×
Versión Impresa
versión impresa
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Juegos
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Redes Sociales

El oro y el agua

Una conversación necesaria sobre minería y comunidad

Expandir imagen
El oro y el agua
Minería responsable: Donde el progreso aprende a pedir permiso. (FUENTE EXTERNA)

La iglesia de Los Restauradores olía a cera, a madera vieja y a lluvia lejana. Ese día no había misa, pero sí gente. Los bancos estaban llenos y el padre había prestado el templo y dijo claramente: "La iglesia presta el techo para el diálogo, no para endosar a nadie; aquí se busca la verdad y paz." 

 

Yo me llamo Miguel, soy ingeniero de minas. Y cuando digo minería, hablo de todos: del oro, sí, pero también de canteras y agregados, porque el aire y el agua se cuidan igual. Así que no vine a sacar oro, vine a escuchar. Antes de tocar la tierra, hay que conocerla. Antes de trabajar en un pueblo, hay que entenderlo.

Al frente, abanicándose con un cartón de jugo, estaba Doña Lourdes, aunque todos le dicen "la China". Es de esas vecinas que se saben la vida entera del pueblo, desde quién sembró el primer cacao hasta quién cambió de novia en Semana Santa.

—Ajá, así que usted es el ingeniero —me dijo sin rodeos—. Dicen que esa mina que quieren abrir va a secar el río. Que eso está decidido ya.

—No, Doña —le respondí con calma—. Por eso estamos aquí, para hablar y explicar. Nada está decidido sin que se estudie bien. 

—Bueno —me dijo abanicándose—, yo le voy a creer lo que vea. No lo que oiga.

Detrás de mí entró Don Ramón Díaz, calvo, grande, con una chacabana blanca planchada como espejo. Caminaba lento, pero seguro. No tenía pinta de político; tenía voz de gente que sabe. Abrió una libreta y saludó con una sonrisa pequeña:

—Buenas tardes, mi gente. Aquí no hay promesas ni discursos. Vamos a entendernos, como comunidad.

Y justo ahí llegó Don Juan, el profesor. Bajito, calvo, con unos lentes que siempre se le resbalaban por la nariz. Movía las manos cuando hablaba, y hablaba desde las heridas viejas

—Ingeniero —dijo fuerte, sin esperar turno—, yo he visto minas que dejaron el agua muerta y los techos llenos de polvo. Empresas que vinieron, sacaron el oro y se fueron, y el pueblo quedó igual o peor. Yo viví eso, no me lo contaron.

Se hizo silencio. 

Yo asentí.

— Tiene razón, Don Juan. Eso pasó. Hubo minería sin control, sin ley, sin respeto. Ríos, enfermos, comunidades desplazadas, gente sin voz. Eso no se puede esconder ni negar.

 

La China levantó la ceja: 

—Bueno, por lo menos lo admite. Los otros venían hablando bonito y después, mire, puro humo. 

—Por eso ahora se trabaja distinto —dije—. Hoy la ley obliga a estudiar todo antes de tocar el suelo. Medimos el agua, el aire, los árboles y hasta el ruido. Eso se llama "línea base": una foto de cómo está el río antes de empezar. Cada mes se compara. Si cambia el color o el caudal, se detiene el trabajo.

—¿Y quién hace esas mediciones? —preguntó la China—. Porque si las hacen ustedes mismos, siempre van a salir "limpiecitos".

Don Ramón intervino, con su voz pausada: 

—Las hace la empresa, el Estado y la comunidad. Juntos. Y los resultados se publican. Si no hay internet, se imprimen y se cuelgan en la iglesia o en la junta de vecinos. Aquí nadie se va a quedar a ciegas.

Don Juan se acomodó los lentes.

—Eso suena bien, pero yo vi con estos ojos camiones echando polvo en los techos, y peces flotando boca arriba. ¿Qué van a hacer diferente?

—Hoy se prioriza no botar agua al río —le expliqué—. Todo se diseña para recircular, tratar y reutilizaren circuitos cerrados: se usa el agua, se limpia y se reutiliza. Y cualquier salida, si la hubiera, es tratada y tiene que estar dentro de la norma –si no, se detiene el trabajo.

La China soltó una risita:

—¿Y si de noche tiran algo y nadie se entera?

—Eso no se puede —dijo Don Ramón—. Hay vigilancia del pueblo, cámaras y rondas aleatorias. Y si se prueba una falta, se multa, se suspende o se cierra. La ley está para cumplirse, no para adornar escritorios.

El profesor bajó la voz, más sereno:

—Yo vi gente mudada sin aviso, promesas de casas nuevas que nunca llegaron. Y el oro se

 fue, pero la pobreza se quedó.

—Eso no puede repetirse —le respondí—. Si hay que reubicar, se hace con acuerdo, con casa mejor, cerca del trabajo y con agua y luz. Y el dinero que entra al Estado por la mina se tiene que ver aquí: en escuelas, caminos y acueductos. Todo con metas claras y plazos.

—Y si cambian al funcionario —interrumpió alguien del fondo—, ¿quién garantiza eso? 

Don Ramón levantó la vista, tranquilo:

—La ley y el comité del pueblo. Los contratos no dependen de quién firme, sino de que estén bien hechos.

La China aplaudió suave con el abanico.

—Así sí, Don Ramón. Porque aquí uno se cansa de promesas que se las lleva el río. 

El profesor, con tono más calmado, miró hacia el altar.

—Yo no estoy contra el progreso, Ingeniero. Yo estoy contra repetir errores. Si ustedes cumplen, el pueblo también. Pero no nos pidan fe sin obras.

—Tiene razón, Don Juan —le dije—. La confianza no se exige, se construye. Lo que pasó antes nos enseñó lo que no se debe hacer. Hoy hay leyes, ciencia y participación. Si no se puede garantizar el agua, no se hace la mina. Así de claro.

El padre, que había estado escuchando en silencio, se acercó despacio.

Hijos, el agua es vida. El trabajo también. Pero sin respeto, los dos se pierden. Que este diálogo no se quede aquí; háganlo costumbre.

La gente asintió. Los bancos crujieron, las campanas sonaron. Y afuera, el cielo se abrió: empezó a lloviznar.

La China me tocó el hombro:

—Ingeniero Miguel, yo hablo mucho, pero de buena fe. Si ustedes hacen lo que dicen, yo misma lo cuento en el colmado. Y si no, lo cuento también, pero con más bulla.

Nos reímos. Don Juan cerró su libretica.

—Yo seguiré vigilando, no por desconfianza, sino por amor al país. Si las cosas se hacen bien, yo mismo lo voy a decir.

Don Ramón cerró su cuaderno.

—Eso es lo que hace avanzar a un pueblo: ley, respeto y palabra.

Cuando salimos, el aire olía a tierra fresca. Desde la puerta de la iglesia se veía el río Culebra, bajando limpio y sereno.

Esa noche, en mi libreta, escribí:

"El oro se saca de la tierra, pero la confianza se saca del alma."

Y debajo, tres palabras: Escuchar. Cumplir. Compartir.


TEMAS -

Director Ejecutivo, Cámara Minera Petrolera de la República Dominicana.