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Chivos linieros

Una mirada a la vida cotidiana en la frontera

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Chivos linieros
Un día en el mercado binacional de Dajabón. (ARCHIVO DIARIO LIBRE)

Después del amanecer nos preparamos para llegar a la Línea, un lugar especial como queda corroborado en las múltiples noticias de los últimos días. De esto hace ya varios años. Nos levantamos temprano: nuestros invitados eran dominicanos residentes en el extranjero.

La meta era ir a la Línea, pasar hacia Dajabón viniendo de Montecristi por toda la carretera internacional. Llegaríamos a tiempo al mercado binacional, pero no teníamos en mente comprar nada en específico.

El restaurant que nos esperaba estaba casi vacío. Era como si nos hubieran estado esperando: lo atribuí a la hora.

Las mesas eran las de un restaurante típico: es de entender que la amabilidad de los servidores, (de los mozos) es algo que también se vive en otras partes en el país. Hay que destacarlo: estábamos en otro mundo, a un paso de Haití. El letrero del restaurant lo dice claro: los que vienen se detienen como se hace en los otros restaurantes del país. Se sabe que uno está acostumbrado a detenerse en estos restaurantes y no han sido uno ni dos, los que nos han dado otra escena: algunos políticos se detienen con una gran cantidad de correligionarios. Pero esto no sucedía en Montecristi: todo era pacifico, en calma y no había la lucha que existe hoy.

Luego de estar en el restaurant salimos para otra zona de Montecristi. Lograríamos ver el Morro, lugar muy visitado. Subimos una escalera que conduce a una montaña que todos pueden visitar. Lo sabíamos: llegaríamos temprano al mercado con Dajabón, nuestra meta esencial. Salimos pues para allá, al cabo de unos minutos. Pero antes, nos detuvimos en la casa donde se firmó en acuerdo entre José Martí y Máximo Gómez.

La casa es muy visitada: un cristal separa el documento del aire de la calle. Minutos antes, había visto yo un solar donde había chatarra de algún tipo. El tiempo pasaba en Montecristi. Nos pareció que en ese momento recibíamos el saludo de los dos firmantes de una época lejana.

Lo bueno sería saber la cantidad de gente que ha visto el tratado: se puede ver la caligrafía, aunque no tomamos fotos no porque nos lo prohibieran sino porque no estaba en nosotros. Al cabo de unos minutos, salimos para Dajabón. El misterio de misterios: a qué hora comenzaba todo esto y a qué hora terminaba, si necesitábamos alguna protección, si había delincuencia contra los de este lado. Una invitada mía tenía todo el look de una señora no muy común en este lugar por lo que uno pensaba que podía suceder algo.

Estaba claro que el viaje se haría único: todo había resultado como lo planeado. Nuestra llegada al restaurant donde se especializan en el chivo (la receta incluye orégano) fue un asunto mágico: ya todo el entorno era un ambiente liniero, un paisaje muy diferente a otros del suelo dominicano. Nos prepararíamos para entender el sitio: una larga crónica nos habla de los chivos. Mucho tiempo después, alguien me dijo que los criaría porque eran un negocio rentable.

Mis invitados no entraron en estas disyuntivas pero si estábamos conscientes de que habitábamos un mundo extraño, muy parecido en la geografía a los del otro lado. La pregunta que se haría era sencilla: ¿y qué si traspasáramos la frontera? No estábamos en condiciones de ello. Pensé en algunos libros de forma meteórica: nos falta una crónica fronteriza actual que corrobore el sentir nacional ante los últimos acontecimientos. Pero entonces estábamos en un viaje: nos prepararíamos para entrar en el mercado como si todo se tratara de una excursión a lo exótico, aunque teníamos que tener cuidado. Tampoco dejaríamos nada en el vehículo por temor a ser robados.

Una leve detención en las salinas nos preparó para el mood del mercado binacional. Llegados allí, nos preparámos para hacer ósmosis con el evento. Cientos de haitianas y haitianos canjeaban con los dominicanos, acuclillados y misterisos, cualquier tipo de mercancía. Uno se preguntaba: ¿no sería bueno filmar esto? Ya en el Morro habíamos tirado fotos, de esas que no se suben a las redes.

