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Tierra arrasada

El muro que se sugiere para ser colocado en la frontera, más que de cemento y piedras debería construirse de siembra de proyectos ligados a la actividad agropecuaria, agroindustrial y forestal...

A partir de la década del 70, el país pasó de una economía basada en las exportaciones de productos tradicionales (azúcar, café, cacao, tabaco), al olvido, quizás por inercia, de estos sectores y al fomento entusiasta y decidido de las zonas francas y el turismo, como si hubieran sido antagónicos y no hubieran podido haber coexistido y auto reforzarse.

El drama de la insuficiencia de los encadenamientos hacia adentro, que tanto se enrostra o reprocha a las zonas francas y al propio turismo, arranca de esa segmentación arbitraria.

La decisión, o cambio de modelo, se expresó en forma de indiferencia hacia los sectores que antes había sido tan determinantes y productivos, así como en un entramado de incentivos en beneficio de los que portaban la antorcha de la tierra prometida.

El resultado, en principio, fue estimulante y daba la razón a los profetas de la exclusión, puesto que el país ganó en modernización, integración al contexto internacional, empleo, diversificación y generación de divisas.

Sin embargo, perdió en integración con la base primaria de recursos naturales, con lo cual se malogró la oportunidad de generar mayor valor agregado. Se desterró al campo y se marginó a la población rural como fuente relevante de generación de ingresos, pero sobre todo de cohesión social y territorial.

De ahí que la emigración interna se acelerara y se produjera la formación de enormes bolsones de pobreza en las grandes ciudades, nido de cultivo de los desequilibrios sociales y de parte de los males que corroen la sociedad de hoy y la hacen tan vulnerable, insegura y de incierto porvenir.

En esas circunstancias, no es casualidad que la frontera que separa a las naciones que comparten la isla, se haya diluido, y la presencia de población dominicana casi esfumado de la línea divisoria, pues la vocación de esa amplia franja es sobre todo agropecuaria, agroindustrial y forestal, actividades que fueron condenadas a mantenerse como de segunda clase, con un Estado que en vez de alentarlas, las ha abrumado y dejado sin aliento hasta su previsible extinción.

El muro que se sugiere para ser colocado en la frontera, más que de cemento y piedras debería construirse de siembra de proyectos ligados a la actividad agropecuaria, agroindustrial y forestal, en que los dominicanos, léase bien, los dominicanos, se ganaran la existencia, sujetos por un tiempo largo a condiciones de estímulo de todo tipo de parte del Estado, complementadas por las demás actividades de manufacturas y de servicios.

Pero no. De eso no se habla. Y si se hace es para fines mediáticos, no para crear, construir, cambiar, desarrollar.

Para colmo, ahora han surgido corrientes de opinión cercanas a las autoridades de turno, sin que se tenga la certeza, aunque si la sospecha, de que son estimuladas por ellas, que vuelven a insistir con peculiar encono en la exclusión de lo que ha sido exitoso (turismo y zonas francas), para sustituirlo en esta ocasión por la economía extractiva (minerales), como si hubiera necesidad de exterminar todo lo que ha sido productivo para empezar de nuevo a partir de cero.

De imponerse esa tendencia, estaríamos asistiendo a lo que parecería ser la táctica de guerrilla de tierra arrasada, puesta en boga por el generalísimo Máximo Gómez en la guerra de independencia de Cuba.

Efectiva, devastadora en su componente destructivo. Pero inexplicable y desaconsejable cuando se trata de entender las razones que están detrás de las probables intenciones de política económica, que deberían basarse en lo que une, y no en lo que divide y es susceptible de paralizar decisiones de inversión.

Es verdad que en política es dable combinar el garrote con la zanahoria, pero también lo es que los extremos son desaconsejables, sobre todo cuando en el concierto internacional existen tantas áreas sometidas a desasosiego, que amenazan con poner en tensión y tal vez hasta en peligro el orden existente.

Y si lo anterior pareciera poca cosa, en el plano interno se acumulan grandes interrogantes sobre temas medulares del ámbito político, judicial y económico, cuyo desenlace, y sobre todo consecuencias, están muy lejos de conocerse.

Por eso llama poderosamente la atención y produce preocupación el hecho de que, de un tiempo acá, se observa la tendencia de agredir a sectores económicos con expresiones provenientes de relacionados al área de decisiones públicas, como si hubiera necesidad de airear las discrepancias rutinarias a modo de los foros públicos de la Era ignominiosa, o como si el Estado estuviera impedido de adoptar sus propias decisiones sin tener que someter al escarnio a quienes discrepan.

Lo correcto, en todo caso, sería aplicar con discreción, serenidad, buen juicio, y hasta elegancia, los correctivos o enmiendas apropiadas, en caso de que fueran necesarias, en particular en materia de incentivos, aspectos tributarios, y de cualquier otra índole.

A los responsables de aconsejar y adoptar decisiones de política económica, más les valdría encaminar los pasos con pie de plomo, en vez de regodearse en seguir dando pellizcos que irritan y producen desasosiego, en medio de un ambiente que se siente cada vez más pesado y abrumador.

Esa es una de las consecuencias de extremar el celo sin previamente remover las distorsiones que agobian a los sectores productivos. El horno luce que no está para galletitas. Cuidado, mucho cuidado con provocar que se quemen, o incendien.

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