Cotorra de la Hispaniola al borde de la extinción

Quienes compran pichones de cotorra son más culpables queaquellos que saquean los nidos

La cotorra de la Hispaniola figura en la categoría de amenaza vulnerable.
Santo Domingo. Hace unos años, mientras daba una charla sobre nuestra cotorra endémica (Amazona ventralis), en una escuela secundaria, para que los estudiantes comprendieran la crueldad que significa criarlas como mascotas, usé este símil: Imaginen que llega a nuestro planeta una nave con extraterrestres y estos deciden capturar niños para criarlos en su planeta, porque son inteligentes, cariñosos y hablan, no sin antes cortarles una pierna para que no escapen. Ese es el equivalente a cortarle las alas a un ave de largo vuelo como la cotorra. No había terminado la frase cuando una de las estudiantes estalló en llanto. Otra niña me explicó la reacción de su amiguita: "Profe, es que ella tiene una cotorra en su casa"; a lo que la aludida respondió, todavía arrasada en lágrimas, "Es que yo no sabía, yo no sabía. Pero yo la quiero y la cuido mucho".

Como mi intención no era crearle un trauma, le expliqué que ella no era culpable de nada, pues criar cotorras era una costumbre muy vieja en el mundo, pero le recordé que cuando decimos amar a alguien, más importante que el placer que nos produce el amor que sentimos, son las consecuencias que dicho amor pueda tener sobre el objeto amado. En el caso de las cotorras, nuestro "amor" conduce a la muerte ecológica del animal, ya que le negamos su derecho a reproducirse naturalmente en libertad, y la condenamos a vivir en un ambiente extraño, arrastrándose como un inválido y repitiendo las tonterías que oye en la casa.

Mi primer intento de reproducir cotorras en cautiverio fracasó, pues una hembra que había sido criada como mascota pero parecía apta para la reproducción e incluso había puesto huevos, rechazaba a los machos de su especie e insistía en aparearse conmigo. Amor imposible que refleja la magnitud del daño que les infligimos por criarlas fuera de su ambiente natural. La alienación era tal, que esta hembra ni siquiera sabía que era cotorra.

La cotorra de la Hispaniola, otrora abundante en toda la isla, todavía conserva poblaciones importantes en muchas regiones del país, pero figura en la categoría de amenaza "vulnerable", lo que significa que si las circunstancias actuales no cambian y seguimos destruyendo su ambiente y robando sus pichones, que "si esta procesión no dobla", pasará a la categoría de "en peligro crítico" y en menos de una década, la imagen de grandes y bulliciosas manchas verdes surcando nuestros valles, será sólo un recuerdo que evocará con pesar nuestra nostalgia. En un exquisito, pero poco conocido cuento de Juan Bosch ("El Turco se llamaba.."), se narra que a finales del siglo XIX había tantas cotorras en los hogares de Barahona, que cuando llegaba un barco al puerto alguien gritaba "vela, vela", y las cotorras lo repetían llevando la buena nueva a toda la ciudad.

Cómo la gente cría cotorras como mascotas porque "hablan" y son inteligentes y cariñosas, recomiendo a esas personas adquirir un televisor que lo hace en varios idiomas. Si además necesitan afecto, que consigan una novia o un novio o adopten un niño, pero que dejen a las cotorras libres en el monte, que es el único sitio en que pueden realizarse a plenitud.

La campaña iniciada por el Grupo Jaragua y otras organizaciones, cuyo afiche ilustra este artículo, ataca el origen del mal: el ciudadano irresponsable que compra pichones y mantiene el tráfico y saqueo de los nidos.

La divisa de Sor Juana Inés sigue vigente: ¿O cuál es más de culpar,/aunque cualquiera mal haga:/la que peca por la paga,/o el que paga por pecar?

guerrero.simon@gmail.com