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Ir al Estadio

Estadios y aficionados, un reflejo de lo que somos

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Ir al Estadio

Le acabo de decir a una persona que tengo un plan minucioso, fríamente calculado. En los últimos días, he pensado en esto como cuando uno medita en un asunto que no es bueno que falle, algo que tiene muchas posibilidades que sea un hecho. Más que nada, hay que ponerle cierto interés y por qué no, tremendas fuerzas. “Pujar” en este sentido es una palabra que se puede utilizar sobre todo porque de eso se trata: de asistir al torneo que viene con las ganas de participar de una experiencia que no dominamos todos con la calidad de un experto. Lo que tenemos que hacer es pagar el ticket aunque sea caro.

En el acercamiento histórico, es cuando viene a mi memoria un grupo de personas que voy a destacar con la impresión de un escucha de la Liga. En mi memoria, esta Jorgito Bournigal porque lo escuchaba mi hermano todas las mañanas. Hace mucho tiempo, en mi infancia en La Vega, ponía mi hermano en el radito la voz sin parangón de Bournigal que, con gran profesionalismo, nos traía las noticias de lo que ocurría en el béisbol de las Mayores. Transcurridos todos estos años, pienso en algunos periodistas nuestros y no me cabe la menor duda: somos mágicos. Tenemos una gran cantidad de periodistas deportivos que dan cátedra. ¡Claro que sí! Nos hacen sentir orgullosos en todo el sentido de la palabra. En algo que otros tienen como una herencia –es un estilo–, en esas trasmisiones de Bournigal es de entender, como ocurría también en Lucky Seven en el Aire, con Freddy Mondesí, se nos hablaba de lo que ocurría en el béisbol local: los cambios, las hazañas y lo que era necesario entender de una vez por todas: que somos un país beisbolero. Tan lejos como luce, podemos decir que en esos programas hacían sentir al dominicano mas dominicano por una regla fundamental que también ocurre en otras partes: somos congregados como en las tribus iniciales. Por eso, es notorio que veamos como una gran cantidad de argentinos el va al River o a Boca, a Independiente o a Racing con un fervor epocal digno de ser cronometrado como en efecto ocurre todos los días. Y pensar que también tenemos una Liga de fútbol.

Entre otros fervores epocales, me marcó para siempre ese programa de Bournigal, clarito como el agua. Expresaba lo que tenía que decir en medio de una época convulsa en términos políticos. Me pasaba que no tenía idea de cómo se hacia el programa, pero lo cierto es que estos narradores tenían la capacidad de memorizar los numeritos de los peloteros. Hoy tenemos la llamada sabermetría, una especie de ciencia que algunos discutirán si es cierto que se refugia en la estadística. Nos hemos vuelto adictos a los números.

En los tempranos sesentas, la canción en la que se menciona a Joe Dimaggio y que sale en la película de Zemeckis nos parece única y valedera, tarea para que los melómanos de todas partes la corroboren. Para este año, es mi plan: asistir de entrada a algunos juegos de la Liga que me parecen simbólicos pero también importantes. Alguien me dirá que de lo que se trata es de pasarla bien y corroboro esas palabras con toda la intensidad del mundo. Ir al Estadio es un reflejo de lo que somos. Luego de esto, de ir al Estadio, el dominicano se siente más completo: o eres de las Aguilas o del Licey, de los Toros o de las Estrellas, de los Gigantes o del Escogido. Lo cierto es que uno piensa que uno es del equipo que más le parece, pero otros –sobre todo con esos que planean ir al Estadio contigo–, piensan que tienes que ser del equipo que ellos han proclamado como el mejor, el papaupa de la matica. Asistir al estadio se convierte en un asunto del alma dominicana, para decirlo en las palabras de García Godoy, un escritor de prosa prístina, nada complicada. Se puede ser Liceísta si no tienes otro equipo, me dirá una Aguilucha. Pero “los Aguiluchos somos aguiluchos desde chiquitos”, ella diría.

Para no irme más lejos, en mi lejana infancia en La Vega pude ir a un partido de los Indios del Valle que tenían una guagüita anunciadora para que proclamara su nombre para que los lugareños se apersonaran al lugar, al lado del pabellón Bajo techo que hizo delicias de muchos eventos, entre ellos las peleas de Jack Veneno y Relámpago Hernández enjaulados y una tarde de grupos musicales bajo la batuta de Freddy Beras Goico. Por allá por los setentas, en ese estadio donde los Indios reinaban (algunas crónicas radiales eran auspiciadas por un temprano Rubén De Lara), se puede decir que había delicias para los fanáticos que no sabemos si tienen los estadios modernos. Podías bajar al dog out y meterte allí para creerte poderoso (había un olor tremendo a menta). Alguien me dice que ha ido al dogout de Las Aguilas, algo que no parece difícil pero hay que ver como uno lo logra: al menos, hay que tener algún amigo con influencia o hacerlo a puro coraje. Los estadios entonces no son como los de futbol donde hay un ambiente que da pena: es cierto que necesitamos estadios modernos como la bombonera del Cruz Azul de México, algo que saben los cronistas mexicanos de la talla de David Faitelson o André Marín.

