Rosa me regalaba jabones

Rosa había nacido con una estrella luminosa en su corazón y destilaba bondad y amor por todos sus poros

Un día Rosa me dejó un paquete de jabones exquisitos en su casa con una nota muy simpática donde me decía que su marido también era adicto a los jabones. (Luiggy Morales)

Ella quedó en venir a visitarme con su marido a Casa de Teatro y hasta me dijo: "si él no tiene tiempo, voy con Carolina que le gustan esos canes". Le prometí unas longanizas con fritos verdes y hasta llegué a preguntarle si le gustaba la música o el teatro, para hacer que coincidiera su visita con algún espectáculo. Me contestó muy gentil que conmigo era suficiente.

A Rosa la conocí cuando éramos padres Loyola. Ella e Hipólito eran muy activos y muchas veces coincidimos en actividades. Hipólito era un tipo especial, ocurrente y ella lo secundaba en todo. Me impresionaba que, a pesar de ser tan diferentes, se llevaran tan bien. Pasaron los años y ella se convirtió en primera dama del país, pero el título le sobraba pues lo era desde que vivía en Gurabo. Rosa había nacido con una estrella luminosa en su corazón y destilaba bondad y amor por todos sus poros.

Estaba de viaje cuando me llego la noticia. Fue un golpe duro, sentí que el ángel que era ella lo había llamado nuestro Dios a ocupar su puesto en el cielo. La primera impresión fue de incredulidad, del dolor que producen los seres queridos cuando se van sin despedirse, como si supieran de antemano que no era necesario, que así sería menos doloroso para todos.

El Museo Trampolín ha sido su obra, estaba orgullosa de él, y cuando la visité una vez me hizo recorrerlo explicándome minuciosamente todo lo que allí sucedía. Sus ojos brillaban cuando enumeraba los detalles y las cosas que iba logrando.

Estoy seguro de que Rosa no ha muerto, el solo pensarla la mantiene viva, por alguna razón siento su sonrisa, su hablar pausado, su permanente alegría.

Una vez, no se dónde, dije que me gustaban los jabones perfumados. En esa época ella era la esposa del presidente de la República y frente a mi casa vivía Zobeida, su prima, la esposa de Vitico, y como ella no encontró mi apartamento me dejó un paquete de jabones exquisitos en su casa con una nota muy simpática donde me decía que su marido también era adicto a los jabones y que cuando se bañaba tenía varios en el baño. Me dio mucha alegría pensar que, en algún momento, el presidente de mi país y yo olíamos igual, eso luego se lo comenté cuando al encontrarnos nos dimos un abrazo.

Hace unas semanas la fui a visitar y grande fue mi sorpresa cuando me entregó una bolsa llena de jabones de todos los tipos que por meses había ido guardando para dármelos. Había de todos los olores. Esa era Rosa.

No necesito bañarme para recordarla, la tengo siempre en mi corazón viva y feliz, disfrutando del reino.

El otro día fui a visitar a su hija Carolina, pensé en llevarle algún detalle, como hacen los caballeros cuando visitan, pero no se me ocurrió nada. Luego de los besos y los abrazos, y alguna que otra lágrima, ella me entregó una bolsa de jabones mientras me decía: "Sigo la tradición para que no la olvides nunca". Me fui rápidamente, no me gusta que me vean llorar, aunque esta vez de una hermosa emoción. Con esta  columna quiero rendirle un homenaje, sencillo como ella… Rosa, amiga entrañable.

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.