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Fidel y Juan Bosch en Cayo Confites

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Fidel y Juan Bosch en Cayo Confites

Es probable que se desconozca que la carrera como combatiente y líder guerrillero de Fidel Castro Ruz pudo iniciarse en República Dominicana y no en Cuba.

Para 1947, Fidel tenía el liderazgo de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, pero además era presidente del Comité Pro Democracia Dominicana. Para la época, estaba en cierne la vocación internacionalista que exhibiría, como aspecto fundamental de sus acciones ideológicas y políticas, más de una década después, pues entonces ya había entrado en contacto con Albizu Campos para luchar por la independencia de Puerto Rico, apoyaba a los argentinos en su propósito de recuperar las islas Malvinas y contribuía activamente en la eliminación de la dictadura de Trujillo.

Como muchos exiliados dominicanos en Cuba eran sus amigos, en cuanto supo que se gestaba una expedición para ir a combatir a Trujillo en su territorio, Fidel se sintió “moralmente obligado a participar”. En días recientes, Tirso Mejía Ricart contaba en su columna en el diario Hoy que fue su hermano Gustavo Adolfo, que había nacido en Cuba, quien reclutó en 1946 a Fidel Castro para la causa dominicana y quien además lo introdujo en las filas de los ortodoxos de Eduardo Chibás. Fidel tenía apenas 21 años de edad. Cuando ya estaba en uno de los barcos que trasladaría a los expedicionarios al campo de entrenamiento en Cayo Confites, llegaron sus padres –Ángel Castro y Lina Ruz- con el propósito de disuadirlo para que no se enrolara en el proyecto, dejando abandonados sus estudios universitarios. Hablaron por casi dos horas, pero no pudieron convencerlo. De modo que sus padres se marcharon de nuevo para Birán y Fidel subió al navío para iniciarse en aquella aventura.

Cayo Confites era un proyecto apadrinado por el gobierno de Grau San Martín, que era el presidente de Cuba en ese momento, y financiado en gran medida por el exiliado dominicano Juancito Rodríguez, quien aportó todos sus bienes a la causa para derrocar al tirano dominicano. Pero, Fidel era opositor tenaz al gobierno de Grau y sus enemigos en la universidad, donde su liderazgo descollaba, eran partidarios y, en algunos casos, funcionarios al servicio de Grau y de su cuerpo policial. Los que adversaban a Fidel, hasta planear en más de una ocasión su asesinato, ingresaron al grupo que se preparaba para enfrentar la dictadura trujillista, entre ellos sus archienemigos Rolando Masferrer y Manolo Castro. Ambos “tenían aspiraciones de alcanzar un día el poder y vieron en la causa dominicana un poderoso instrumento para su política, la oportunidad de ganar prestigio, armas y un gobierno amigo, vecino, un gobierno revolucionario”, como el que pretendían instalar en Santo Domingo. “Actuando de manera oportunista –contaba Fidel- se montaron en el carro de la revolución dominicana, una causa que daba prestigio nacional e internacional”. Esos enemigos de Fidel, contaban con el respaldo de José Manuel Alemán, ministro de Educación del gobierno de Grau, “un hombre absolutamente corrompido” y quien también aprovechaba la causa dominicana para ganar prestigio.

En ese espacio tendría que desenvolverse el joven Fidel Castro, rodeado de amigos dominicanos y de sus principales enemigos cubanos. Cayo Confites era para él un verdadero arroz con mango, pero esa situación no lo desconcertó. Era verano. El futuro líder cubano se fue solo a la aventura: marchó hacia Oriente desde La Habana, tomó un bus en Holguín, sin pasar por su casa, siguió hacia Antilla junto a los demás reclutados y de ahí en barco hacia Cayo Confites. Confiaba, según dijo alguna vez, en los patriotas dominicanos a quienes admiraba. Pero tenía muchas dudas sobre el apoyo de Grau. El ejército seguía siendo batistiano. Fulgencio Batista había concluido su primera gestión presidencial y se había radicado en Estados Unidos, pero había dejado su impronta entre los hombres de armas que lo admiraban y seguían. Fidel desconfiaba pues de ese ejército.

