Por qué es imposible que los pelícanos se suiciden
Generosidad. Unos pescadores del malecón y un teniente coronel de las FFAA hacen pensar que no todo está perdido
Santo Domingo. Hace unos días me informó mi asistente que el teniente coronel Miranda (EN), del departamento de Relaciones Públicas de la Secretaría de las FFAA, me había llamado varias veces. Supuse que la llamada estaría relacionada con alguna conferencia de las que suelo dar en el Instituto Militar de Educación Superior (IMES).
El motivo de sus llamadas, me explicó luego el correcto oficial, era un pelícano al que los pescadores del Malecón tenían casi como mascota y con el que compartían su pesca, pero que últimamente lucía enfermo y hasta había dejado de volar.
Me conmovió la tierna actitud de los pescadores hacia "Picota" (así lo bautizaron), sobre todo porque estas aves son vistas como competidores por los pescadores de muchos países, razón por la cual las eliminan. Además, que un oficial de las FFAA llame insistentemente preocupado por la suerte de un pelícano, me anima y me hace pensar que tal vez no todo está perdido y que la prédica de tantos conservacionistas durante tantos años comienza a dar sus frutos.
Pasé el domingo 29 de octubre a ver a "Picota", al que encontré en medio de los pescadores, debajo de uno de los almendros del Malecón. Aunque era cierto que no volaba, no lucía desmejorado ni enfermo y cuando traté de examinarlo de cerca me tiró un picotazo que me hizo entender el por qué de su nombre. Luego de atraparlo con el mayor de los cuidados para no lastimarlo, lo llevamos al Zoológico donde al día siguiente fue examinado por la doctora Silvia Decamps, encargada del Departamento de Veterinaria del Zoodom. Luego de los análisis rutinarios, la doctora Decamps desparasitó a "Picota" y le puso un tratamiento de antibióticos por cinco días.
Esta especie (Pelecanus occidentalis) es llamada pelícano marrón (Brown Pelican) en inglés, para distinguirla del pelícano blanco (White Pelican), la otra especie de la familia Pelecanidae, que tiene que recurrir a trabajo en equipo para pescar, conduciendo a los peces a aguas poco profundas, pues son incapaces de bucear en picada como los marrones ya que no poseen, como estos, sacos de aire en el vientre que amortiguan el impacto del agua al zambullirse.
No olvido la emoción de Silvia, quien estudió veterinaria porque le apasionan los animales, al palpar estos sacos de los que tenía noticia por sus lecturas, durante el examen clínico de "Picota".
Hace unos años, un exitoso empresario me preguntó que si yo sabía que los pelícanos tenían tendencias suicidas. Si bien es cierto que mucha gente le atribuye intenciones suicidas a los pelícanos, los que supuestamente se ahorcan usando para tales fines las horquetas de las ramas, todo parece indicar que estas muertes, que ciertamente ocurren, especialmente entre los juveniles, no son intencionales sino que se deben a la torpeza de los pelícanos al moverse entre las delgadas ramas de los mangles.
Es cierto que muchos animales emiten conductas que los conducen a la muerte, como es el caso de los conejos de Noruega, que cuando la población es excesiva, corren como locos hacia el mar tratando de alcanzar a nado unos islotes próximos, muriendo la mayoría en el intento.
Sin embargo, suicidarse en el sentido en que lo entienden los humanos, presupone tener conciencia de la muerte, algo que no parecen tener los animales no-humanos. El que se suicida sabe que existe un ciclo llamado vida, que termina indefectiblemente en la muerte, y cuyo desenlace él puede acelerar en cualquier momento.
Es esa "conciencia de la muerte" la fuente perenne de todas nuestras angustias y de todos nuestros placeres. "El goce de lo precario" lo llamaba Borges, porque si fuéramos inmortales todo perdería sentido. Pues, ¿para qué voy a escribir o leer este artículo ahora si tengo toda una eternidad para hacerlo? Quizá por eso "Picota", cuando la cosa se le puso dura en el Malecón, en vez de suicidarse se acogió a la magnánime generosidad de los pescadores.
Pasé el domingo 29 de octubre a ver a "Picota", al que encontré en medio de los pescadores, debajo de uno de los almendros del Malecón. Aunque era cierto que no volaba, no lucía desmejorado ni enfermo y cuando traté de examinarlo de cerca me tiró un picotazo que me hizo entender el por qué de su nombre. Luego de atraparlo con el mayor de los cuidados para no lastimarlo, lo llevamos al Zoológico donde al día siguiente fue examinado por la doctora Silvia Decamps, encargada del Departamento de Veterinaria del Zoodom. Luego de los análisis rutinarios, la doctora Decamps desparasitó a "Picota" y le puso un tratamiento de antibióticos por cinco días.
Esta especie (Pelecanus occidentalis) es llamada pelícano marrón (Brown Pelican) en inglés, para distinguirla del pelícano blanco (White Pelican), la otra especie de la familia Pelecanidae, que tiene que recurrir a trabajo en equipo para pescar, conduciendo a los peces a aguas poco profundas, pues son incapaces de bucear en picada como los marrones ya que no poseen, como estos, sacos de aire en el vientre que amortiguan el impacto del agua al zambullirse.
No olvido la emoción de Silvia, quien estudió veterinaria porque le apasionan los animales, al palpar estos sacos de los que tenía noticia por sus lecturas, durante el examen clínico de "Picota".
Hace unos años, un exitoso empresario me preguntó que si yo sabía que los pelícanos tenían tendencias suicidas. Si bien es cierto que mucha gente le atribuye intenciones suicidas a los pelícanos, los que supuestamente se ahorcan usando para tales fines las horquetas de las ramas, todo parece indicar que estas muertes, que ciertamente ocurren, especialmente entre los juveniles, no son intencionales sino que se deben a la torpeza de los pelícanos al moverse entre las delgadas ramas de los mangles.
Es cierto que muchos animales emiten conductas que los conducen a la muerte, como es el caso de los conejos de Noruega, que cuando la población es excesiva, corren como locos hacia el mar tratando de alcanzar a nado unos islotes próximos, muriendo la mayoría en el intento.
Sin embargo, suicidarse en el sentido en que lo entienden los humanos, presupone tener conciencia de la muerte, algo que no parecen tener los animales no-humanos. El que se suicida sabe que existe un ciclo llamado vida, que termina indefectiblemente en la muerte, y cuyo desenlace él puede acelerar en cualquier momento.
Es esa "conciencia de la muerte" la fuente perenne de todas nuestras angustias y de todos nuestros placeres. "El goce de lo precario" lo llamaba Borges, porque si fuéramos inmortales todo perdería sentido. Pues, ¿para qué voy a escribir o leer este artículo ahora si tengo toda una eternidad para hacerlo? Quizá por eso "Picota", cuando la cosa se le puso dura en el Malecón, en vez de suicidarse se acogió a la magnánime generosidad de los pescadores.
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