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Heroísmo
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Héroes y mártires

Los griegos sabían que la vida es una caja de sorpresas repleta de melodiosos cantos de sirena que, en un santiamén, pueden destruir la imagen pulcra que debe ir pareja con la del héroe. Para evitar manchas, el héroe muere joven

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Héroes y mártires

En Héroe por accidente de Stephen Frears (1992), Bernie [Dustin Hoffman], un estafador de poca monta salva la vida de los pasajeros de un accidente aéreo. Realizada su hazaña, abandona el lugar sin que ninguno de los sobrevivientes viera su rostro. En su huida precipitada pierde, como en los cuentos de hadas, un zapato y regala el que conservaba al vagabundo que escuchó el relato de su proeza. Poco después, un canal de televisión en busca del misterioso héroe promete un millón de dólares a quien pruebe ser el “ángel del vuelo 104”. El desconocido héroe había perdido un zapato en el lugar de los hechos, quien complete el par recibirá, precisaba la empresa, el millón de dólares. Ni corto ni perezoso, el vagabundo John Bubber [Andy García] que tiene el zapato, se hace pasar por el “ángel del vuelo 104”. El usurpador recibe, además del millón de dólares, honores y notoriedad. No contaré la película.

Héroe por accidente es un escarnio del reconocido cineasta inglés. Bernie rechazaba la notoriedad y evidentemente la respon- sabilidad que implica ser héroe. Un papel que, desde los tiempos más remotos, da al hombre una dimensión que va más allá de su constitución física. Para los griegos de la Antigua Grecia que pensaron hace muchos siglos nuestra civilización, el héroe es “hombre nacido de un dios o una diosa y de un ser humano por lo cual era considerado más que hombre y menos que dios” (Drae). Por su condición de semidiós y preferidos de los dioses, los héroes mueren jóvenes porque son mortales. Por esa preferencia divina la frontera entre héroe y mártir es tan poco densa.

Cada país, cada época, tiene sus héroes. Los autóctonos y los de la historia universal; los héroes de un lugar pueden ser villanos en otros. “Y es que en el mundo traidor”, escribe Campoamor, “nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira”. Tenemos también al héroe efímero, al que cuando las pasiones se atenúan y la ecuanimidad de rigor se impone, un examen sereno de los acontecimientos revela que dicho “héroe” era en realidad un traidor. La historia de la segunda Guerra Mundial está repleta de ejemplos de ese género y viceversa. Para evitar este tipo de sorpresa ciertos países esperan años, décadas e incluso generaciones para encumbrar ciertos ciudadanos a su Panteón Nacional.

Los griegos pensaron muy bien su civilización y el alcance de sus reflexiones. Pensaron igualmente al héroe que, como amado de los dioses, muere joven. Su literatura, por ejemplo, no ha dejado de reescribirse: James Joyce lo hizo en el Ulises, por ejemplo, la diferencia al margen de las innovaciones novelísticas del gran escritor irlandés se manifiesta, entre otros aspectos, en la duración de la historia. En La odisea de Homero, se trata de un periplo de diez años; en el Ulises de Joyce la tribulación es de 24 horas.

Los griegos sabían que la vida es una caja de sorpresas repleta de melodiosos cantos de sirena que, en un santiamén, pueden destruir la imagen pulcra que debe ir pareja con la del héroe. Para evitar esas manchas, el héroe muere joven.

Los conceptos “héroe” y “mártir” van de la mano. Hemos retenido la definición de “héroe” del diccionario de la Rae y, de “mártir”, la segunda acepción de las tres que propone ese museo de palabras: “Persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones”. La proximidad de ambos vocablos se presta, en muchos casos, a confusión; a considerar como héroes a víctimas de la dictadura de Trujillo cuando en realidad eran mártires que cayeron por sus principios.

Entre los intentos y fracasos del exilio antitrujillista por devolver la democracia plagiada por Trujillo a República Dominicana destacan la expedición de Cayo Confite (1947), de Luperón (1949), del 14 de Junio (1959), hasta que esa encarnizada lucha por la democracia tuvo éxito el 30 de mayo de 1961 cuando siete valientes dominicanos dieron al traste con la vida del dictador Trujillo y su tiránico régimen.

En esta acción las nociones de héroe y mártir se hacen indivisibles. De los siete héroes de la “Avenida”, dos cayeron abatidos menos de una semana después del atentado, otros cinco que habían sido apresados por el SIM, fueron vilmente asesinados el 18 de noviembre, seis meses después de aquel legendario 30 de mayo del histórico año. Del grupo de acción sólo sobrevivió Antonio Imbert Barreras que, desde entonces, hasta su retiro en 1988, incidió con luces y sombras, en la política dominicana.

Los que cayeron en los primeros días de junio, así como los que fueron cobardemente asesinados en noviembre de ese legendario año, permanecerán incólumes en la memoria de sus compatriotas al ser requeridos por los dioses para que la vida no manchara la imagen de semidioses que les había conferido la epopeya del 30 de mayo de 1961.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.