Como dicen los viejos cronistas, es cierto también que somos un país beisbolero pero ya para 2040 tenemos que tener una liga de futbol bien potente. La celebración de eventos como los que tenemos para los próximos años es un reto que no puede escapársenos de las manos. A todo dar, los dominicanos entendemos la proeza de nuestros atletas. En los últimos meses, hemos visto proezas que ciertamente que han sido cronometradas por los medios. En tiempos lejanos, esto tenía otro color: los partidos de Marichal de seguro que eran trasmitidos por una incipiente radio, pero esto hay que indagarlo más a profundidad: lo que sí sabemos es que la crónica periodística estuvo siempre al tanto. Como sabemos, tenemos periódicos muy lejanos que cronometraban las noticias de nuestros deportistas, las hazañas que consumíamos como un fervor epocal, algo que nos mantenía con otra lectura filosófica de la vida.

Para esos años, me refiero a los 50, ya era común que los mozalbetes tuvieran métodos para irle a los deportistas principales, algo que en la década de los setentas y ochentas, muchos hacían con las colecciones de postalitas de béisbol. Un amigo que en su infancia fue pelotero de las ligas menores, en específico la de Manny Mota, me dice que fue a Venezuela a jugar pelota, al tiempo que en su casa tenia las postalitas que les daba un primo suyo que las compraba con el sueldo que le daba ser cadete de la marina dominicana. Que sepamos, esas postalitas las tiene que tener alguien y de no haberse perdidos en el confín de los tiempos vienen a representar un método esencial para entender la historia del béisbol de las Mayores. Para algunos, se trata de buscar información y manejarla como queda expuesto que saben muchos dominicanos que tienen un gran dominio sobre lo que ocurría en esos años. Está claro, no en el agua estancada, que el béisbol ha ido al ritmo de nuestros procesos históricos. Todos los deportes se fueron incorporando a la conciencia olímpica dominicana y ya se sabe lo que ocurre cuando vemos a un atleta participar con éxito en los Good Will Games. 

Como algunos saben, la magia que tenía Lucky Seven en el Aire, que creo que se trasmitía a las doce del mediodía o a las una –es asunto de preguntarle a algunos–, es que era un lugar abierto para la crítica, algo que se veía en la pelota sobre determinados temas como por ejemplo, la razón por la que un mánager entro a la lomita a sacar a un pitcher, algo que algunos no consideran adecuado. En noches intensas de mucho tabaco, lo mismo pasaba con Gooden si lo sacabas o con Nolan Ryan, para solo citar dos estrellas de su época. Cada día, era largo y tendido el debate que se tenía para analizar la contratación de los prospectos que entraban en las mayores con todas las millonadas posibles para la época. Por ahora, algunos suelen decir que los peloteros “no tienen respeto por el dinero”, sea esto lo que sea. A mitad de la tarde, en Lucky Seven en el Aire se discutía esto y otras cosas tan importantes. Para mí, me parece que fue un programa histórico y es justo recordar entre tantos a Alvaro Arvelo en su columna Cápsulas, aunque en la colección de la columna –que tienen algunos archivos–, no se sabe si se trataban asuntos meramente peloteriles porque los ochentas, vamos fue una época inundada de política: el país se enrumbaba por los senderos del desarrollo.

En estos tiempos que corren, el programa de Bournigal no es que tenga grandes herederos y uno tiene que hacer malabarismo para saber lo que ocurre en ciertas colindancias, para decirlo en palabras de Adriano Miguel Tejada. Lo cierto es que los muchachos que hoy tienen interés en ser beisbolistas tienen que enfrentar una competencia voraz. Siempre tendremos en nuestra juventud una carrera para convertirse en miembros de la Gran Carpa. Y los millones corren por la mesa.

Como nada, el deporte une a los pueblos (bueno, el comercio también): demostrado está con los Good Will Games y con los Olímpicos, pero con las innumerables competencias que tenemos en Centroamericanos y Panamericanos. Para los próximos años, tendremos una gran responsabilidad, como la tienen los mánagers de los equipos de la Liga para que sus equipos salgan con cierto nivel de entrega en un juego donde hay sus estrategias y sus técnicas, sino pregúntenle a Pedro Martínez. Lo que sí está claro es que este año me verás en el Estadio.

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El autor es mercadólogo, escritor y melómano nacido en 1974.