A por ella

En estas cosas de la lengua uno tiene la sensación de estar clamando en el desierto. Carlos Mayoral, escritor a quien admiro, sentenciaba hace unos días: «La coma del vocativo ha muerto». Drama e ironía para constatar lo difícil que es hablar de ortografía y que no te hagan ni caso.

Las comas, será por esa pinta que tienen de no haber roto nunca un plato, suelen ponernos color de hormiga la tarea de escribir. Todo el que se ha puesto alguna vez delante de una hoja en blanco (real o figurada) y ha tomado un lápiz (real o figurado) para sumar unas cuantas palabras sabe que no miento.

Echémosle un cable a la coma del vocativo a ver si, entre todos, somos capaces de salvarla de una muerte segura. Empecemos por el principio: ¿sabemos qué es un vocativo? Es un nombre o una expresión nominal que usamos para llamar a nuestro interlocutor o dirigirnos a él. A mí me suele funcionar acordarme de Serrat. Sí, de aquello de «Niño, deja ya de joder con la pelota». Niño es aquí un vocativo; así de fácil. Y los vocativos se escriben siempre entre comas.

Tan bien que usamos los vocativos en el español dominicano y tan fácil que sería escribirlos correctamente: Tigre, no te metas; chofer, me deja en la esquina; No se apure, doñita, que yo la ayudo; No me tripees, loco; Poeta, ya es hora de que te pongas las pilas. El tigre, el chofer, la doñita, el loco y el poeta saben que nos dirigimos a ellos porque usamos un vocativo. Y los vocativos obligatoriamente deben ir separados del resto de la frase por una coma.

El titular deportivo que provocó la resignada declaración de Mayoral debía haberse escrito ¡Bravo, Chile! ¡A por la coma del vocativo, lectores!

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