Cayo Confites era una cresta rocosa con escasa vegetación, apartada del territorio nacional cubano. “Traídas y llevadas por el viento llegaban las lluvias. Finas y mortíferas como la punta de un estilete. Venían y se iban, dejando heridos a los hombres, con una muerte a largo plazo. Una muerte que conspiraba contra su fortaleza y salud”, en la descripción que del lugar hace Angel Miolán. Cuando Fidel llega al cayo lo primero que encontró fue a su enemigo Rolando Masferrer encabezando la plana mayor. Y otro enemigo, Eufemio Fernández, comandando el segundo batallón. Otros cubanos, que eran mayoría, ocupaban puestos dirigenciales. El comandante en jefe era Juancito Rodríguez, pero la dirección política y militar recayó sobre Juan Bosch, a quien Juancito designó debido a que siempre estaba ausente del lugar a causa de su edad y de su precaria salud. Había un batallón que comandaba el cubano Feliciano Maderne, quien había luchado contra la dictadura de Machado y era considerado un patriota, un hombre serio. En ese grupo se enroló Fidel. Allí lo hicieron teniente, jefe de pelotón, y más tarde cuando uno del grupo desertó, lo ascendieron a capitán y jefe de compañía. Fidel recordaría la desorganización reinante y la falta de buenos entrenadores militares. Todo se hacía “con un carácter bastante elemental desde el punto de vista militar. Las instrucciones no eran muy sistemáticas, no existía un programa de preparación”.

Contrario a lo que podía esperar, Fidel recibió buen tratamiento de parte de sus enemigos universitarios. Lo trataron con respeto. Fidel anota en sus memorias: “Los dominicanos integraban la plana mayor de los batallones, en la jefatura general, o eran soldados, pero realmente el grupo de cubanos tenía el control de la expedición: la logística, los barcos, el mayor número de combatientes, el dinero y todos los recursos en general”. Ya Fidel le había reclamado personalmente a Juancito Rodríguez por qué el reclutamiento había sido público, de modo que la expedición era del conocimiento general. “Fue una de las acciones peor organizadas que conocí en mi vida...No se reclutó el personal a partir de ideas...se aceptó a gente sin empleo que estaba pasando hambre...primó un espíritu aventurero...escogieron la gente menos apta para una guerra revolucionaria...había gente buena pero la inmensa mayoría fue reclutada sin un criterio selectivo...se habían sumado por embullo”.

La experiencia de dejar intacto el ejército del gobierno anterior y de no reclutar y entrenar debidamente a los combatientes, sirvió de experiencia a Fidel –como él mismo lo afirmaría- para reclutar, organizar y entrenar personalmente a los 1,200 hombres que le acompañaron en el ataque al Moncada y luego en la Sierra Maestra, y para formar el nuevo ejército de la revolución cubana. Cayo Confites fue la escuela donde Fidel aprendió muchas de sus habilidades dirigenciales futuras. “Si más adelante me hubieran pedido a mí organizar una expedición seria contra Trujillo, lo hubiera hecho exactamente igual a la que utilicé para el asalto al cuartel Moncada, y no se habría enterado nadie”.

Aquel gran grupo (1,500 según Juan Bosch; 2,000 para Angel Miolán; 1,200 según los cálculos de Fidel Castro) permanecieron alrededor de tres meses en aquel cayo inhóspito, donde no había agua y la que se suministraba llegaba en bidones de petróleo, por lo que sabía a combustible; la comida era de mala calidad y escasa, y las condiciones de cohabitación eran miserables y complejas. Unas pequeñas cabañas de paja les protegían del sol, aunque no de la lluvia. No había árboles, solo mucha arena, en ese espacio de apenas unos 300 metros de ancho. Incluso, ocurrieron enfrentamientos entre los combatientes. Angel Miolán recordaba que se produjo una desintegración interna “generada por los intereses antagónicos de todo tipo” que produjeron víctimas fatales. Miolán anota que “algunos de estos hombres hasta fueron tragados por el mar, y por lo menos uno quedó sepultado en las arenas del Cayo, donde sus huesos fueron abandonados para siempre, sin pena ni gloria”. Esta situación llegó tan lejos que el hijo de don Juancito Rodríguez, José Horacio Rodríguez, quien sería doce años después comandante de la expedición del 14 de junio, fue baleado el día que iban a salir todos del cayo por una de esas gentes sin ideas que Fidel Castro lamentaba que hubiese sido reclutada para empresa tan patriótica y de tan alta responsabilidad histórica. Hubo un momento en que los batallones comandados por Rolando Masferrer y Eufemio Fernández estaban decididos a abatirse a tiros. Fidel sugirió a un hondureño que comandaba la unidad de morteros que si el enfrentamiento se producía respaldara a Eufemio, pues era mejor que Masferrer, a quien calificaba de cruel y despótico. “Masferrer –recordaba Fidel- quería imponer su jefatura y la disciplina a base del terror. Era un personaje tenebroso, un verdadero loco”.

