Paradores fotográficos; sentimiento artístico que impulsa el turismo identitario

El turista y criollo se puede fotografiar en Hato Mayor, La otra Banda de Higuey, Bayahibe, La Entrada, Cabrera, Samaná, Sabana Larga...

Parador fotográfico de Nagua, tierra del merengue típico y apambichao (Palm Beach) (César Jiménez)

De concreto (relleno en hormigón) o en metal; los paradores fotográficos se han convertido en la sensación novedosa que permite a criollos, visitantes locales y turistas internacionales colocarse en sus vistosas estructuras, apoderarse de sus colores, emblemas y hasta montarlos, sugiriendo un andamio idóneo que facilita un ángulo contrapicado: poder y reconocimiento para colgar en las redes.

Estos elementos que representan la pictórica turística, social, cultural y antropológica de la República Dominicana es una iniciativa de promoción y difusión del sabor y sentir de las más recónditas comunidades, sus tesoros inmateriales y humanos, y cada componente que le distinguen en esencia de otros grupos sociales que se expresan entre similitud: “la dominicanidad”, sin embargo, en esencia muestran riquezas irreplicables y genuinas.

Los coloridos “muros, letreros o vallas de bienvenidas” implementados para recibir, orientar o acoger a los que penetran a las inconmensurables bellezas ecoturísticas, agropecuarias, históricas, de la biodiversidad en la fauna y flora, acaparan la atención de toda persona que se sensibiliza hacia el “turismo comunitario sostenible”, con acento idiosincrásico, que se perpetua en las memorias andariegas intransferibles episodios vivenciales de las habitudes pueblerinas y comunitarias de Quisqueya La Bella.

En este 2019, algunas instalaciones hoteleras han incluido entre sus atractivos espacios de entretenimiento las rimbombantes tipografías que enaltecen la esencia del trópico, del acordeón, la guira y la tambora, de la tierra del mangú (man good) y del yaniqueque (Jhonny Cake), tonalidades tan dominicanas que enamoran al turista y consagran al criollo con su carta de identidad. Con un gran plano general el viajero se puede fotografiar componiendo sus recuerdos en un encuadre entre el paisajismo agreste y auténtico caribeño, su verdor y amarillento fulgor sobre el atlántico y el Mar Caribe, en algún rinconcito del país deslizarse por tirolesa, acampar en montañas álgidas a mil metros y degustar sus productos agrícolas y propios de su cosecha.

Parador identitario de los encantos de Cabrera, Cibao Nordeste. Por (Fuente Externa/Cómplices/MITUR)
El parador es alusivo a Laguna Gri Gri con sus especies marinas y recursos naturales, sede del único Carnavarengue del país. Por (Fuente Externa/Cómplices/MITUR)
Barahona en su litoral María Montez exhibe su parador con una mezcla de colores propios del mar. Por (Fuente Externa/Cómplices/MITUR)

El turismo y la plástica

La fotografía turística

El turista del siglo XXI, posee un perfil vivencial que se retrata en cada una de sus experiencias individuales y como estampa sempiterna se capturan a través de la luz y un obturador de la cámara fotográfica, que, dependiendo la iluminación del día o nocturna; brinda al viajero, trotamundos, cosmopolita o aventurero, gratos recuerdos de sus paradas, destinos y viajes.

De lo que ve, siente y saborea.

Y así, como si se tratase de mezclar emociones y compartirlas, también requiere de conexión remota de internet y, colgadas, las fotografías en sus muros o redes sociales sirven como acreditación de un pasaje de ida a la felicidad y el conocimiento de nuevos lugares, habitudes y estilos de vida convertidos en atractivos o imanes que evocan lo desconocido, existencial y diferente. La hiperconectividad es requisito indispensable para departir las historias y aromas que se compilan en el imaginario popular y transmitirlo de manera globalizada.

En el turismo, una foto endosada a la narrativa crónica o expositiva resulta ser el acuse experiencial de que nadie le contó, comentó o hizo alardes de sus disfrutes personales, porque cada turista, visitante o andariego interpreta el paisaje, el mar, las palmeras, la fauna y flora; como parte de la biodiversidad del ecosistema universal, de manera muy peculiar. Mima su paladar con inventos culinarios originales ‘en su tinta’ dulce, salada, combinada: agridulce; en cremas o sin ellas, imperdibles combinaciones que cautivan al más exigente comensal o viajante.

En el caso de los paradores o letreros turísticos, la fotografía es el umbral hacia lo que augura al turista que se desplaza a un punto geográfico por ocio, curiosidad, diversión, entretenimiento, conocimiento, intercambio cultural o descubrir modos distintos a la cotidianeidad, son la garantía de ir, regresar y recomendar acercarse a esas localidades inquietas o pasivas, a temperaturas muy altas o bajas.

Una recomendación sobresaliente al montador de paradores, al fotógrafo o turista, cuando se desplace a cualquier destino o polo turístico, “actívese en modo avión, y váyase a volar”.

DNPT y Turismo Interno

La Dirección Nacional de Promoción Turística, en su directora, Milka Hernández, en su ponencia titulada, “República Dominicana, País Turístico”, ha mantenido constantemente la difusión del turismo como actividad innata de los dominicanos que por medio de los atributos humanos, sociales, históricos, antropológicos y religiosos han transmitido sus esperanzas, luchas y chispa a los extranjeros, le ha enraizado al criollo su amor por lo dominicano y la manera más original de compartirlo a través de sus habitudes, herencias culturales y modos de vida. Más que una fuente de recursos mercuriales, el peregrinar turísticos es un sacerdocio que hace devoción a los tesoros endémicos de la Isla del Merengue, del Béisbol, de cantautores y más talento.

Del turismo inclusivo alentó que: “Las personas con discapacidad, también tiene su espacio en centros turísticos con senderos ambientados por sensores para sensibilizar a la integración de personas con deficiencias auditivas y de la vista, pudiendo tocar y aprovechar los contenidos y sonidos recreados en acuarios, museos y jardines botánicos, valorando la prominencia ecológica y natural del Jardín Botánico Nacional de Santo Domingo, Dr. Rafael María Moscoso, y del Janico y de Santiago; exhibiendo espesura con base en vegetación silvestre preservada”.

República Dominicana, actualmente, es un paraíso obligado en la agenda de “viajes y experiencias vernáculas”, fortificando su oferta turística con la expansión de elementos y estrategias que fecundan en nuestros turistas un halo sorpresivo y emocional, sin embargo, hace días analizo mi felicidad y lo ufanada de nacer y vivir en “Quisqueya La Bella”, La Bonita, La de Tatica, La del acordeón, “en modo turismo, sin parangón”.