Peliagudo
Apresurado, cabalgaba las inmensidades del pensamiento y dejaba atrás nimiedades, torpezas propias y ajenas, desiertos, eriales y trechos alevosos en la búsqueda de cosas qué decir, cuando casi me doy de bruces con lo obvio. Lo que salta a la vista no necesita espejuelos, y sí: lo patente a veces tiene ángulos ocultos, propiedad de la acuciosidad. La rutina arrastra la fuerza del hábito, y con ella se escapa el otro significado de lo común, lo que aparentemente a nadie importa porque lo hemos incorporado al diario vivir sin reserva alguna.
Las antiguas señas de hombría se diluyen en una marejada de cambios y actitudes atribuibles a la veleidad de la moda, pero también a conmociones sociales que han derivado en una reconsideración profunda de lo que somos y un ensanchamiento de las libertades individuales. La pelambrera y su lugar en el listado de exigencias de la masculinidad han sufrido serios reveses, con perspectivas poco halagüeñas si partimos del oportunismo comercial que a todo intenta sacar ventaja. Lampiño se ha hecho deseable, y se induce con un recetario de fórmulas del que no ha desaparecido totalmente la tradicional navaja de afeitar. Tampoco los menjunjes que suavizan la piel y colocan al pelo en posición de debilidad para el rasurado exterminador.
Hay un acercamiento de los sexos en apariencia y consumo. Las funciones glandulares y las hormonas nos distancian, pero las nuevas prácticas y gustos nos aproximan en frivolidades indisputables tiempo atrás al políticamente incorrecto llamado sexo débil. Ese aire de efebo que otrora atraía las burlas del colectivo varonil importa cada vez menos. Ha perdido eficacia para definir la preferencia sexual y ahí están los viejos vídeos de Village People y su YMCA, In the Navy y Macho Man para recordarlo. La semiología ha debido renovarse al compás de lo unisexual, escapado del ámbito reducido de la biología e incorporado al pan nuestro de cada día. Boy George y su apariencia estrafalaria, mas decididamente femenina, instauraron una imagen que, con mayor moderación ciertamente, se reproduce sin levantar rubores.
Es la desaparición del hombre de pelo en pecho como ícono de macho de fuerza irreductible o de gañán fiero, la convocatoria a esta reflexión sabatina. Esos futbolistas de músculos acerados y ligereza de bailarín celebran, entusiasmados, cada gol. Algunos llevan la alegría al extremo de quitarse la camiseta, sin importarles la tarjeta amarilla que tal acción dispara ipso facto. Al final del partido, les encanta dejar el torso al descubierto. ¿Y qué vemos? Pechos limpios, tersos, como si estuviesen preparados para una operación de corazón abierto y el requerimiento aséptico fuese total. En el descanso entre sets, algunos tenistas se cambian el polo y las cámaras indiscretas de la televisión nos traen musculatura y a veces manos callosas, pero nunca una muestra aunque pequeña de alfombra hirsuta. Si María Sharápova se sacudiese del suéter sudoroso con el mismo desparpajo, con seguridad exhibiría igual ausencia pilosa en el valle circundante de sus elevaciones mamarias. La igualdad de sexo no ha llegado al tenis, para pesar de muchos.
A las medallas de oro, plata y bronce, ganadas con brazadas potentes en las competencias acuáticas masculinas de los Juegos Olímpicos recientes, les faltaba un colchón velloso sobre el cual recostarse mientras la gloria ahogaba de orgullo a estos atletas eminentes, encabezado el podio por un Michael Phelps imbatible. Imponente, sí, el norteamericano, con cada milímetro de pecho afeitado escrupulosamente. Como si un mínimo resto peliagudo disminuyese la velocidad de este porfiado triturador de récords. Hasta los halterófilos, boxeadores, kickboxers y otros practicantes de deportes brutales pero que entusiasman, se rasuran extremidades y pechos en esta nueva fase cultural.
No que falten estímulos para el uso habitual de la navaja, artilugios mecánicos, pócimas y tecnología para deshacernos de lo que la naturaleza en su sabiduría infinita otorgó en casos y negó en otros. Gillette
–¡tenía que ser!– patrocinó un estudio cuyos resultados le habrán asegurado ventas: el 92 por ciento de las mujeres prefieren el camino despejado de pelambre en el septentrión de la anatomía masculina. Lo que no se ve también incomoda. Se suma así el hombre a la contribución de la mujer occidental a la deforestación total del mons Veneris, el monte del amor como lo llamaban los romanos y no necesariamente en las clases de geografía. Para la poda de los puntos potentes de la cartografía homínida, Remington, reconocido fabricante de máquinas de afeitar, lanzó al mercado un aparato deliciosamente llamado Delicates, body hair trimmer (Delicados, cortador de pelo corporal). El sur requiere cuidados especiales, mayor dedicación, no solo en la teoría del desarrollo económico.
Los salones de depilado con rayo láser abundan en las grandes ciudades. A la vuelta de mi madriguera madrileña he contado hasta cinco en iguales minutos de caminata. En todos ofrecen un combate a muerte contra el vello facial y las axilas pobladas, también limpieza en cuantos espacios de la anatomía humana ofrecen oportunidad al pelaje. Prometen más eficacia que Atila en desyerbar todo a su paso. Afeitarse los brazos, el pecho e incluso las piernas, amén de despoblarse las cejas, son ya cosas del nuevo hombre urbano. Hasta del macho alfa.
Cambian los tiempos en las vueltas del calendario. Con el advenimiento de la pubertad aparecían las primeras comprobaciones de que el pubis, contrario al cráneo, pierde la calvicie con los años. Motivo de celebración y orgullo que separaba a grandes de chicos y anticipaba pulsiones sospechadas. En la relación de la nueva pareja, la depilación de las partes pudendas entra en el catálogo inacabable de los juegos sexuales. La materia filosa tiene ahora un uso diferente al que descubrió Lorena Bobbit.
Regalo deseado o indeseado de la www, la pornografía está al alcance de un teclado y ha ganado así capacidad para modificar criterios y apreciaciones considerados más firmes que la roca de Gibraltar. Puede que, apuntan algunos osados, haya acelerado la tendencia de la que Gillette, Remington y una plaga de salones de depilación se aprovechan en la tarea de contrariar la naturaleza. Porque, y me despojo de toda duda cartesiana, las acrobacias sexuales y agotamiento cabal de las posturas del Kama Sutra de Vatsyayana se aprecian mejor sin el impedimento visual de la pelambrera común a ambos sexos en los lugares que importan.
El pelo en algunas zonas estratégicas adquirió categoría de estorbo, estilo que no tiene visos de polvareda rápida. Primera acción de los recién liberados musulmanes del yugo del Estado Islámico en Mosul fue despojarse de la luenga barba que sus verdugos obligaban a cultivar. Los mitos persisten pese al ingenio humano y los avances increíbles de la ciencia, la tecnología y ahora la inteligencia artificial. Tampoco han desaparecido los espejismos del desierto o los juicios extremos que persiguen sin descanso limitar las opciones al alcance del humano para satisfacer el ego, deseos recónditos o revivir incendios pasionales a punto de extinción. En ese maremágnum de posibilidades que la vanidad masculina y la curiosidad femenina alientan, se apela a la ilusión óptica de que en el descampado, el árbol se ve más grande: razón adicional para el hábito en ascenso de despojar de protección capilar al órgano de reproducción.
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