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El discurso de Luis Abinader

El discurso de toma de posesión de Luis Abinader fue sobrio, vibrante, sustancioso, reconocedor de los retos, al tiempo que insufló el optimismo para superarlos en base a capacidad, trabajo y dedicación.

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El discurso de Luis Abinader

Los discursos de toma de posesión de los presidentes de la República son esperanzadores. Despiertan ilusiones, levantan el ánimo. Son la cara opuesta al silencio de quienes salen del poder sumergidos en un ambiente de frustración colectiva.

La frustración colectiva se alimenta de la veleidad de los pueblos; y del hecho comprobado de que el ejercicio de la primera magistratura obnubila, infla el ego, esparce una sensación de omnipotencia que hace desaparecer lealtades, amistades, valores, principios, sustituidos por las conveniencias malsanas del poder.

El discurso de Luis Abinader se caracterizó por aferrarse a normas elementales de decencia. Dijo lo que debía, sin enrostrar en detalle a las autoridades salientes debilidades e indelicadezas, cuyo planteamiento y dilucidación correspondería, en cualquier caso, a momentos y esferas diferentes.

Fue un discurso sobrio, vibrante, sustancioso, reconocedor de los retos, al tiempo que insufló el optimismo para superarlos en base a capacidad, trabajo y dedicación.

Este será el gobierno del cambio, dijo Abinader. Y agregó “del cambio irreversible”. Bien está que sea del cambio. Mal que sea del cambio irreversible, pues si lo fuera la historia terminaría aquí. Es probable que la intención sea asegurar que lo prometido se va a realizar.

En el gobierno saliente la educación se convirtió en emblema principal, sin que se alcanzara el éxito en la calidad ni en el aprendizaje. En el entrante, las palabras del presidente Abinader parecen indicar que la salud, sin descuidar a la educación, se convertirá en uno de sus estandartes.

Universalizar el sistema de salud, hacerlo gratuito para los desfavorecidos, proveerlo con la misma calidad y cápita del contributivo, uniforme para todos, no es un reto ni un logro cualquiera. Es una de las grandes carencias del país. Haría remitir los niveles de pobreza, pues el menguado presupuesto de los infelices se esfuma al tener que hacer frente a frecuentes enfermedades, todas calamitosas en comparación con sus penurias.

Las ayudas sociales (digo yo) pudieran consolidarse en una bolsa pública institucionalizada, desgajada de la presidencia de la República, que atienda las necesidades de salud a través del sistema de seguridad social, y las derivadas del proceso educativo por medio de un mecanismo similar. Ambas separadas de canales de financiamiento clientelar.

El presidente habló del inicio del año escolar y de las clases no presenciales. Hay dudas de que se esté bien preparado para eso. La improvisación es mala consejera. Posponer el inicio de las clases por 15 días o por un mes, en lo que se frena la pandemia, y acortar las vacaciones de navidad y de verano para recuperar tiempo, pudiera ser una opción, a ser evaluada.

El otro estandarte visible es el de las reformas institucionales. Son muchas. Empezar por el traspaso de los programas sociales a instituciones desligadas del afán clientelar y efectuar la rendición meticulosa y periódica de cuentas, luce ser una buena idea. Además, aplicar como paradigma un régimen de consecuencias significaría poner cordones y lazos en las piernas gruesas de la impunidad, para que se desmorone y caiga.

Lo anterior, unido a la independencia efectiva de la justicia, provista de presupuesto robusto y de un sistema interno de consecuencias que le exija estar a la altura de las circunstancias, sería parte relevante del cambio que se espera.

Las relaciones internacionales, llevadas con sentido estratégico y alta capacidad de ejecución, son indispensables para sacar al país de la crisis. De los Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, y otros países amigos, podría esperarse un trato amable que permita la intensificación de las exportaciones, el turismo y las inversiones. Con Haití habría que enfatizar la cooperación, canales fluidos de comercio y el control de los flujos migratorios.

El presidente mencionó obras de infraestructura a ser emprendidas bajo un esquema de alianzas público-privada, entre ellas el desarrollo del polo turístico de Pedernales y la ruta del ámbar, la autopista Santiago-Puerto Plata. También mencionó la reactivación del turismo, locomotora de la economía. Son buenas señales.

A veces los pequeños detalles cambian el humor de los pueblos y tornan la apatía en afán de trabajo y superación.

El discurso empezó con la petición de guardar un minuto de silencio en memoria de las víctimas del Covid 19. Y de tributar un aplauso a la clase sanitaria que con abnegación y heroísmo hace frente a esta terrible pandemia.

Es una muestra de que al frente de la cosa pública se ha instalado el sentido de compasión y de humanidad. Siendo así, podemos esperar mucho de sus realizaciones.

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Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.