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Sin wifi se vive mejor

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Sin wifi se vive mejor

¿Quién no ha pasado minutos o, incluso horas, viendo vídeos de gatitos en internet? ¿Quién no ha buscado trucos de bricolaje y jardinería o tutoriales para aprender a maquillarse? El teléfono parece ser una extensión del cuerpo... pero no para todos. Los llamados “desconectados” son una nueva tribu urbana que ha decidido poner freno a tanta adicción tecnológica.

Más que una moda, una filosofía de vida

Son cada vez más los que se suman a esta forma de entender la vida. No son en absoluto bichos raros, sino gente común que responde al perfil de urbanitas entre los 25 y 49 años con estudios universitarios. Los “desconectados” no pretenden aislarse del mundo sino todo lo contrario, apuestan por las relaciones cercanas; no es tampoco falta de ignorancia ante las nuevas tecnologías, sino que, por el contrario, las conocen muy bien y por eso rechazan su uso masivo.

Se desconecta sólo de lo banal, de aquello que no aporta nada, sino que desgasta mentalmente y roba tiempo, mucho tiempo. Usan internet, pero de una manera inteligente, casi cómo cuando ésta surgió por primera vez. Es por eso que navegan sólo de vez en cuando para consultar aquello que verdaderamente necesitan. Enric Puig Punyet, decidió sumarse a esta tendencia cuando escribía su último trabajo “La gran adicción, cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo” (editorial Arpa). Para ello mantuvo entrevistas con personas que desconectaron de la tecnología por motivos varios y así fue conociendo la otra realidad menos amable de Internet.

“Al principio todos nos lanzamos a las redes sociales sin pensarlo. Prometían un entorno igualitario en el que compartir pensamientos y deseos de forma altruista; pero nos hemos dado cuenta de que detrás de eso hay una infraestructura que pretende engancharnos y lucrarse. Este ha sido el primer paso en la desconfianza e irá en aumento”, comenta. Así fue como hizo limpieza en su smartphone, tanto que finalmente lo jubiló. “Al principio fue difícil para mi entorno, pero cuando comprobaron que llamarme era igual de efectivo o más, porque la comunicación gana en calidad, lo apreciaron”.

Desde entonces este joven escritor, a la única herramienta que no ha renunciado, es al email, aunque únicamente lo utiliza desde su ordenador y en horario laboral.

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Infografía

Wifi, no gracias

Las redes sociales despiertan todo tipo de sensaciones. Los hay que deciden abandonarlas abrumados ante tantas desigualdades sociales o afligidos al descubrir cuánta violencia hacia los más débiles se difunde de manera impune. Se censuran fotografías en las que una madre da el pecho a su hijo pero se permite que un indeseable torture públicamente hasta la muerte a un animal, o unos adolescentes agredan entre risas a un indigente.

También despierta envidias, las de aquellos incapaces de soportar que otros sean felices. Los que se agobian si no conocen lo que ocurre en la comunidad cibernética pero se incomodan al informarse; un fenómeno conocido como FOMO (Fear of Mising Out) que no es otra cosa que el miedo social a la exclusión. La no conexión o la falta de Whatssap les supone todo un drama.

En contraposición surge en movimiento JOMO que se inspira en el libro “The Joy of Missing Out” de la canadiense Christina Crook, que habla justamente de lo contrario, de la felicidad de no pertenecer a ese mundo. Perderse algo entonces resulta todo un placer que permite disfrutar de lo que se está haciendo, ésa es la sensación de la que disfrutan los “desconectados”.

Pese a los avances informáticos cada vez se impone más la idea de que unas vacaciones no son tal si se vive pegado al móvil; por eso muchas agencias ofrecen planes de verdadero relax. Se suman a esta iniciativa alojamientos sin Wifi donde disfrutar mejor del entorno. A su vez, frente a la escuela pública, cada vez más tecnológica, también existen colegios donde estudiar sin ordenadores, ése es el caso del centro californiano Waldorf, donde curiosamente estudian muchos hijos de los empleados de las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley; una educación a la antigua usanza que trata de demostrar que eso es la modernidad.

Aquellos que verdaderamente necesitan desengancharse de la tecnología son ya considerados como ciberadictos. La primera clínica especializada en este campo se encuentra en Seattle (EE.UU) y no resulta precisamente barata.

En Japón saben bien de esto y por eso realizan campamentos rurales para combatir el problema, son los denominados programas “Ayuno de Internet”. Los casos más extremos diagnostican cuadros de fobia social, como los “hikikomori”, término nipón para definir a los jóvenes que deciden aislarse del exterior encerrados en su habitación, conectados únicamente al ordenador, la televisión o los videojuegos.

Apunta Puig Punyet que “no es casualidad que quién creó la red social más exitosa, Mark Zuckerberg fuera una persona que rayara el autismo. Si utilizamos las redes sociales como sustituto de las relaciones sociales, corremos el riesgo de que se nos atrofie tal capacidad”. A los “desconectados” esto no les ocurre, a ellos les gusta la gente y, por eso, quieren tenerla cerca y no en la pantalla de un ordenador, apartando a un lado todo aquello que obstaculiza la convivencia, y eso implica lo virtual. Sueñan con un futuro en que desaparezca el discurso de que Internet es la solución a todos los problemas, y alternativas como la suya puedan emerger; de momento, cada vez cuentan con más adeptos.

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