Sería deseable destacar que en el trayecto de la frontera, en el recorrido de la carretera internacional, fuimos detenidos por un guardia que nos dio el saludo y nos dijo que podíamos continuar. Mis acompañantes vieron que era algo serio: si éramos detenidos hubiéramos corrido cierto peligro, algo que no ocurrió. "Son vigilantes", dijo uno de mis interlocutores. Le dije: en la frontera se ve de todo, por lo que es seguro que haya más vigías.  

En el trayecto hasta Dajabón no encontramos más: entramos al pueblo con la seguridad de que todo iría bien. Ahora recordábamos el saludo que nos había hecho el vigilante y tuvimos claro un asunto: en este mercado no recibiríamos tal tipo de saludo. Teníamos que arreglárnosla como pudiéramos sin dejarnos engañar por los cientos de haitianos que estaban allí. No andaríamos todo el lugar sino que nos limitaríamos a un breve sendero, a unos cuantos vendedores.

Mis acompañantes tuvieron razón: no debíamos perdernos de vista. Estaba en nosotros el dicho aquel que se utiliza en estas circunstancias: para los haitianos éramos "carne fresca". En términos de venta, éramos nuevos clientes como los que llegan todos los días o los días en que se organiza el mercado. 

Me preparé para iniciar mi canje: entre toda la mercancía me parecieron atractivos unos pantalones jeans. Averigué el precio con un arte antiguo: las manos sirven de comunicación. Los pantalones fueron comprados, lo mismo que el ron haitiano que sí podía guardar problemas.

En el mercado binacional se entra en otro estado. Entre toda esta gente, habitas otro mundo que le hubiera gustado mucho a Adam Smith por aquello del mercado, la mano invisible. En esta ocasión, nuestras manos eran visibles: aprisionaban objetos, hacían el canje, discutían los precios aun no domináramos el idioma. Uno se pregunta: ¿cómo es posible que transáramos todo? Los haitianos se comunicaban efectivamente con los de este lado. Comerciaban lo que sea: como he dicho más arriba, logré comprar unos jeans Tommy Hilfiger, a un precio módico.

Mis invitados lo tenían claro: todo esto era un asunto exótico, palabra esta importante porque la misma puede ser utilizada para describir el sentimiento que algunos tenemos sobre el otro lado, aunque no hayamos ido. En la película La Serpiente y el Arcoiris está claro este sentimiento. El otro lado es un asunto exótico. Claro está: desde la política se trata de un asunto económico y ahora geográfico-estratégico.

En el mercado, por momentos piensas que el asunto de comercio es algo indetenible. Las haitianas de un momento a otro comienzan a hablar de manera rápida: buscan salir de su mercancía. Lo hacen con pleno dominio y tienen claro que un día les irá mejor que otro. Algunas se sonríen, pero otras están serias: se trata de un comercio que es necesario entender. Llegado el momento, algunos ofertantes se van a otro lado y nos deja a nosotros buceando entre los objetos y la ropa: tennis, perfumes, huevos, vegetales, correas, zapatos entre mil y un objetos. Algunos se preguntan si todo esto se vende rápido, si tiene salida. La otra pregunta: la cantidad de dominicanos que viene aquí como nosotros.

Terminamos de comerciar como a la hora de haber entrado al escenario de compra y venta, una calle principal de Dajabón sin ningún misterio. Al cabo de un rato, yo con mis jeans y mi amigo con su ron, nos preparamos para abandonar el lugar no sin antes decir algo característico, algo ritual que tuviera como efecto nuestro asombro por el lio en que nos habíamos metido (pero habíamos salido bien de él).

Luego de unos minutos, nos propusimos otra cosa: llegar temprano a la capital. No contaríamos mucho pero este recuerdo se almacenaría en nuestras memorias. "Para que no nos cuenten", podría decir una de las invitadas. "A mí me gustó el chivo", me diría. Otra me diría: "la haitiana no quería venderme nada". Otro se reiría: "sería bueno volver".

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El autor es mercadólogo, escritor y melómano nacido en 1974.