Cultura del caos

Los niveles de violencia que estamos viendo, más allá de la percepción, nos hace pensar que vivimos en el salvaje oeste

Necesitamos salir de esta cultura del caos para crecer como país y desarrollarnos como individuos y como nación. (Shutterstock)

Creo que como sociedad estamos descendiendo al punto más bajo. Los niveles de violencia que estamos viendo, más allá de la percepción, nos hace pensar que vivimos en el salvaje oeste, con énfasis en lo de salvaje.

Cada día somos más los que pensamos que hay algún tipo de beneficio en que las cosas sigan así.  Que no haya orden en el tránsito, en los servicios esenciales, en la educación, la salud, en la seguridad ciudadana y un largo etcétera, en perjuicio del ciudadano medio que solo quiere vivir en paz.

La gente tiene derecho a organizarse, a tener una agenda, a no vivir en permanente zozobra. Si sales a caminar, primero tienes que asegurarte que no lleves nada encima que merezca un atraco y, cuando finalmente llegas a la calle, debes encomendarte a todos los santos para que no te lleve un motorista que entiende que la acera también le pertenece. 

Resultan impensables los niveles de violencia verbal y física que estamos viendo por todos los medios y las plataformas. Las redes sociales parecen un estercolero o un escaparate de gente vendiendo carne o vendiendo sueños.  La música incita a algo más que al baile, las escuelas dejaron de ser un espacio seguro para los niños, los medios abiertos se aprovechan para no filtrar ni lo que norma la decencia y nadie los controla.  En nombre de la libertad se comenten todos los días multitud de abusos. 

Las estadísticas hablan de un número creciente de los niveles de violencia intrafamiliar. Nos indignamos por diez segundos porque un animal arrastra a una mujer a la vista de todos, pero seguimos con nuestra vida, hasta el próximo animal y la próxima víctima.  A esa violencia, que hemos normalizado, se suma la violencia vicaria y contra los ancianos.  Lo peor es quien intenta justificarlo, pero la realidad es que se cuentan por miles las familias que no lograran superar el estigma y el dolor.

Y hablando de estigmas, ¿cuándo comenzaremos a hablar en serio de la salud mental? El número de suicidios y de casos de depresión profunda, ansiedad permanente, ataques de pánico, siguen aumentando.  Muchos ven relación directa entre el aumento de los casos de violencia y la poca atención a la salud mental.  Yo agrego que debemos enseñar a detectar las conductas abusivas y las personalidades tóxicas para evitar entrar en esos círculos que solo dejan heridas y muchas veces muerte.

Lamentablemente, la clase política no colabora.  En lugar de poner atención a lo importante, en el congreso se pierde el tiempo poniendo nombre a calles o proclamando la yuca como vívere esencial, que no digo que no tenga méritos, lo que no es urgente. Aparte, la gente recuerda que el último debate político dominicano se realizó a principios de la década del 60 y a partir de ahí, abundan las acusaciones sin proceso, las promesas incumplidas, los voceros sin discurso y la corrupción rampante.  

Tampoco colaboran algunos personajes, influencers, gente en los medios que han apostado a la división como discurso. Si no estás de acuerdo, estás en su contra y los argumentos no cuentan.  Todo se vale siempre y cuando suba el rating. Lo que esos genios no terminan de entender es que sembrando odio terminarán cosechando una violencia que no podrán manejar, porque esas masas incendiarias e insurrectas que hoy aplauden como focas se volverán en su contra, respondiendo a otros estímulos.  Les falta conocer un poco de historia para comprender que ningún régimen basado en el odio, la división y la discriminación ha sobrevivido en el tiempo.  

Necesitamos paz. Necesitamos salir de esta cultura de caos para crecer como país y desarrollarnos como individuos y como nación. Necesitamos hacer conciencia de que vamos camino a un despeñadero si no paramos a tiempo.

Si no lo hacemos, dejaremos este país a gente que no se lo merece. 

Comunicación corporativa y relaciones internacionales. Amo la vida, mi familia y contar historias.