El sembrador salió a sembrar
A lo mejor no sabes que todos los días sales a sembrar con tu ejemplo, con tus palabras, con tu trabajo
Para quien comparte estas historias con ustedes, la parábola del sembrador, que aparece en tres de los evangelios sobre Jesús en la Biblia, es una fuente constante de revelaciones. Y así, tan simple como parece, se va desdoblando en complejidad y sabiduría en cada lectura.
La última vez que la leí, coincidió con una reunión de trabajo con un dominicano extraordinario. Estábamos conversando sobre la labor social que realiza a través de una fundación y la plática derivó, por insistencia mía, a sus logros como montañista y deportista de élite. Aunque yo conocía gran parte de esos éxitos, algunos muy documentados, no conocía que su amor por las montañas y el respeto de la naturaleza le fue inculcado cuando jovencito por un profesor de su colegio, que se convirtió en maestro y mentor para toda su vida.
Me quedé pensando en el impacto de esa “siembra” en el corazón de este hombre que ha cosechado en grandes alturas del planeta, poniendo nuestra bandera en lo más alto.
En este caso, y salvando las distancias con Jesús, o quizás imitándolo, este profesor salió a sembrar. En su camino encontró cientos de estudiantes y les sembró la misma semilla de amor por las montañas. Imagino que algunos no le hicieron caso; otros, se quedaron en la clase por educación. Algunos más dijeron que la discoteca era más divertida que pasársela caminando entre el monte y se fueron. Pero solo bastaba que uno poseyera en su corazón la buena tierra para que esa semilla prendiera y diera frutos en abundancia. De esa cosecha, han salido grandes hombres y mujeres, me consta.
A lo mejor no sabes que todos los días sales a sembrar con tu ejemplo, con tus palabras, con tu trabajo. Esas semillas encuentran cabida en los corazones de tus hijos, hermanos, compañeros de trabajo, sociedad. Y de alguna forma impactan y transforman la tierra donde caen.
Procura sembrar la buena semilla. Aunque el resultado no dependa enteramente de ti, sal a sembrar y riega la semilla.
Sé siempre un sembrador de vida, de fe, de solidaridad. Siembra semillas de excelencia y responsabilidad en tus hijos, no importa a lo que se dediquen. Hay siembras que hay que realizar en la niñez, pero no descuides mientras crecen. En estos tiempos no hay garantías.
Sé un sembrador de sueños. La vida se abona con aquello que anhelamos y nos hace avanzar. No descartes los anhelos de tus hijos porque te parezcan descabellados. Aliéntalos, quizás no alcancen sus sueños, pero siempre recordarán que no estuvieron solos en la lucha.
Sé un sembrador de esperanzas. Todos los días hay algo que mejorar. Mejora tú primero. Denuncia, haz ciudadanía responsable. Y sin caer en los extremos que separan, sé parte del cambio. El mundo no va a cambiar con decir palabras bonitas, lo hace con buenas acciones que se repiten muchas veces. Haz un alto en el camino para recordar y agradecer quién sembró esa semilla en tu corazón. ¿A quien viste haciendo buenas obras que hoy te motivan a continuar un legado o iniciar uno propio?
Sé un sembrador de buenas obras. En la naturaleza, el que siembra una semilla de mango, cosecha una planta que da miles de frutos por muchos años. Cuando siembras cosas buenas, recibirás en mayor proporción lo que has entregado a la tierra. Es un círculo virtuoso interminable y hermoso. Eso sí, los buenos sembradores saben que a veces la cosecha no tiene precio material, pero tiene un inmenso valor.
Si no tienes nada que hacer en este sábado de diligencias, haz un aparte contigo mismo y piensa en lo que estás sembrado y en la buena tierra que tienes delante. ¡Comienza hoy!
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