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Aquellos Doce Juegos inolvidables

El espíritu olímpico en República Dominicana

Fue una tarde espléndida de febrero. Era el día de la Patria y una multitud expectante había acudido desde tempranas horas de la tarde al "compromiso de todos", un eslogan probablemente creado por Max Reinoso que caló profundamente en el alma nacional. Hacía un año y cuatro meses que yo había llegado a Santo Domingo para estudiar en la UNPHU y buscar nuevos nortes, los que siempre quise asumir, en la capital. No tenía un año aún de haber conseguido mi primer empleo en una emisora radial, como periodista de planta y productor de programas, a las órdenes de un equipo que conducían Rodolfo Espinal y Teo Veras, con las voces privilegiadas de Ramón Aníbal Ramos, Miguel Núñez y Guillermo Henríquez hijo.

Se vivían entonces tiempos convulsos. Hacia justo un año que había caído en las lomas de Nizaíto, de San José de Ocoa, "la última esperanza armada". La situación política parecía agravarse cada día, con las muertes de jóvenes dirigentes de izquierda, enfrentamientos de la policía con estudiantes y un nivel de inseguridad y resistencia, sobre todo en los núcleos políticos que combatían al gobierno de Joaquín Balaguer.  A fines de ese 1973 ocurre el fraccionamiento del principal partido de oposición, el PRD, cuando su líder, Juan Bosch, decidió formar tienda aparte. Para 1974, apenas tres meses después del acontecimiento a que aludo del 27 de febrero, se había producido la primera alianza extraña de la política dominicana que crea recordar, lo que se denominó el Acuerdo de Santiago, un intento desesperado para aunar fuerzas disidentes contra el balaguerismo gobernante. Se unían el PRD, el PQD y el MPD, para llevar como candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la República a don Antonio Guzmán y al general Elías Wessin y Wessin, cabeza este último de los militares de San Isidro que enfrentaron, apenas nueve años antes, la revuelta constitucionalista dirigida por Francisco Caamaño, cuyo anuncio insurreccional por "Tribuna Democrática" había estado a cargo de José Francisco Peña Gómez, principal proponente de la fórmula Guzmán-Wessin.

En noviembre de ese mismo 1974, el gobierno de Balaguer, que ya había hecho sucumbir la maquinaria del Acuerdo de Santiago, acosando a sus dirigentes que, finalmente, se vieron obligados a no participar en el torneo electoral de ese año, permitió la celebración del mayor acontecimiento artístico-ideológico del siglo XX dominicano, "7 días con el pueblo", que se celebraría en noviembre en varios de los mismos escenarios deportivos del febrero anterior, con la presencia de decenas de relevantes figuras del arte latinoamericano y español, bajo el liderazgo de Enriquito de León y Cholo Brenes.

Como periodista, estuve en aquel acto inaugural de los XII Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, en uno de los palcos de la prensa, y desde allí pude ver el solemne acto que Balaguer presidía junto a las más altas autoridades del deporte continental y el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), que lo era entonces el irlandés Michael Morris Killanin, quien se hacía llamar Lord Killanin porque era un miembro de la nobleza del Reino Unido y a los 21 años había ingresado a la Cámara de los Lores.

Los Doce Juegos, como fueron conocidos, unió a la sociedad dominicana, al tiempo que reunió a destacadas personalidades de distintas esferas, que laboraron en beneficio del evento. Llegar hasta ese momento había sido el esfuerzo extraordinario de un hombre sin dudas excepcional: Wiche García Saleta. Llevaba años tratando de crear "conciencia olímpica" entre los dirigentes deportivos, sin que muchos hicieran esfuerzos por entender el propósito. Es el evangelizador olímpico por excelencia en la historia dominicana. Lo que hoy es el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte  fue durante quince años parte de la pista del aeropuerto de la capital dominicana, el general Andrews, cuya terminal quedaba al inicio del elevado de la avenida del Quinto Centenario, entre las avenidas San Martín, Leopoldo Navarro, México y Abraham Lincoln, una configuración territorial muy diferente a la que existe hoy. Se inauguró en 1944, hasta que en 1959 comenzó a funcionar el aeropuerto actual en Punta Caucedo. Lo que quedó allí, desde entonces, fue un inmenso zaguán, donde en parte se construyeron viviendas y construcciones diversas, prácticamente hasta decenios recientes. Y donde está el Centro Olímpico se pobló de casuchas de cartón, tablas de palma y cinc, y de un amplio yerbajo.

Wiche García Saleta emprendió, desde el mismo año de toma de posesión de Balaguer, en 1966, una intensa y atrevida campaña para que allí se levantaran instalaciones deportivas. Incluso, llegó a instar a los deportistas y federados a que tomaran a la fuerza ese lugar, debido a que las autoridades no hacían caso a sus planteamientos. El propio Wiche, buscando recursos aquí y allí, logró iniciar el levantamiento de algunas de las estructuras deportivas que hoy son parte de esa gran plaza del deporte. Años antes de los Doce Juegos, se celebró, contra viento y marea, una especie de juegos universitarios, para dar calor a la idea de Wiche de que ese lugar se destinase a instalaciones deportivas. Entre los que asistieron a respaldarle estaba monseñor Agripino Núñez Collado, quien en medio de los reclamos recibió una violenta bofetada de manos de un policía anhelante de galones, que hizo que el prelado perdiera el equilibrio. Yo estudiaba entonces en la UCMM de Santiago y recuerdo como al día siguiente del suceso se organizó una marcha desde el recinto universitario hasta el Monumento, de forma silenciosa, en protesta por la afrenta policial contra el rector ucamaimero.

