Y la Navidad se rinde al Mesías de Haendel

El Mesías se ha representado ininterrumpidamente y es, aparte de patrimonio de la humanidad entera, la obra navideña por excelencia

Compuesta como un oratorio, desde el día de su estreno El Mesías, de Haendel se convirtió en una verdadera apoteosis. (Fuente externa)

Georg Friedrich Haendel (23 de febrero de 1685-14 de abril de 1759), compositor alemán, nacionalizado inglés, es considerado una de las figuras cumbre de la historia de la música, especialmente la barroca, y uno de los más influyentes compositores de la música occidental y universal.

Haendel siempre coincidió con el público, prefiriendo El Mesías de entre todas sus obras. Compuesta como un oratorio, desde el día de su estreno se convirtió en una verdadera apoteosis. Consciente del extraordinario valor de aquella obra, el propio compositor decidió destinar todas sus recaudaciones a obras de caridad. Desde ese momento, El Mesías se ha representado ininterrumpidamente y es, aparte de patrimonio de la humanidad entera, la obra navideña por excelencia, escrita en inglés y con una duración de más de dos horas y media.

En 1741, Haendel atravesaba una época difícil: problemas de salud y un ataque de parálisis le obligan a reponerse en un balneario. Su compañía de ópera está en quiebra y se encuentra agobiado por las deudas. Decide no volver a componer óperas. Lord William Cavendish, lugarteniente del rey en Irlanda, le invita a ir a Dublín, algo que el músico no se piensa dos veces. Deja atrás Londres, que ya no le es agradable, y llega a la pequeña isla a finales de otoño. Pero antes de partir ha querido escribir una obra en homenaje a Irlanda, nación que le parece generosa y noble, y así se embarca con un nuevo oratorio.

Irlanda es una sorpresa, la gente lo admira sin reservas, pues solo ha llegado hasta allí su fama y no el desprestigio de Londres, del cual acaba de escapar, se reencuentra con viejos amigos. Tiene una residencia a su disposición que está muy cerca de una sala de conciertos de reciente construcción cuya acústica resulta muy de su agrado y donde pronto sonarán sus obras.

Con unos cantantes de primera línea y una estupenda orquesta, ofrecen seis conciertos con sus obras, el entusiasmo con que son acogidos hace que se repita la serie.  Pronto empiezan los preparativos para estrenar el nuevo oratorio que ha traído consigo. El 12 de abril de 1742, un auditorio de setecientas personas escucha por primera vez El Mesías en Dublín, en un concierto con fines caritativos. El éxito es tan grande que Haendel llega a verlo repuesto varias veces antes de volver a Londres. Una vez allí podría esperarse de nuevo el ambiente de conjura pues, al fin y al cabo, los triunfos cosechados en Irlanda nada importan en la vieja Inglaterra; de hecho, se considera blasfemo que una obra titulada El Mesías se interprete en un teatro y hay que cambiarle el título de forma provisional por “Sacred drama”. Sin embargo, el estreno londinense inclina la balanza a su favor, puesto que el rey Jorge II se pone en pie al escuchar el célebre «Aleluya» de la segunda parte (la leyenda sostiene que lo hizo emocionado, pero hay quien especula con que se confundió, tomándolo por un himno, de ahí la señal de respeto. De ser así no andaba muy perdido, ya que Haendel había usado anteriormente ese tema, en un himno. Los presentes lo imitan y las voces que hablaban contra él tienen que silenciarse por largo tiempo. Desde ese momento y hasta la pérdida de su visión, en 1753, Haendel lo dirigiría todos los años, a beneficio del Hospital Foundling. Con este oratorio el compositor logró en vida la inmortalidad que sería denegada a los colegas de su tiempo, y algo más increíble aún: que una obra barroca fuese interpretada ininterrumpidamente desde el día de su estreno hasta hoy. El Mesías fue escrito en veinticuatro días, entre el 22 de agosto y el 14 de septiembre de 1741, pero en ningún momento hay en su música indicios de prisa o falta de acabado.

