¿Para qué sirve Octavio Paz en tiempos nublados?

Octavio Paz vaticinó estos tiempos nublados que nos agotan. Desde la evaluación de los problemas de su tiempo, nos permitió observar el futuro que nos sobrevendría.

La democracia latinoamericana camina a rebencazos. Avanza y retrocede. Casi siempre es la misma enfermedad: las disensiones intestinas. De forma corriente, y no pocas veces con escasa imaginación y ausencia del predominio de la investigación y la evaluación, se centra el debate mediático en las fuentes de poder, cuando existen otras razones de fondo que plantean estilos de conducta, odios y venganzas que aguardaban para salir a la superficie, empecinamientos personales de preeminencia, temores diversos y la atención desaforada y calenturienta a las pasiones y delirios de los súcubos.

Las luchas entre liderazgos a veces no suelen germinar en la necesidad de sostener el poder, sino en asuntos estrictamente personales. El individuo político engrampado en las veleidades del hecho particular. Por eso, tantas veces se suele juzgar en vez de comprender la acción de los sujetos que entran en la contienda. La importancia de lo que no se ve sobre lo que se ve, como anotaba Bosch en su momento. La política no es un arte. Nunca lo ha sido. Los espíritus puros, tan escasos en la vida política, son los únicos que pueden ver este ejercicio humano como una forma artística, entendido a modo de poiesis del acto político: espacio sublime destinado a las mejores y más provechosas causas de la sociedad. La política es práctica, aunque en muchas ocasiones haya necesidad de darle un toque artístico a ese balanceo entre la realidad inmediata y la contingente que conforma su estructura. Por eso, muchas teorías políticas se van de bruces, y muchos análisis se sostienen en la vacuidad de una evaluación fuera de rigor.

La teoría de la conspiración se expande, tantas veces sustentada en razones prácticas: dilemas políticos, sucesos de apariencia inexplicable, crisis económicas, acciones imprevistas. Amplias causales. Es un problema simple: buscar respuesta a tantos aconteceres de variada índole –que no sólo políticos- que no hay manera de entenderse de otro modo que no sea inventando realidades en el vacío. Es una manera de radicalizar el pensamiento. Pero, la teoría de la conspiración afecta sensiblemente la verdad y perturba la oportunidad de darle un sentido al mundo, como lo ha explicado el teórico marxista irlandés John Molyneux. No se puede sobrevivir a la realidad política o social, por el lado que se desee abordar, bajo una permanente visión conspirativa. Desde luego, el problema no es simple. Dice Molyneux que “hay una gran cantidad de teorías que tan pronto se logra producir una respuesta creíble a una de ellas, otra avanza para ocupar su lugar”, además de que “la cantidad de esfuerzo y conocimientos necesarios para refutar cualquier teoría, por muy descabellada que sea, es muy considerable”. Cómo se desmonta la teoría de que los extraterrestres construyeron las pirámides, o de que el Área 51, la famosa base militar norteamericana, a 150 kilómetros de Las Vegas, contiene secretos muy bien guardados, entre ellos ovnis y tecnología extraterrestre, o las muy variadas tesis, aún con vida, sobre el asesinato de Kennedy o la muerte de Elvis Presley y Marilyn Monroe. Y las muchas que, casi a diario, surgen en la política dominicana.

Es cierto que las teorías de la conspiración se mantienen vivas, a más de que las inventivas siempre florecen fluidas y febriles, porque las conspiraciones tienen sus certezas. Existen. Siempre se rumoró sobre el espionaje telefónico intragobiernos o sobre el engaño que supuso la costosa guerra de Irak. Y era cierto. O como señala Molyneux: “Es evidente que los políticos, los empresarios, los medios de comunicación, la policía...conspiran de vez en cuando”. Hacen viable las teorías de la conspiración. Lo “oculto”, lo que no se ve, es la base de este formato de pensamiento. Basta leer las memorias de los grandes estadistas, de los políticos, empresarios, comunicadores de alta gama, hasta de inventores de sistemas digitales, para encontrarnos con muchas cosas no divulgadas, que se quedaron por largo tiempo en la mesa de los secretos sobreprotegidos.

