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La afanosa búsqueda del oro aluvial

Ansias por encontrar pepitas lleva más de 500 años y da sustento a cientos de dominicanos

SANTO DOMINGO. La incesante búsqueda de oro en suelo isleño empezó luego de que el almirante Cristóbal Colón llegara a La Española, en 1492, y en la actualidad persiste en varios ríos que siguen arrastrando las codiciadas pepitas.

En el libro “El oro en la historia dominicana”, el historiador Frank Moya Pons deja constancia, de manera prolija, de la persistencia de quienes han continuado la explotación aluvial, a pesar de que en República Dominicana existe una acreditada extracción industrial del rey de los metales.

El autor señala, en el prólogo de la obra, que los españoles descubrieron temprano que los cursos fluviales más ricos en oro nacían en la cordillera Central del territorio isleño. Luego detalla la historia del metal.

Casi finalizando su volumen, Moya Pons se pregunta: “Y del oro de aluvión, ¿qué? ¿Se extrae en los mismos lugares en que se hacía antes? La respuesta es positiva”.

Agrega que para constatar si esa actividad continúa siendo popular como antaño, decidió visitar varios lugares de los más mencionados en textos históricos para indagar con los lugareños y vio que el lavado de oro es intenso en los arroyos cercanos a La Mina, en Miches; en el río Bao, en las cercanías de Juncalito y Las Placetas; en los arroyos de Los Ramones y Jicomé, en la cordillera Central, y en el cauce alto del río Haina.

Además, comprobó que el 26 de junio de 2015 en Miches se vendía el gramo de oro a RD1, 200.00. “Esto quiere decir que, a la tasa de cambio de ese día, el oro de aluvión estaba siendo vendido en su lugar de origen a US$787.00 la onza troy. En esa fecha el precio del oro en el mercado de Londres era de US$1, 172.65” (p.378).

Ciertamente la búsqueda de oro ha atravesado siglos y hoy coexiste en el territorio dominicano con la explotación de la gran minería.

Lavadores actuales

El pasado jueves 8 de junio, Diario Libre comprobó que decenas de dominicanos, de escasos recursos económicos, se dedican a lavar oro en el río Haina, entrando por Los Montones, en San Cristóbal.

En esta zona se concentran entre 60 y 70 personas cada día para buscar los diminutos tesoros entre piedras, lodos y arenas, de 8:00 de la mañana a 3:00 de la tarde, bajo el recio sol.

La técnica del lavado del oro aluvial es la misma usada en los tiempos coloniales, descrita con precisión por el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo.

Juan Acevedo, de 43 años, suele obtener unos RD$1,500 pesos diarios. En una semana, trabajando de lunes a sábado, sus ganancias suelen llegar a cinco o seis mil pesos.

Julián Marte Lorenzo aprendió el oficio a los siete años, observando a su padre mover ágilmente la batea. Dice que desempeña el oficio porque no tiene otra cosa que hacer. Vive de esa actividad, y allí en el río se reúne cotidianamente con muchos otros compañeros, entre quienes se percibe un ambiente de colaboración y camaradería.

Ana Evangelista, de 60 años, residente en Villa Altagracia, es de las pocas mujeres que “lavan”, y aunque dice que en este 2017 no le ha ido muy bien, porque ha encontrado “poca cosa”, en tiempos recientes obtuvo más dinero y pudo comprar una lavadora eléctrica y una estufa.

“Nosotras nos defendemos. No somos como los hombres que tienen mucha fuerza para buscar su oro. Ellos hacen hoyos y mueven piedras”, explica asiendo su batea mientras sale del río.

Un señor, solo identificado como “Raúl, del Caobal”, es la persona que diariamente compra las resplandecientes pepitas. Cuando termina la faena, les paga RD$1,500 pesos por gramo, “que son 10 rayas”.

La explotación se desarrolla en la informalidad de un pequeño comercio y las autoridades no se interesan por ella. Los lavadores argumentan que no les hacen daño a los cauces, pues las arenas y piedras que remueven se quedan allí.

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Infografía
Juan Acevedo, un lavador de oro experimentado, muestra varias pepitas. (DIARIO LIBRE/DANELIS SENA.)

Un antiguo aprovechamiento

“Durante más de medio siglo los españoles, con trabajadores indios y africanos, explotaron los placeres auríferos de las Antillas. El aparente agotamiento de los yacimientos y la rápida desaparición de la población aborigen contribuyeron a acelerar la decadencia de la minería aurífera. Esa labor también dejó de ser atractiva por el alto costo de los esclavos”, sostiene Moya Pons (p.10).

Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XVI, la tarea de sacar oro de los ríos se convirtió en una actividad secundaria.

Así, dice el historiador, desapareció la minería como actividad económica central, como fue en los tempranos años de la conquista. No obstante, la noción de las fuentes de oro “seguía intacta” y la idea de que la tierra todavía guardaba “ingentes cantidades de este metal permaneció viva en la imaginación colectiva durante los siglos siguientes” (p.10).

Recalca que el lavado de oro fue una de las bases de la economía comunitaria dominicana en determinadas regiones durante los siglos de mayor pobreza de la colonia española de Santo Domingo y buena parte del periodo republicano.

Minería artesanal

Tanto en el periodo colonial como en la etapa republicana, el lavado de oro de aluvión se ha hecho de manera artesanal, para lo cual se han usado bateas para enjuagar arenas, cascajos y lodos. “Por más de quinientos años esta ha sido una minería practicada de la misma manera en que lo hacían los mineros españoles de finales del siglo XV y principios del XVI, agrega el historiador.

A su juicio la extracción de oro en los ríos ha sido muy importante. “Después de haber examinado en detalle la historia de esa actividad durante los siglos XIX y XX, me atrevo a sugerir que el oro que sacaban en sus bateas las campesinas dominicanas funcionó durante décadas como el lubricante principal de la economía local y regional en muchas partes del territorio nacional” (p.11).

El autor reproduce varias páginas escritas por el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo, en las que describe cómo se sacaba el oro y las condiciones de trabajo que prevalecían en ríos y minas.

El narrador indiano puntualizó: “Estas mujeres o lavadores están asentadas orilla del agua, e tienen las piernas metidas en el agua hasta las rodillas, o cuasi, segund la dispusición del asiento e del agua. E tienen en las manos sendas bateas, asidas por dos asas o puntas que tienen por asideros; y después que en la batea tienen la tierra que se les trae de la mina para lavarla, mueven la batea a balances, tomando agua de la corriente con cierta maña e facilidad e vaivén, que no entra más cantidad de agua que la que el lavador quiere, e con la misma maña e arte, y encontinente que toma el agua, la vacían por otro lado e la echan fuera; e tanta agua sale cuanta entra, sin que falte agua dentro mojando e deshaciendo la tierra” (p.61).

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