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Muertos que no perecen

Franklin Gutiérrez nos invita a dar un paseo por las moradas definitivas de muertos ilustres y muertos que alcanzaron su gloria luego de bajar al sepulcro

Por estos días, los mexicanos se preparan para celebrar las fiestas de La Santa Muerte, una santa que nunca será canonizada porque no encuentra sentido ni en la fe católica ni en ninguna otra concepción cristiana, que no sea  la religiosidad popular.

Desde llenar las tumbas de mariachis hasta fabricar ediciones especiales de las mejores marcas de tequilas en su nombre, La Santa Muerte es venerada por una gran parte de la población de México. He escuchado hablar de esta devoción tan extraña desde hace años y los orígenes de la misma aún no parecen estar bien definidos. Algunos creen que es un culto prehispánico, una desviación de la devoción católica, promovida en la Nueva España durante la implantación del evangelio; escritores mexicanos afirman que se trata de la misma veneración que la mitología azteca atribuye a Mictlantecuhtli, que era el señor del Mictlán, el dios de la muerte; otros creen que ese devoción fue propagada por los esclavos africanos que llegaron al Nuevo Mundo; en Veracruz aseguran que La Santa Muerte se le apareció en el siglo XIX a un chamán de Orizaba; los pobladores del estado de Hidalgo afirman que ese culto nació allí, en 1965;  y las antropólogas Katia Perdigón y Elsa Malvido han escrito que la devoción nació en México en la década de los cincuenta y que no tiene raíz prehispánica, ni mucho menos africana. Y parece ser así porque, como aseguran otros autores, los elementos integrados a la imagen de La Santa Muerte son más bien de origen griego: el manto, la túnica, la guadaña y el reloj de arena.  Recordamos que hay películas mexicanas de los años cincuenta que muestran escenas donde se resalta ese culto, devenido en un mercado de descuentos por la fecha (como un Black Friday cualquiera), vestidos especiales para la ocasión, rituales y fiestas que generan millones de dólares a sus promotores.

Refiero esta canonización popular de La Santa Muerte, a propósito de la publicación del libro más reciente de Franklin Gutiérrez, el autor dominicano que mayor importancia ha otorgado a la muerte, como valor histórico, como reflejo de la realidad humana y como continuidad, desde lo arcano, de la vida y de las glorias del mundo, sentenciadas a yacer sobre la tierra o sobre los muros de una necrópolis, en medio del silencio y del olvido. El incesante y productivo investigador, que ha visitado los principales camposantos del mundo en busca de muertos ilustres, con biombos históricos o literarios, descubrió para todos hace años dónde habían sido enterrados los restos de hombres y mujeres de la cultura dominicana, y luego fue, en su segundo libro sobre el tema, el que nos informó sobre el destino de las tumbas de quienes integraron la familia de los Trujillo-Martínez, estableciendo entre otros hallazgos importantes, que lo que algunos románticos de la época deseaban y otros ponían en duda, era cierto: los restos de Petán Trujillo tienen décadas instalados, junto a otros de su familia, en el cementerio nacional de la avenida Máximo Gómez, luego de haber estado en un viejo cementerio de Puerto Rico y en el municipal de Bonao.

Esta vez, Gutiérrez seleccionó las tumbas de diecisiete personalidades de trascendencia universal, algunas poco conocidas. La primera, Marie Laveau, la reina del vudú de Nueva Orléans, amiga de brujas temibles, casada con el haitiano Jacques Paris. Pecados mortales cuelgan sobre su testa de adivinadora que utilizaba a una red de informantes para mantener su dominio y cuyo poder ponía a temblar hasta a las propias confesiones cristianas. Leer su historia, estremece. Gutiérrez informa que hoy en día el turismo de Nueva Orléans -al sureste del estado de Luisiana, Estados Unidos- se sustenta en el vudú,  la celebración del Mardi Gras y las visitas a la tumba de Marie Laveau.

Continúa la ronda de la muerte el alemán-bogotano Leo Siegfried Kopp, una mezcla de hombre generoso y simpático, a cuya estatua en su tumba le hablan sus devotos y dependiendo del lugar que escojan para dirigirse a su morada en ultratumba, tendrán respuesta afirmativa, negativa o le será indiferente a este muerto, cuya popularidad en el cementerio central de Bogotá es mayor que la de otro auténtico ilustre depositado allí, como el poeta José Asunción Silva, o como la de un hombre fuerte de otrora, el dictador Gustavo Rojas Pinilla. Le sigue, Caterina Capodonico, enterrada en el cementerio monumental de Staglieno, en Génova, Italia. Caterina fue esposa de Verdi, antes vendedora callejera, domadora de números de lotería, mujer común como pocas, y, sin embargo, célebre hasta la veneración. Su tumba está adornada con una gran escultura de su imagen física, que ella diligenció antes de morir. En esa imagen, bien construida, se levantó su falsa inmortalidad, pero inmortal ha sido aquella vendedora de baratijas y coleccionadora de hombres de prestigio.

