Animales carnívoros, no siempre los más agresivos
Santo Domingo. En artículos anteriores hablé del antropomorfismo, el error que cometemos cuando explicamos la conducta de los animales usando los principios que rigen la conducta humana. El error contrario es el zoomorfismo, que pretende explicar la compleja conducta de los humanos reduciéndola a los patrones del comportamiento animal.
El zoomorfismo puede tener consecuencias más graves que el antropomorfismo, pues ha servido incluso de fundamento a teorías políticas totalitarias. Es una distorsión muy común entre los biólogos, debido, quizás, a la fascinación que siempre produce la observación de la conducta de los animales.
Este "error de analogía" presume que entre la conducta de un animal y la de un humano hay una correspondencia recíproca, y que lo que se observa en una tiene un equivalente exacto en la otra, partiendo de la similitud superficial entre ambas.
Por ejemplo, una colonia de hormigas que para cruzar un riachuelo forma un puente subiéndose unas encima de las otras hasta que logra salvar el obstáculo, nos parece exactamente equivalente a un cuerpo de soldados quienes para que la tropa pueda cruzar sin tropiezos un área alambrada, los primeros se tiran sobre ella, permitiendo así el paso del resto de la tropa. A pesar de la similitud topográfica y de objetivos entre ambas, la conducta de los soldados, a diferencia de la de las hormigas, es una conducta aprendida en un contexto cultural, no es estereotipada ni obedece a patrones puramente genéticos.
En ocasiones se ha querido justificar el latifundio alegando que se trata de una tendencia natural que tiene su equivalente en la conducta territorial de los animales. Aunque la analogía es tentadora, a las objeciones del ejemplo anterior habría que añadir que los animales raras veces defienden un territorio mayor del que necesitan para ellos y sus crías, y la territorialidad no amenaza sino que garantiza su supervivencia, ya que la población se ve obligada a ampliar su rango de distribución. He oído a médicos naturalistas decir, para demostrar lo dañino que es el hábito de comer carne, que los animales carnívoros son siempre los más agresivos. Los hechos no confirman esta afirmación. El búfalo africano, que sólo come vegetales, es uno de los animales más agresivos del mundo, y en los ríos africanos hay más muertos y heridos al año por los ataques de los hipopótamos (otro herbívoro) que por los ataques de los leones.
Otras veces, partiendo de las relaciones conyugales de ciertas especies, como el león, se quiere justificar la poligamia y hasta el autoritarismo patriarcal. La cantidad de cónyuges que deba tener una persona es una decisión ética y de nada sirve buscar equivalentes en el reino animal, donde se dan casi todas las combinaciones posibles: desde un macho con varias hembras (como en los gallináceos); una hembra con varios machos (ciertos peces); monogamia (las cotorras y las lechuzas); parejas que sólo se juntan para aparearse (los tigres), hasta llegar a los chimpancés (nuestro pariente más próximo), en cuyas sociedades las hembras, aunque respetando el rango jerárquico, copulan con todos los machos de la tribu. Existe, incluso, un invertebrado marino cuyo macho es tan pequeño con respecto a la hembra, que vive en el interior de su vagina y su única misión es fecundarla. Extraño oficio que no sustenta la pretensión de dominio de los hombres, aunque ciertos varones puedan percibirlo como la forma más acabada del paraíso.
destra@tricom.net
Por ejemplo, una colonia de hormigas que para cruzar un riachuelo forma un puente subiéndose unas encima de las otras hasta que logra salvar el obstáculo, nos parece exactamente equivalente a un cuerpo de soldados quienes para que la tropa pueda cruzar sin tropiezos un área alambrada, los primeros se tiran sobre ella, permitiendo así el paso del resto de la tropa. A pesar de la similitud topográfica y de objetivos entre ambas, la conducta de los soldados, a diferencia de la de las hormigas, es una conducta aprendida en un contexto cultural, no es estereotipada ni obedece a patrones puramente genéticos.
En ocasiones se ha querido justificar el latifundio alegando que se trata de una tendencia natural que tiene su equivalente en la conducta territorial de los animales. Aunque la analogía es tentadora, a las objeciones del ejemplo anterior habría que añadir que los animales raras veces defienden un territorio mayor del que necesitan para ellos y sus crías, y la territorialidad no amenaza sino que garantiza su supervivencia, ya que la población se ve obligada a ampliar su rango de distribución. He oído a médicos naturalistas decir, para demostrar lo dañino que es el hábito de comer carne, que los animales carnívoros son siempre los más agresivos. Los hechos no confirman esta afirmación. El búfalo africano, que sólo come vegetales, es uno de los animales más agresivos del mundo, y en los ríos africanos hay más muertos y heridos al año por los ataques de los hipopótamos (otro herbívoro) que por los ataques de los leones.
Otras veces, partiendo de las relaciones conyugales de ciertas especies, como el león, se quiere justificar la poligamia y hasta el autoritarismo patriarcal. La cantidad de cónyuges que deba tener una persona es una decisión ética y de nada sirve buscar equivalentes en el reino animal, donde se dan casi todas las combinaciones posibles: desde un macho con varias hembras (como en los gallináceos); una hembra con varios machos (ciertos peces); monogamia (las cotorras y las lechuzas); parejas que sólo se juntan para aparearse (los tigres), hasta llegar a los chimpancés (nuestro pariente más próximo), en cuyas sociedades las hembras, aunque respetando el rango jerárquico, copulan con todos los machos de la tribu. Existe, incluso, un invertebrado marino cuyo macho es tan pequeño con respecto a la hembra, que vive en el interior de su vagina y su única misión es fecundarla. Extraño oficio que no sustenta la pretensión de dominio de los hombres, aunque ciertos varones puedan percibirlo como la forma más acabada del paraíso.
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