Martí Trajinando
Martí y el Caribe, un viaje entre paisajes, voces y sueños libertarios

Todavía anduvo Martí trajinando por estos lares entre marzo y abril de 1895, antes del desembarco libertario junto a Gómez por Guantánamo, el 11 de abril. Trazos de vida valiosos del Apóstol que caería en Dos Ríos un fatídico 19 de mayo. En Cabo Haitiano registra el 3 de marzo un día de solaz. "Me voy a pelar, a la mísera barbería de Martínez, en la calle de la Playa: él reluce de limpio, chiquitín y picante, en la barbería empapelada a retazos, con otros de mugre, y cromos viejos: y en el techo muy alto, de listones de lienzo, seis rosas de papel."
El diálogo emerge: "¿Y Ud., Martínez, será hombre casado? "-"Hombre como yo, ambulante, no puede casar." "¿Y dónde aprendió su español?" -"En San Thomas: yo era de San Thomas, santomeño." "¿Y ya no lo es Ud.?" -"No, ahora soy haitiano. Soy hijo de danés, no vale de nada: soy hijo de inglés, no vale de nada, soy hijo de español, peor: España es la más mala nación que hay en el mundo. Para hombre de color, nada vale de nada." Martí escarba: "¿Conque no quiere ser español?" Responde el fígaro: -"Ni cubano quiero ser, ni puertorriqueño, ni español. Si fuera blanco español inteligente, sí, porque le doy a la gobernación de Puerto Rico con $500 mensuales: si era hijo de Puerto Rico, no. Lo peor del mundo, español." A una pordiosera que asoma: "Todavía no he ganado el primer cobre."
4 de marzo. "Y abrí los ojos en la lancha, al canto del mar. El mar cantaba. Del Cabo salimos, con nubarrón y viento fuerte, a las diez de la noche; y ahora, a la madrugada, el mar está cantando. El patrón se endereza, y oye erguido, con una mano a la tabla y otra al corazón: el timonel, deja el timón a medio ir: "Bonito eso. Es lo más bonito que haya oído en este mundo". Y luego se echa a reír: que los voudous, los hechiceros haitianos, sabrán lo que eso es: que hoy es día de baile voudou en el fondo de la mar, y ya lo sabrán ahora los hombres de la tierra: que allá abajo están haciendo los hechiceros sus encantos. La larga música, extensa y afinada, es como el son unido de una tumultuosa orquesta de campanas de platino. Vibra igual y seguro el eco resonante. Como en ropa de música se siente envuelto el cuerpo. Cantó el mar más de una hora. La lancha piafa y se hunde, rumbo a Montecristi.
El 6 de marzo consigna. "¡Ah, el eterno barbero, con el sombrero de paja echado a la nuca, los rizos perfumados a la frente, y las pantuflas con estrellas y rosas! En la barbería no hay más que dos espejos, de marco de madera, con la repisa de pomos vacíos, un cepillo mugriento, y pomadas viejas. A la pared está un muestrario de panamás de cinta fina, libros descuadernados, y papelería revuelta. En medio del salón está la silla donde el pinche empolva al que se alza de afeitarse. Martí retiene: –"Mira, muchacho de los billetes, ven acá. Cómprale un billete: dale un peso." Oye un ruido "en la calle llena del sol del domingo, un ruido de ola. Es el fustán almidonado de una negra que pasa triunfante, quemando con los ojos, con su bata limpia de calicó morado oscuro, y la manta por los hombros. La haitiana tiene piernas de ciervo. El talle natural y flexible de la dominicana da ritmo y poder a la fealdad más infeliz. La forma de la mujer es conyugal y cadenciosa."
Cerrando marzo nos refiere a César Salas. "Es hombre de crear, sembrador e industrioso, con mano para el machete y el pincel, e igual capacidad para el sacrificio, el trabajo y el arte. De las cuevas de San Lorenzo, allá en Samaná viene ahora y cuenta. La mayor es como la muestra de las muchas que por allí hay, con el techo y las paredes de pedrería destilada, que a veces cuelga por tierra como encaje fino, y otras exprime, gota a gota, "un agua que se va cuajando en piedra".
Es grande el frescor, y el piso de guano blanco y fino, que en la boca no desagrada, y se disuelve. La galería, de trecho en trecho, al codear, cría bóveda, y allí, a un mismo rumbo, hay dos caras de figuras pintadas en la pared, a poco más de altura de hombre, que son como redondeles imperfectos, donde está de centro un rostro grande humano sobre la vértice de un triángulo, crestado a todo el borde, con dos rostros menores a los lados, y a todo el rededor dibujos jeroglíficos de homúnculos con la azada en una mano, o sin ella...Allí caracoles innúmeros, de que debió vivir la indiada; y hachas grandes de sílex, de garganta o de asta. Los caracoles hacen monte a las aberturas. Por cuatro bocas se entra a la cueva. Por una, espumante y resonante, entra el mar. De una boca; por entre bejucos, se sube al claro verde.
1ro de abril. Clavándonos de espinas, cruzábamos, a la media noche oscura, la marisma y la arena. A codazos rompemos la malla del cambrón. El arenal, calvo a trechos, se cubre a manchones del árbol punzante. Da luz como de sudario, al cielo sin estrellas, la arena desnuda: y es negror lo verde. Del mar se oye la ola, que se exhala en la playa; y se huele la sal. De los últimos cambroneros, se sale a la orilla, espumante y velada -y como revuelta y cogida- con ráfagas húmedas. De pie, a las rodillas el calzón, por los muslos la camisola abierta al pecho, los brazos en cruz alta, la cabeza aguileña de pera y bigote, tocada del yarey, aparece impasible, con la mar a las plantas y el cielo por fondo, un negro haitiano. Ei hombre asciende a su plena beldad en el silencio de la naturaleza.
