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Carta a Julio César Castaños Guzmán

Nunca hubiese deseado escribirle, pero quedarme callado en este trance me hace sentir cómplice. Las circunstancias del momento me dispensan las razones. Son tan obvias que se imponen. Para empezar, regreso a las palabras que en ocasión de las primarias escribí en este mismo espacio. Leo: “Me preocupa la despreocupación de la Junta, el lenguaje destemplado del presidente (como si estuviera haciendo las cosas por puro fastidio). La más beneficiada de esta situación es ella (la Junta) porque ha tenido que aceptar que no debe fiarse de sus controles internos y que los sistemas no son infalibles. Que su consabida seriedad no suple las fragilidades de los procesos. Que no obró con prudencia cuando puso a prueba una votación automatizada sin una validación calificada previa”.

Pensé que el trauma generado por aquel proceso (el de las primarias) fue lo necesariamente aleccionador para que la Junta pusiera todo empeño en lucirse ahora. Me dije: esta vez vendrá con todos los sistemas probados, los protocolos al día, los controles de seguridad reforzados y los dispositivos contra riesgos activados. Usted, mi estimado presidente, estaba obligado a “no fallar”. Cargaba con el traumático estreno del voto automatizado y las pesadas dudas que sobre su conveniencia se cernían. Esas circunstancias eran suficientes para maximizar los controles y dar más de lo debido.

Lo del día 16, señor Castaños, fue de espanto. Nadie podía sospechar que unas elecciones en pleno desarrollo fueran suspendidas así no más. Ese inédito antecedente dejó un desconcierto que nos regresó pesarosamente a eras superadas. Todavía respiramos la vergüenza sin poder salir del aturdimiento. El clima, cargado y confuso, sigue poblado de preguntas. Y a pesar de que la crispada sensibilidad popular solo se atiene al hecho de la suspensión lo más crucial son las razones todavía pendientes que nadie da ni entiende.

No le niego, señor Castaños, que hasta no ver diez veces el vídeo filtrado de su reunión con los delegados políticos (para deliberar sobre la suspensión de los comicios) lo sentía como una víctima más, pero luego de tragar en seco lo que le escuché decir no tengo dudas para considerarlo corresponsable. Y no porque le moviera algún interés personal o prestado, sino porque sencillamente no dio lo que debía; faltó de forma imprudente a una alta obligación gerencial que se engrandecía en un momento tan crítico como el que vivimos.

Me parece que usted se siente muy consentido y que su autoestima o exceso de confianza le hicieron una trastada. Obvio, cuando hablo de usted tengo lamentablemente que comprometer a los demás jueces sin posibilidad de discriminar, por el carácter colegiado del órgano, pero algunos de sus miembros saben que mi opinión sobre ellos no es necesariamente la misma.

Estas fueron algunas de sus palabras. Usted dijo: “...sucedió, y esa es la verdad, que, en más de trescientas mesas, si bien los técnicos no recibieron, no tenían la instrucción de que no era solamente instalarla, era purgarle e instalarle la boleta otra vez para lo cual había un procedimiento que se puede hacer, que se podía hacer”.

Admitir esa omisión es para dudar de la mínima idoneidad en la gestión de procesos elementales. ¿Quiere decir que al momento de los técnicos de la Junta instalar los equipos en los colegios no hicieron la prueba funcional de la carga óptima de las boletas? ¿Supuso eso que la dirección técnica de la Junta no tenía un protocolo definido sobre este procedimiento? La imprecisión de su declaración denota que ni usted lo sabía, cuando ambiguamente afirmó: “... que se puede hacer, que se podía hacer”. Lo penoso es aceptar que esa admisión la hizo en medio de un proceso ¡en marcha! Si esas comprobaciones se hubieran hecho con antelación, estarían detectadas y corregidas las fallas como insólitamente usted admitió cuando dijo: “... si hubiésemos hecho un control de calidad en la implementación de esa boleta eso hubiese salido”. ¿Pero acaso esto es un relajo?

¡Dios! Es decir que a pesar de todos los cuestionamientos sobre el voto automatizado (que vienen desde las primarias) y de los reclamos de la oposición para que se hicieran auditorías forenses, usted, en medio de un proceso en desarrollo, reconoce que no hubo un control de calidad de las boletas electrónicas. Tal desatención a los protocolos de control y seguridad, ¿no sería la primera razón para una posible intrusión o violación de los sistemas? Esta sospecha se agrava cuando escuchamos a delegados técnicos de algunos partidos decir que la Junta no hizo una prueba de conformidad funcional o “testing” a todos los equipos en presencia de los delegados técnicos de los partidos antes de despachar las valijas a los centros de votaciones, como se lo habían solicitado a la Junta.

El abortado “fraude” que se presume no está establecido ni creo que se pruebe mientras quienes investiguen sean jueces y partes; lo que está claro hasta ahora es que la deficiente dirección de los procesos condujo a la primera suspensión de unas elecciones en la historia dominicana. Un mérito que nadie quisiera llevarse. Repito: el tema, señor Castaños, no es la suspensión, a la cual se estaba ineludiblemente obligado; son las razones por las que se decidió y la responsabilidad de la Junta en esas causas. Ese es el punto. Lo digo porque muy pocos pero de voz alta han saludado como un acto procero la resolución de la Junta de suspender.

Creo, señor Castaños, que su retrato histórico pende de una esquina. Si usted entiende que obró bien, atrévase a demostrarlo y sométase a una auditoría de gestión independiente que avale ese desempeño y confirme que los procedimientos técnicos, de control y operativos se cumplieron de acuerdo a los estándares; en caso contrario, tenga la dignidad de renunciar, pero no ahora sino después que su responsabilidad y la del órgano queden firme y separadamente establecidas por una investigación de rigor que los partidos deben necesariamente pedir si tienen el real interés en esclarecer las cosas. La pérdida de dinero, la afectación emocional, el agravio institucional y el deterioro reputacional del país son incuantificables. Estos efectos no vinieron solos: tienen causas y responsables.

La desabrida e incrédula muletilla de “que caiga todo el peso de la ley” no debe obrar de forma abstracta o solo para los supuestos autores del sabotaje, presumidos siempre como agentes externos; debe también comprometer a los de adentro y aún más a los que dirigen el proceso. Sé que muchos al igual usted esperan redimirse en las elecciones del 15 de marzo. Les dará brega, pero ojalá, créame. Sería la tercera oportunidad. Sin embargo, no le liberará del escrutinio colectivo, porque hasta que no se pruebe una acción intencional de terceros, aquí la responsabilidad tiene un solo nombre: la JCE.

Quiera Dios que aparezca la caja negra de este accidente y sepamos con certeza cómo estuvieron repartidas las culpas. Es posible que entraran ladrones, pero también que encontraran las puertas abiertas. La verdad debe saberse, pero toda. Espero, señor presidente, que pueda acoger en recto espíritu mis duros juicios y justipreciar con madurez mis intenciones. Le aseguro que son sanos. Hablaremos el 15 de marzo.

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.