De cómo Wilfrido Vargas conoció a Pedro Mir, el Poeta Nacional

Retrato de Pedro Mir, obra de Miguel Núñez (Colección de Pedro Mir)

BOGOTÁ, COLOMBIA. Me obligo a comenzar estas líneas, citando las primeras palabras que pronuncié, cuando debuté como colaborador en este diario: “En esta etapa de la vida, en la cual no pienso dejar de hacer lo único que sé, que es música, también quiero dar rienda suelta a una pasión que he llevado por dentro, durante mucho tiempo: escribir. Quiero advertir que, todo lo que exponga es sólo mi opinión personal, mi punto de vista. El de alguien que ha dedicado toda su vida a la música, por lo que me tomaré el derecho de decir lo que pienso y publicarlo”.

Menciono lo anterior, ya que este artículo será una confesión, mi confesión. La necesidad de mi alma por contar lo que nadie sabe, por compartir, 30 años después, las palabras de uno de los hombres que puso a la República Dominicana en el mapa de las letras a nivel mundial. Por ello, voy a develar la entrevista, detrás de la entrevista, que sostuve con uno de los seres más sublimes que he conocido. Fueron, tan solo, 15 minutos. Tal vez, los 15 minutos menos conocidos en la historia de la televisión de mi país, pero, aún así, parte del tiempo más valioso de toda mi existencia, porque en dicho tiempo, aprendí el secreto que se oculta detrás del encanto de la poesía y cómo hacer de esta la sustancia misma de la vida.

Por lo tanto, querido lector, esta es una licencia que me doy de hacer una interpretación difusa de sus respuestas, pero precisa en su sentido. Lo digo, porque no es verdad que yo pueda tener en mi memoria, 30 años después, de forma literal, lo que Pedro Julio Mir Valentín, me dijo, palabra por palabra. Por lo cual, esto, es una adaptación interpretativa de lo que él contestaba a cada una de mis inquietudes.

Siendo así, aquí presento un homenaje sincero, al poeta nacional: ¡El señor Pedro Mir!

El poeta en el programa “Con Wilfrido”

Cuando conocí a Don Pedro, tendría unos... 40 años de edad y conducía un programa al que se le llamó “Con Wilfrido”, aquí desfilaron todo tipo de personalidades: Científicos de la talla del colombiano Manuel Elkin Patarroyo, quien, en su momento, creó y donó, a la Organización Mundial de la Salud, una vacuna sintética contra la malaria. También tuve el honor de entrevistar a Radhamés Gómez Pepín, una gloria del periodismo en la República Dominicana. Presentadores dominicanos, emblemáticos e históricos, como: Freddy Beras Goico y Yaqui Núñez del Risco, igualmente.

El día de la entrevista me temblaban las rodillas, aunque Euri me había entregado las preguntas que se le harían a Don Pedro, y que ya me sabía de memoria y, aun así, a pesar de haberlas ensayado y una y mil veces, estaba muerto del susto y no dejaba de preguntarle a la asistente del programa:

-Dime la verdad, ¿es cierto que viene Don Pedro Mir...? - ¿O esto es una broma de Euri? –

A lo que la muchacha me contestó:

-Don Wilfrido, no es un chiste, es en serio que el señor Pedro Mir, viene para el programa–

Pasados casi 10 minutos, en los que yo me dediqué a “embotellarme” aún más las preguntas, la asistente viene, me interrumpe y me dice:

-Don Wilfrido, el señor Pedro Mir, viene entrando –

Confieso que me quise esconder, pero... ya era demasiado tarde. Cuando giré a ver, sobre mi espalda, descubrí a ese señor de lentes que se me acercaba. Siempre me había preguntado ¿cómo se vería un poeta en la vida real?, no en una foto, un cuadro o por la televisión, sino en vivo y en directo.