4 de abril. En la goleta Brothers del capitán Bastián arribando a Grand Inagua, Bahamas. "Tendido en cubierta, veo, al abrirse la luz, el rincón de Inagua, de árbol erizado, saliendo, verdoso, de entre sus ruinas y salinas. Rosadas como flamencos, y de carmín negruzco, son las nubes que se alzan, por el cielo perlado, de las pocas casas. Me echo a la playa, a sujetar bribonea, a domarlos, a traerles a la mano el sombrero triunfador. Lo logro. En las idas y las venidas, ojeo el pueblo: mansiones desiertas y descabezadas, muros roídos del abandono y del fuego, casas blancas de ventanas verdes, arbolejos de púas, y florales venenosos. No tiene compradores la mucha sal de la isla; yace el ferrocarril; quien tuvo barcos los vende; crece penosa la industria del henequén; el salón de leer tiene quince socios, a real mensual; el comerciante de más brillo es tierno amigo de un patrón contrabandista; el capitán del puerto, ventrudo mozo, es noble de alma, y por tanto cortés, y viste de dril blanco: el sol salino ciega.
Contra una pared rota duerme una pila de guayacancillo, el "leño de la vida", que "arde como una antorcha", con su corazón duro: dos burros peludos halan de un carro, mal lleno de palos de rosa, rajados y torcidos: junto a un pilar hay un saco de papas del país. De una tienda, mísera, sale deshecha una vieja blanca, de espejuelos, pamela y delantal, a ofrecernos pan, anzuelos, huevos, gallinas, hilo. La negraza, de vientre a la nariz, y los pendientes de coral al hombro, dice, echada en el mostrador de su tienda vacía, que "su casa de recibir no es allí", donde tres hombres escaldados reposan un instante, secándose el sudor sangriento, en los cajones que hacen de sillas: y por poder sentarse, compran a la tendera, de dientes y ojos de marfil, todo el pan y los dulces de la casa: tres chelines. Ella cubre de sus anchas sonrisas el suelo.
Pasa Hopkins, cuarentón de tronco inglés y tez de cobre, vendiendo "su gran corazón", su "pecho valiente, que sirve por dos pechos", los botines rastreros, que se saca de los pies, un gabán roto. Él irá "a todas partes, si le pagan", porque "es un padre de familias, que tiene dos mujeres": es "un alma leal". Él se cose a los marineros, y les va envenenando la voluntad, para que no acepten el oficio que no se quiso poner en él: revende un pollo, que le trae de las patas un policía de casco de corcho, patillas de chuleta y casimir azul de bocas rojas.
Pasa el guadalupeño, de torso color de chocolate, y la cana rizosa de sus setenta y cuatro años: lleva al aire los pechos y los pies, y el sombrero de penca: ni bebió ni fumó, ni amó más que en casa, ni necesita espejuelos para leer de noche: es albañil, y contratista, y pescador. Pasa, con su caña macaca de puño neoyorquino, el patrón contrabandista, de sortija recia al anular, y en la cabeza de respeto el panamá caro. Pasa el patrón blandílocuo, de lengua patriarcal y hechos de zorro, el que a la muerte del hijo "no lloró el dolor, sino que lo sudó": y rinde, balbuceando, el dinero que robaba. Pero él es "un caballero, y conoce a los caballeros": y me regala, sombrero en mano, una caneca de ginebra.
5 de abril. El vapor carguero, más allá de la mar cerúlea de la playa, vacía su madera de Mobile en la balsa que le flota al costado, de popa a proa, en el oleaje turquí. Descuelgan la madera, y los trabajadores la halan y la cantan. Puja el vapor al sesgo por arrimar la balsa a la orilla: y los botes remolcadores se la llevan, con los negros arriba en hilera, halando y cantando.
David, de las Islas Turcas, se nos apegó desde la arrancada de Montecristi. A medias palabras nos dijo que nos entendía, y sin espera de paga mayor, ni tratos de ella, ni mimos nuestros, él iba creciéndosenos con la fuga de los demás; y era la goleta él solo, con sus calzones en tiras, los pies roídos, el levitón que le colgaba por sobre las carnes, el yarey con las alas al cielo. Cocinaba él el "locrio", de tocino y arroz; o el "sancocho", de pollo y pocas viandas; o el pescado blanco, el buen mutton-fish, con salsa de mantequilla y naranja agria.
Traía y llevaba, a "guilla" pura -a remo por timón- el único bote: él nos tendía de almohada, en la miseria de la cubierta, su levitón, su chaquetón, el saco que le era almohada y colcha. Él, ágil y enjuto, ya estaba al alba bruñendo los calderos. Jamás pidió y se daba todo. El cuello fino y airoso, le sujetaba la cabeza seca: le reían los ojos, sinceros y grandes: se le abrían los pómulos, decidores y fuertes: por los cabos de la boca, desdentada y leve, le crecían dos rizos de bigote: en la nariz, franca y chata, le jugaba la luz. Al decirnos adiós se le hundió el rostro, y el pecho, y se echó de bruces, llorando, contra la vela atada a la botavara. David, de las Islas Turcas."
Martí, el de la Isla Fascinante.