Finalmente, en 1969, en medio de tantas turbulencias, Balaguer aceptó construir las edificaciones deportivas, teniendo por delante el compromiso que habían hecho los dirigentes olímpicos, con Wiche García siempre a la cabeza, para que el país fuese sede de los Doce Juegos, un plan que se inició seis años antes de su celebración, en 1968. Balaguer, por tanto, se vio obligado a dar apoyo al proyecto, y República Dominicana, en 1970, logró finalmente la sede, con  la oposición de Colombia y El Salvador que compitieron para ganarla.  Aunque hubo un primer comité organizador que no pudo adelantar ninguna gestión positiva, Balaguer puso una condición: los Juegos serían dirigidos por gente de su entera confianza, y es así que, en 1971, se designa otro nuevo comité con Bebecito Martínez como presidente y Federico Medrano Basilis como director general. Wiche, por su parte, exigió que la dirección técnica estuviese e cargo de Virgilio Travieso Soto y la dirección administrativa estaría comandada por Darío Canó del Río.

Bebecito Martínez conformó un equipo con personas de la elite en sus diversos campos, para colaborar en el montaje del gran evento. El notable pintor Asdrúbal Domínguez, dirigente del Partido Comunista Dominicano (PCD), fue seleccionado ganador del emblema oficial de los Doce Juegos  por un jurado compuesto, nada más ni nada menos, que por los arquitectos José Antonio Caro y Eugenio Pérez Montás, el escultor Antonio Prats Ventós y la artista Soucy de Pellerano. Domínguez, que luego fue designado director del programa de Identidad de los Juegos, se encargó también de elaborar los logos de cada una de las disciplinas deportivas que estuvieron representadas en el evento. La música del desfile de los atletas fue obra del maestro Rafael Solano, la orquesta actuante la dirigió el maestro Carlos Piantini y el coro el profesor José Delmonte Peguero. Piantini, nombrado director artístico y cultural de los Doce Juegos, tuvo como colaboradores a Manuel Rueda, Franklin Domínguez y Casandra Damirón. En la parte deportiva, aparte de los ya mencionados, trabajaron el director general de deportes, que era entonces el máximo organismo deportivo del país, Horacito Veras Gómez, Chito Asmar, Gregorio Domínguez, Enrique Marchena, César Padrón y el mayor Marcos Jiménez, que a partir de entonces pasó a ser parte del movimiento deportivo nacional. El doctor Emil Kasse Acta fue el director médico, auxiliado por un equipo de especialistas, mientras que Max Álvarez y Bolo Vicioso dirigían las relaciones públicas y el recorrido de la antorcha. Esto es solo para poner algunos ejemplos.

Cuando el Gringo Torres salió a la pista portando la antorcha, ni antes y tal vez ni después, se vio a un corredor portar aquella luz con la cual los juegos nacen y concluyen, con tanta gallardía, porte atlético, firmeza y elegancia, dejándonos a todos electrizados. La unidad nacional generada por los Doce Juegos podría ser hoy ejemplo de lo que, en tiempos difíciles,  es posible conquistar para enrumbar y sanar a la nación. Entre febrero y marzo de 1974, yendo de un lugar a otro, participé activamente como espectador de aquel inolvidable certamen, con el que se marcó la ruta del desarrollo deportivo nacional. Siempre creí que el Estadio Olímpico debió llevar el nombre de Wiche, pero se optó por la inmediatez y se decidió darle el nombre de otro grande, sólo que en dimensión distinta a la de aquel gran hombre que instauró el olimpismo nacional y que creó, a base de criadillas, el Centro Olímpico que honra con su nombre al introductor de la esgrima y fundador de la Patria,  la misma que sigue siendo "compromiso de todos".

LIBROS
  • Expandir imagen
    Editora Nivar, 1978, Dos volúmenes, 749 págs. Editado por Max Reinoso, con la colaboración de Justo Castellanos Díaz.
    DOCE JUEGOS

    Editora Nivar, 1978, Dos volúmenes, 749 págs. Editado por Max Reinoso, con la colaboración de Justo Castellanos Díaz.

  • Expandir imagen
    Héctor J. Cruz, Alfa & Omega, 1993, 163 págs. Relato pormenorizado que abarca de 1946 a 1990.
    REPÚBLICA DOMINICANA EN JUEGOS CENTROAMERICANOS Y DEL CARIBE

    Héctor J. Cruz, Alfa & Omega, 1993, 163 págs. Relato pormenorizado que abarca de 1946 a 1990.

  • Expandir imagen
    Justo Castellanos Díaz, Alfa & Omega, 1988, 220 págs. Reunión de textos publicados por el autor en los primeros años del vespertino El Nacional.
    EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL DEPORTE

    Justo Castellanos Díaz, Alfa & Omega, 1988, 220 págs. Reunión de textos publicados por el autor en los primeros años del vespertino El Nacional.

  • Expandir imagen
    Heriberto Morrison, Editora Búho, 2004, 282 págs. Evolución y proyección internacional del deporte dominicano.
    EL DEPORTE EN EL ESTADO DOMINICANO

    Heriberto Morrison, Editora Búho, 2004, 282 págs. Evolución y proyección internacional del deporte dominicano.

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    Carlos Nina Gómez, Editora Búho, 2010, 198 págs. El deporte como vehículo histórico en la unidad de las naciones.
    EL PODER DEL DEPORTE UNE A LOS PUEBLOS

    Carlos Nina Gómez, Editora Búho, 2010, 198 págs. El deporte como vehículo histórico en la unidad de las naciones.

TEMAS -

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.