Cuando Don Pedro Mir estuvo a la distancia de un apretón de manos, lo primero que me impresionó fue detallar a ese hombre delgado y fino, de aspecto familiar y agradable. Un señor cotidiano y sencillo, ajeno a toda pretensión, distante a cualquier arrogancia e inmune a los halagos. Un hombre que me trató con una humildad que no me esperaba. Lo segundo que me desarmó fue su saludo:

-Wilfrido, gracias por tu invitación, qué bueno que estés interesado en estas cosas. Tienes que saber que me gusta mucho tu trabajo, tu refinamiento, tu buen gusto –

No contesté a sus elogios, al contrario, un poco desesperado me precipité a hacerle preguntas con la franqueza de un niño. Y sentí que eso, a él le gustó.

-Verá, Don Pedro, cuando me dijeron que usted venía al programa, no me lo creí. Y es que jamás pensé que iba a tener frente a mí a un poeta –

-No es para tanto, Wilfrido – Me dijo.

Yo le quería hacer mil preguntas, pero había que grabar el programa y no teníamos tiempo. En ese momento, y como caída del cielo, se acercó la asistente y nos comentó:

-Don Wilfrido, disculpe, pero tenemos problemas con unas luces y vamos a tener que esperar 15 minutos más –

Vi el cielo abierto; ya que eso, que para ella resultaba una mala noticia, terminaba siendo una gran oportunidad para mí. La asistente se alejó dejándome a solas con Don Pedro. Yo me acerqué a él y con un gesto lo invité a sentarnos en los mismos asientos en los que, luego, haríamos la entrevista formal, y ahí, sin más ni más, me lancé con toda mi sinceridad:

-Don Pedro, antes de que comience el programa, quiero hacerle algunas preguntas que son para mí y que no pueden ser para la entrevista, es una cosa aquí, entre usted y yo... ¿Usted me permite...?–

Me miró como a un niño que no para en preguntar de todo: ¿Por qué sale la luna... o por qué sale el sol...? Es más, creo que le dio gracia y por eso accedió. Ahí arranqué.

Lo primero que le conté, para entrar en materia ¡en esa materia de la que está compuesta la sustancia de Wilfrido Vargas!, fue que desde los 9 años, siempre me porté distinto, me sentí distinto y fui distinto. Le conté también que cerca de mi casa, en Altamira, en una esquina, siempre se paraba un intelectual trastornado a hablar de todo y de nada, pero lo hacía lindo- Todo lo que decía me interesaba, lo encontraba bello y distinto, aunque no tuviera sentido. Yo era el único, nadie más le prestaba atención. Pero yo... yo me extasiaba al escucharlo hablar, aunque no comprendía casi nada de lo que decía. Aún así, no cambiaba los desvaríos de ese loco por los saltos y los brincos en el parque de los niños. Entonces, le pregunté: - ¿Por qué, si yo, que no vengo de una familia de intelectuales, que jamás he escrito una poesía, por qué...? ¡¿Cómo es posible que me guste tanto el buen hablar! y las cosas bien expuestas?! –

Él sonrió con ese gesto de buen abuelo, acomodó sus gafas y me dijo algo así como:

-El buen hablar es como la buena música, y la palabra es eso; una sonoridad que puede ser grata o no. Tú tienes un talento para la música y la música se diferencia del ruido. Así, para que un sonido sea música, ese estímulo auditivo tiene que ser agradable para el oído humano. De esa misma forma pasa con las palabras al escribir una poesía

- ¿Y qué es la poesía, Don Pedro? –

Entrelazando sus manos, y con una actitud en la que le restaba todo misterio al tema, me contestó:

-La poesía es solo una forma de decir las cosas –

Yo, me quedé esperando mucho más; pero él, desde su sencillez, árida de arrogancia, me lo había dicho todo. Como haciendo honor a esa máxima de la elegancia que reza: “Mientras menos... más”

Entonces le pregunté:

-¿Y cómo es posible que un niño, de tan solo 9 años, sintiera embeleso y encanto por la gente que hablaba con términos poéticos y figurativos? –

- Te lo voy a explicar ahora, que no tienes 9 años: Si la palabra que se pronuncia, además de su elegancia, es dicha con elocuencia y sometida a una lógica, a una estructura interna, puede ser cautivante y el niño eso lo siente –

¿Para qué sirve?