Octavio Paz vaticinó estos tiempos nublados que nos agotan. Desde la evaluación de los problemas de su tiempo, nos permitió observar el futuro que nos sobrevendría. La sublevación de los particularismos se manifiesta desde otras vertientes. Hay mutaciones, injertos y renacimientos, no siempre dirigidos a mejorar la sociedad, sino a someterla, bajo acomodos, alegatos, artimañas. La firmeza en la verdad cuesta, pero fue la que Gandhi opuso contra “las astucias de la propaganda y la política de los violentos”, como subraya Paz. La modernidad sigue siendo un camino que no debe desaparecer. Enarbolar el criterio político de la modernidad parece, a veces, un anatema para ciertos ejercitantes políticos. Pero, la democracia no se sostiene sin modernidad. “Nuestros pueblos escogieron la democracia porque les pareció que era la vía hacia la modernidad. La verdad es lo contrario: la democracia es el resultado de la modernidad, no el camino hacia ella”. Este señalamiento de Paz responde muchas interrogantes. Por eso, la inestabilidad política de nuestros pueblos comenzó al día siguiente de proclamarse su Independencia. Faltaba la modernidad. Para nutrir una democracia genuina hay que saber combinar los gérmenes y las raíces, o sea, nuestras tradiciones, y cualificar nuestra realidad desde una modernidad sólida que concluya con el dilema de dictadura o democracia que aparece con frecuencia en nuestros destinos. La identidad nacional, que tantas veces en nuestra historia pasada y reciente se ha buscado menoscabar, debe nutrirse de una modernización de todas las instancias del poder político, social y económico, o sea de la sujeción de la clase dirigente al canon legal más estricto, sin vueltas; a la limitación del entronque empresarial a su faena de producir la riqueza que necesita la nación para crecer y solidificar su estado de bienestar, sin ambages ni presencia activa en los recovecos de la política, sólo en su defensa de la vida democrática y de las leyes que la rigen; y en el empoderamiento de la clase media y los sectores de menores ingresos de sus derechos y deberes en la modernización democrática, sin permitir la suplantación de su importancia en la marcha del país.

Las debilidades de nuestra tradición democrática, con tropiezos, violencias y recaídas –como advertía Paz- deben ser superadas, y apurado el proceso de su necesaria reforma política. La renovación democrática debe estar exenta de paternalismos, desasosiegos, incriminaciones y leyendas gravosas. Hemos dejado de ser un país pequeño (en Europa y Centroamérica los hay mucho menos poblados y desarrollados). El Tercer Mundo es una expresión hueca y torpe que dejó hace rato de tener vigencia. No somos tercermundistas ni subdesarrollados. Son términos equívocos que enjuician más que describen, que dicen más que explican. Paz abogaba por la eliminación de estas expresiones: “El rótulo no es solo inexacto, es una trampa semántica. El Tercer Mundo es muchos mundos, todos ellos distintos”.

“La democracia latinoamericana llegó tarde y ha sido desfigurada y traicionada una y otra vez. Ha sido débil, indecisa, revoltosa, enemiga de sí misma, fácil a la adulación del demagogo, corrompida por el dinero, roída por el favoritismo y el nepotismo... sólo los cambios podrán fortalecer a la democracia y lograr que al fin encarne en la vida social. Es una tarea doble e inmensa. No solamente de los latinoamericanos: es un quehacer de todos. La pelea es mundial. Además, es incierta y dudosa. No importa: hay que pelearla”. Octavio Paz lo escribió hace más de treinta y cinco años, y sigue diciéndolo hoy en el tránsito de estos tiempos nublados.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.