe". Una última publicación de Rodríguez en El Caribe ayudó a cerrar el asunto, aunque mostrando el periodista un cierto escepticismo ante las aclaraciones de los inventores de que la invención no era algo nuevo ni interesante.

Y así concluyó "sin pena ni gloria" la historia de uno de los muchos inventos e ingenios diseñados y creados, pero no mercadeados inteligentemente, por Manuel Eloy y su yerno, y por muchos años después, sobreviviéndole, por Marcos Baudilio, creadores y visualizadores excepcionales de novedades. Sólo eso puedo decir con apacible y serena satisfacción de mi querido abuelo y de mi amado padre, Marcos Baudilio Pérez Torres.