Cada palabra que me decía, estaba llena de verdad. Entonces, me preparé para hacerle una enorme confesión:

Sin el valor de mirarlo a los ojos le dije: -Siempre he soñado con ser escritor de libros, algún día. Pero, no tengo formación intelectual, solo la necesidad de decir cosas, aunque he escrito algunos artículos para el Listín Diario, los que por suerte me han publicado. –

- Wilfrido, para escribir, no se necesita tener formación o ser un intelectual, sino tener qué decir y tener sensibilidad – Me contestó.

-Don Pedro... antes de que vayamos al aire... la última pregunta: ¿Dígame, para qué sirve la poesía en la vida práctica? –

Ese hombre maravilloso, alzó su mirada, meditó por unos segundos. Luego me respondió:

-Wilfrido... solo te puedo decir...

Pero, en ese preciso instante, en ese segundo que jamás acabó, la asistente del programa llegó a nosotros y nos dijo.

-Don Wilfrido, no los quería interrumpir pero... es que hace rato que estamos listos y nos toca grabar de inmediato porque nos prestaron las luces y hay que devolverlas, así que ya todo el equipo está en sus puestos. Vamos al aire.

Yo miré entorno al set y descubrí las miradas fijas de camarógrafos, coordinadores y el equipo técnico. Todos, al parecer, llevaban un buen rato observándonos y esperando la orden para comenzar. Don Pedro me miró, y con su gesto lo dijo todo: -Tenemos un compromiso que cumplir.–

Fue entonces que miré al coordinador y como si me arrancara a mí mismo de un sueño, del que no quería despertar. Le hice un gesto, el cual comprendió y seguidamente se escuchó en el set:

-Silencio, por favor... grabando en: 5... 4... 3... 2...-

Una pregunta en el aire

Han pasado 30 años ya, desde ese momento, y Don Pedro Mir nunca me respondió aquella pregunta. Murió sin que tuviera la oportunidad de volverlo a ver. Y aún me sigo preguntando, qué sería lo que estuvo a punto de decirme en ese instante. ¿Qué sabor se perdió en el menú de mi vida ese día...? Jamás lo sabré.

Sin embargo, hay un consejo que quiero compartir contigo, amigo lector, antes de que nos suene el 5... 4... 3... 2... que a veces da la vida, sin previo aviso; y es que: hagas de cada día un poema, no importa si lo haces con palabras, con música, con barro, con una brocha pintando casas, con un cepillo lustrando zapatos, con un acordeón o una tambora, la poesía está en todos, y hay poesía en todo; porque ella es la forma para reconciliarnos con lo más recóndito de la existencia, permitiéndonos penetrar en los misterios del ser humano. Porque luego de conocer a Don Pedro Mir, puedo concluir que la grandeza está precisamente en la simpleza. Que la poesía no es fácil, pero tampoco imposible. Que el talento es distinto al estudio.

Conozco gente, como Glauco Then, (el compadre de mi hermano Juan Vargas), que se va en llanto porque su sensibilidad no resiste el espectáculo de una puesta de sol. O gente que se queda extasiada con la simple contemplación de un cuadro que ni siquiera comprenden. Eso me sucedía, y aún me pasa cuando pienso en Pedro Mir, ya que ese hombre era la definición del orden puesto al servicio del entendimiento, de una forma elevada, sin vulgaridad y sin ordinariez.

Por ende, la exquisitez se da cuando cada cosa adquiere una dimensión particularmente llamativa, o particularmente sensible, o particularmente deliciosa al oído, al tacto, al olfato, a lo que sea, pero particularmente intensa, grata, y duradera. Y así, debe ser la vida de cada uno de nosotros: profunda, intensa, completa, como lo sería un buen poema.

Amigo lector, esta era la confesión que quería compartir contigo, la lección de vida que aprendí del hombre al que todos llamaron “El poeta nacional”. Ese Goliat, sin un David, que me enseñó una de las lecciones más importantes de toda mi vida, y es que “sentir no se estudia”.

Ahora, si lo deseas y me lo permites, te quiero invitar a que te goces una parte de la entrevista que salió al aire, a que aceptes esta invitación a la mesa de lo que fue mi programa y a que degustes a este hombre singular que fue Pedro Julio Mir Valentín.

Bienvenido entonces, a: ¡Con Wilfrido...!