El Mesías toma un texto de Charles Jennens, adaptado de la Biblia y se divide, en tres partes perfectamente diferenciadas. En la anotación introductoria a la primera edición de la obra, publicada tras el fallecimiento de Haendel, se señala lo que puede ser el propósito del oratorio «En Dios está todo el tesoro del conocimiento y la sabiduría».

Comienza con una obertura de gran serenidad y placidez, a la cual le siguen las profecías del Antiguo Testamento en que se anuncia la venida del Mesías. La mayor parte de este material proviene del libro de Isaías. De Isaías se pasa a Ageo y Malaquías. Se alternan números vibrantes con otros de gran languidez, pasando, en algunos casos, de un estado de ánimo a otro sin transición en la misma pieza, la profecía que comparten Isaías y Mateo, «Ved que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y éste se llamará Emmanuel».

El número 13 es una sinfonía que divide en dos la primera parte, para diferenciar el lado profético, de su cumplimiento, a través del relato de Lucas de la natividad de Cristo, cuando el ángel se dirige a los pastores, uno de los pocos momentos descriptivos del oratorio. El coro expresa las alabanzas de los ángeles y retoma a los antiguos profetas, Zacarías e Isaías, además de Mateo.

La segunda parte carece de dúos, prosigue el mismo esquema  de arias y coros. Aquí el compositor incorpora cinco salmos del rey David en los que se alaba a Dios con vehemencia. El coro con el que inicia nos trae de la liturgia católica el «Agnus dei» («Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»). La languidez de numerosos momentos de la primera parte se ha ido perdiendo y la música adquiere, en efecto, un aire profético, pues presagia esa explosión de solemnidad y triunfo del último número de esta parte, cuando las escrituras se vean hechas carne. Es sorprendente descubrir cómo algunas partes son ya puro clasicismo. Hacia el final de esta parte Haendel recurre al procedimiento de que los distintos solistas canten varias veces seguidas un mismo número. Estas repeticiones, muy propias de la época, quizás tenían por objeto resaltar un momento concreto del que el compositor estuviese muy orgulloso, acaso para que el público lo memorizara de una sola vez. Los números anteriores al «Aleluya» son breves, aguardando la apoteosis. El «Aleluya» es la parte con la que todos los oyentes identifican no solo a este oratorio, sino a la propia obra completa de Haendel.

La tercera y última parte es la más breve, con apenas una decena de números. El comienzo del oratorio remitía a las profecías del Antiguo Testamento sobre la venida de Cristo y su parte central era más o menos una evocación de la natalidad, la tercera implica el largo período de tiempo transcurrido, toma textos de la carta a los Corintios y Romanos de San Pablo y el Apocalipsis del Nuevo Testamento. La muerte de Cristo implica un aire sombrío y doloroso, pero, por encima de todo, persiste la convicción de su resurrección de entre los muertos, primero y después, cuando llegue el fin del mundo. «La trompeta sonará y los muertos se levantarán incorruptos».

A partir de ahí los coros y arias finales se convierten en aires triunfales que aseguran la redención para los creyentes y despojan, con la música, a cuanto de tétrico y horrible pueda entrañar la sonoridad de la palabra «muerte». El coro se convierte en el protagonista y adopta el rol de la humanidad entera proclamando las dos venidas de Cristo, la que fue y la que será, en medio de las cuales se encuentran ellos.

La conclusión es un extenso «Amén» que, sin ningún otro vocablo y con los redobles del tambor, pone un punto final esperanzador a una obra que es en sí toda esperanza, vitalidad y deseo de llegar a cuanto de común tienen los oyentes que han escuchado El Mesías desde su estreno: la creencia de que un mundo que produce una música tan bella y que aprende, a su vez, a valorarla no puede ser realmente malo.

Estudió artes liberales. Es curiosa y le encanta escribir. La lectura y la música son su pasión. Esa pasión le ha llevado a estudiar y tratar de profundizar en un océano lleno de notas inacabables y pleno de placer.