El desfile de estos muertos que no perecen continúa con Franz Kafka, cuyos restos reposan en el cementerio judío de Praga (“Pocos de los admiradores de Kafka han leído su obra, solo visitan la tumba empujados por el morbo y la persuasión de los ofertantes de turismo funerario”); Marcel Proust, depositado en el Pere Lachaise; Charles Pinoli, un italiano del montón, constructor de una historia de amor, descansando en el cementerio Brompton, de Londres; Alfonsina Storni, quien deja descansar su inmortalidad en La Chacarita, de Buenos Aires (“Tanto amó que el 25 de octubre de 1938 ató un remo en cada costado para que las olas serenas de La Plata llevaran su cuerpo a una latitud sin regreso”); Edgar Allan Poe, quien está enterrado en el cementerio Westminster, de Baltimore, se venera en Poe Cottage, la casa de su preferencia en pleno Bronx; Nelly Bly, la primera reportera de investigación de que se tenga noticias y conocida como la pionera del periodismo “encubierto”, quien descansa en el cementerio Woodlawn de Nueva York; el gran Herman Melville, autor de Moby Dick, cuya tumba se encuentra en el mismo cementerio del Bronx, donde yace también la guarachera de América, Celia Cruz, tumba-escenario de presentaciones artísticas y exhibiciones de los atuendos de la cantante cubana, a pocos metros de donde reposan Miles Davis y Duke Ellington. Y  Pedro Knight, por supuesto.

El itinerario fúnebre se completa con las tumbas de Lezama Lima (Cementerio Colón de La Habana), vecino de Máximo Gómez, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y el presidente Prío Socarrás; Johann Strauss (Cementerio Central de Viena); el gran poeta Luís de Camoes, cuyos restos fueron sepultados próximo al convento de Santa Ana, en Lisboa, pero un terremoto los desapareció, manteniéndose hoy un enorme cenotafio, en forma de féretro, en el monasterio de los Jerónimos, en la misma Lisboa; Olivorio Mateo, el gran santón popular sureño (“Liborio subió al cielo/ quién fue que dijo que no/ pregúnteselo a San Antonio/ quien fue que se lo llevó”), perseguido por los gobiernos de Ramón Cáceres y Eladio Victoria, y por los interventores norteamericanos de 1916, y en cuyo altar rústico y rural en San Juan de la Maguana, se sigue sirviendo su agüita inagotable y liberadora; Ercilia Pepín (“Conocí en mi infancia las crueles y desesperantes desventuras de la orfandad y supe de las tristes noches sin lumbre y de amargos días sin pan”), la directora escolar más joven en la historia dominicana, cuyos restos están depositados en el cementerio 30 de marzo de Santiago; y, finalmente, Luisa Erciná Chevalier, la abuela haitiana de Trujillo, nunca favorecida por el tirano que ni  a sus exequias quiso asistir para esconder al “negro” que llevó siempre delante y detrás de la oreja. Está enterrada en el cementerio de la avenida Independencia. Con esta última personalidad, Franklin Gutiérrez completa la historia de las tumbas de los Trujillo y sus parientes, aunque nunca pudo encontrar la de Radhamés, el hijo menor del dictador, cadáver que, tal vez, corrió río abajo por las caudalosas aguas del Magdalena colombiano.

La catolicidad celebra el día de los Fieles Difuntos, el miércoles próximo. Ese mismo día concluyen las festividades mexicanas profanas a La Santa Muerte. Franklin Gutiérrez nos invita a dar un paseo por las moradas definitivas de muertos ilustres y muertos que alcanzaron su gloria luego de bajar al sepulcro.

LIBROS
  • Expandir imagen
    Franklin Gutiérrez, Ediciones Alcance, NY, 2022, 149 págs. Los sitios de descanso eterno de 17 personalidades, de mayor o menor valía, del mundo y del país dominicano.
    MUERTOS IMPERECEDEROS

    Franklin Gutiérrez, Ediciones Alcance, NY, 2022, 149 págs. Los sitios de descanso eterno de 17 personalidades, de mayor o menor valía, del mundo y del país dominicano.

  • Expandir imagen
    Franklin Gutiérrez, Ediciones de Cultura, 2012, 380 págs. Las múltiples caras de la muerte en la cultura y la literatura dominicana. Un documento esencial.
    DE CEMENTERIOS, VARONES Y TUMBAS

    Franklin Gutiérrez, Ediciones de Cultura, 2012, 380 págs. Las múltiples caras de la muerte en la cultura y la literatura dominicana. Un documento esencial.

  • Expandir imagen
    Jorge Luis Zarazúa Campa, Apóstoles de la Palabra, 2005<br>80 págs. La Santa Muerte de los mexicanos, el mal de ojo, la santería, los adivinadores y la brujería, en el altar de las supersticiones más difundidas.<br>
    LA SANTA MUERTE

    Jorge Luis Zarazúa Campa, Apóstoles de la Palabra, 200580 págs. La Santa Muerte de los mexicanos, el mal de ojo, la santería, los adivinadores y la brujería, en el altar de las supersticiones más difundidas.

  • Expandir imagen
    Carlos Monsiváis, FCE, 2006, 672 págs. De la Virgen de Guadalupe al fútbol; de la Calavera Catrina a la tradición “rasposa y sabrosita”. Un monumento literario de la tradición mexicana.
    IMÁGENES DE LA TRADICIÓN VIVA

    Carlos Monsiváis, FCE, 2006, 672 págs. De la Virgen de Guadalupe al fútbol; de la Calavera Catrina a la tradición “rasposa y sabrosita”. Un monumento literario de la tradición mexicana.

  • Expandir imagen
    Félix Fernández / Norma Rivera de Vargas, Amigo del Hogar, 2018<br>141 págs. Un espacio de memorias y valor patrimonial.  Acoge a más de 100 personalidades, incluyendo héroes nacionales. Ubicado en La Cuaba, kilómetro 20, carretera Duarte.<br>
    PARQUE CEMENTERIO PUERTO DEL CIELO

    Félix Fernández / Norma Rivera de Vargas, Amigo del Hogar, 2018141 págs. Un espacio de memorias y valor patrimonial. Acoge a más de 100 personalidades, incluyendo héroes nacionales. Ubicado en La Cuaba, kilómetro 20, carretera Duarte.


TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.