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Realidad o post-verdad dominicana

En este vasto mundo globalizado en que vivimos, las probabilidades de confusión en la búsqueda de soluciones a todos los males resultaría una tarea de muy difícil escogencia. Cambiar una cultura fundamentada en una incultura enquistada en las mentes de millones de personas, merecería una finísima labor quirúrgica.

El dominicano es un pueblo de raíces relativamente incipientes en el mapa mundial, y es además portador de un ADN carente de tradiciones milenarias trascendentales en el discurso de la civilización. Con una efímera historia de quinientos años dentro de un ambiente insular tropical, cálido, añadido a substratos de poblaciones indígenas de costumbres primarias, ese hombre, por designios del destino, ha quedado a merced de voluntades carentes de impulsar un verdadero desarrollo integral.

La historia del pueblo dominicano es un muestrario de soluciones inmediatas a problemas inmediatos. Muy al contrario de otros pueblos que han tenido un mayor alcance en sus decisiones para solventar vivencias de igual o aún más graves causales.

Es así como la tiranía trujillista que tiene sus inicios en 1930, se asienta como solución a la destrucción casi total causada por el paso del poderoso ciclón San Zenón sobre la única ciudad relevante de aquellos años en el país: la capital de la República, Santo Domingo de Guzmán.

Muy conforme se mantenía la población embaucada con las migajas que sobraban de los dispendios trujillistas, hasta que un grupo de hombres dispuestos a dar su vida por la patria tuvieron la valiente idea de ajusticiar al sátrapa. El 30 de mayo de 1961, el pueblo revive y se aventura a encontrar la mejor manera de sobrevivir sin ese temido y en muchos casos, amado Demiurgo que todo lo resolvía a su suprema voluntad. Juventudes de todas las clases sociales se lanzaban desenfrenadamente a las calles disfrutando de los aires nuevos de libertad. La Universidad de Santo Domingo acogía todas las manifestaciones e ideas revolucionarias existentes ya en otras muchas naciones del globo, que eran a la vez malinterpretadas por los remanentes de las retrasadas mentes de los trujillistas, respaldadas éstas por un pueblo adoctrinado en la misma retranca cultural.

En el transcurso de esos treinta nefastos años, la clase pensante del pueblo dominicano anhelaba pertenecer a un sistema democrático; y ante este desafío no se escatimaron múltiples esfuerzos y luchas. En el devenir de los acontecimientos post-dictadura hubo un ensayo de democratizar el país. Se llamó a elecciones. Resultó electo el bien intencionado social-demócrata profesor Juan Bosch, hombre de probada honradez cuyas ideas resultaron ser demasiado liberales para un pueblo rezagado, inculto, acostumbrado al garrote de la dictadura y fuera del contexto de la anquilosada mentalidad que apenas aceptaba la diversidad. Y qué decir de la opinión norteamericana, obsesionada con el fantasma del comunismo cubano.

Vale decir que el gobierno del profesor Bosch duró siete meses, y más tarde fue electo “un cortesano de la era de Trujillo”. Fue así como el gobierno del Dr. Joaquín Balaguer no tardó en aniquilar con saña enardecida todos los movimientos de izquierda, sin escatimar el gran valor intelectual y moral de los jóvenes que uno a uno iban siendo asesinados por los sicarios y militares que entonces disfrutaban de las mieles de un poder que astutamente sabía enfrentar estos militares unos con otros en beneficio del régimen represivo.

Con el erudito y ladino Dr. Balaguer, profundo conocedor de la idiosincrasia del dominicano, empieza la incubación del pernicioso germen del populismo que aún perdura con mayor fuerza en la actualidad dominicana. Es justo señalar que aún considerando todos esos desafueros del gobierno balaguerista, los presidentes norteamericanos Ronald Reagan y Jimmy Carter, ambos coincidieron con muchos historiadores que otorgan a Joaquín Balaguer el título de “¡Padre de la Democracia Dominicana!”

El año 1996, marca otra época de ensayos democráticos con los gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana en primer lugar; sucedido por el Partido Revolucionario Dominicano, y tantos fueron sus desaciertos que éstos dieron lugar al regreso del primero, cuyos engreídos y enquistados miembros se resisten en el momento actual a desamarrar las anclas del gobierno más populista, clientelista y corrupto que jamás haya conocido este pueblo confundido por las dádivas del sistema paternalista engendrado durante el primer gobierno de Balaguer.

Se ufanan sus partidarios del progreso aparente en las estadísticas para las cuales es la economía dominicana una de las más prósperas de la región, muy a pesar de que las grandes mayorías perciben sueldos misérrimos que no alcanzan ni a cubrir la canasta familiar. Por no mencionar la vivienda y la educación, que sigue siendo obsoleta y repetitiva, oropelada por múltiples planteles relucientes, carentes, empero, de profesores calificados y de los imprescindibles servicios sanitarios y de mantenimiento. Los hospitales de los pueblos adolecen de lo indispensable para pobladores menesterosos, mientras en Santo Domingo florecen modernas edificaciones, sea remodeladas o nuevas, pero sin medicamentos ni el personal médico suficiente para la atención de las grandes masas que deben recurrir a estos planteles.

Por su lado, la justicia ha desaparecido de las instituciones de un país que se tilda de democrático. En esta tierra, donde los maleantes y ladrones de cuello blanco enrostran sus asquerosas fortunas, los asesinos y violadores amorales y desesperanzados terminan con vidas útiles, y otros linchan a los delincuentes porque en su desesperación, sienten que deben tomar las leyes en sus manos.

Resulta harto lamentable que en el transcurso de los años, este pueblo sea mantenido en el mismo estado de pereza, de atraso cultural y económico de pobladores que aceptan prebendas y ayudas “humanitarias” financiadas con el dinero de altísimos impuestos que solo pagan las clases medias y pobres. Vale añadir a esta larga lista de infortunios la enorme deuda externa de sumas tan elevadas, que un día de éstos podríamos despertar los dominicanos con un imponente agente imaginario frente a la cama, exigiendo el pago total de lo adeudado. Mientras tanto, ¡que siga la francachela y los dispendios irrefrenables de la gran mayoría de los políticos!

Es decir pues, que la mal llamada República Dominicana, que no es en la actualidad ni república ni democracia, debido a la total ausencia de independencia de los poderes estatales, los tres centrados en el Poder Ejecutivo, con la crasa indiferencia del gobierno a las necesidades de la colectividad, necesita un cambio urgente de rumbo político y cultural. De lo contrario, el pueblo dominicano permanecerá estancado en la perspectiva de una sociedad obsoleta, tal vez similar a la de la sociedad semi urbana del siglo XIX.

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