Fidel recuerda la presencia de Juan Bosch en el cayo. “Muy pronto hicimos amistad. Entre tanta gente en el cayo a mí me gustaba conversar con él; de todos los dominicanos que conocí fue el que más me impresionó”, anotó el líder cubano en sus memorias dictadas a Katiuska Blanco Castiñeira pocos años antes de su muerte. “Su conversación realmente conmovía, la forma en que se expresaba, parecía un hombre muy sensible. Vivía muy modesto allí, igual que todos los demás, y creo que sufría lo mismo que la gente. Yo no lo conocía, no sabía que era el escritor, el historiador, el intelectual. Lo vi como un dominicano honorable, de conversación agradable, que decía cosas profundas y sensibles... Pudiéramos decir que era allí el hombre de mayor calibre, el más destacado... Sus palabras me marcaron mucho... Yo era un simple estudiante y Bosch me trató con mucha deferencia y consideración”.

No parece ser igual el juicio de Fidel con respecto a Juancito Rodríguez, a quien denomina como “el jefe teórico de toda aquella expedición por la parte de los dominicanos”. A diferencia de Bosch, a quien conoció en el cayo, Fidel conocía a Juancito desde antes. Es probable que con la altivez que era parte de su carácter desde joven, Fidel le echara en cara, como lo hizo, el hecho de que el reclutamiento para Cayo Confites se hiciese de forma pública (“el secreto más conocido de la historia”). En sus memorias, Fidel dice de él: “Había sido, incluso, trujillista, senador, tenía dinero y por eso cierto nombre. Arribó (a Cayo Confites) en una barcaza de desembarco llamada Maceo. Era el lugar donde el general Rodríguez tenía su puesto de mando”. Y aquí apunta: “Eso de general era un título que se había puesto él mismo”.

Fidel tuvo una activa presencia en Cayo Confites, no fue un simple colaborador, hecho confirmado por los testimonios posteriores de Juan Bosch, Virgilio Mainardi Reyna y José Diego Grullón. Cumplía allí misiones arriesgadas y planificaba calladamente lo que debía hacerse una vez llegaran al territorio dominicano. En una ocasión, en el momento en que Fidel regresaba de Camagüey donde le habían enviado a una diligencia, el dominicano Ramón Emilio Mejía del Castillo, Pichirilo (“muy buen marino, una persona muy buena que luego vino con nosotros en el Granma”) divisó a distancia una goleta y la identificó como la goleta Angelita, de la marina trujillista. Nadie le creyó a Pichirilo porque la goleta estaba muy lejana para que pudiese ser identificada. Empero, Pichirilo dio la voz de alarma con seguridad y se produjo un revuelo enorme entre las tropas. Fidel pidió tomar parte en su captura, junto a veinte o treinta hombres que zarparon en el barco El Fantasma, que luego denominarían Máximo Gómez. Estuvieron tres horas para darle alcance, hasta que al acercarse a la embarcación comprobaron que se llamaba Angelita. Fidel le dio el alto y saltó sobre la cubierta de la goleta, penetró en la cabina e hizo prisioneros a los tripulantes. Pensaba que traía soldados y armas, pero no había nadie armado. “Era una goleta de Trujillo porque todo en Santo Domingo era de él, y cruzaba por allí porque era el lugar por donde tenía que pasar”. La goleta estaba acostumbrada a viajar entre Santo Domingo y Miami para comprar mercancías. La goleta Angelita pasó a ser propiedad de los expedicionarios y los tripulantes fueron apresados. Mientras Rolando Masferrer optaba por maltratarlos, Fidel no estuvo de acuerdo: “Yo no los golpée ni los empujé ni actué agresivamente contra ellos, porque era gente desarmada, más bien casi me inspiraron pena”. Eran ocho prisioneros que, al final, terminaron enrolándose en la expedición.

Llegó el momento en que la desesperación se adueñó de todos aquellos combatientes. Querían salir del infierno que era el cayo y poner la proa hacia Santo Domingo. Fidel, entre los primeros: “Me parecía maravillosa la aventura de la expedición a Santo Domingo, el papel de libertadores que desempeñaríamos”. Sus enemigos, como Manolo Castro, ya saludaban a Fidel con afecto, dejando de lado sus viejas rencillas políticas. Todos estaban seguros de que iban a cumplir con una gran empresa histórica. De pronto, Rolando Masferrer trajo la noticia de que en el reparto Orfila de Marianao se había producido una balacera con saldo mortal entre grupos rivales con una desmesurada acción del Ejército. Masferrer ordena iniciar la expedición, toma el mando, instruye a las tropas a embarcar y ponen rumbo hacia Santo Domingo. Fidel era jefe de una compañía y navegaba en el barco del Estado Mayor, bajo la dirección del general Juancito Rodríguez. Empero, todo había sido una treta de Masferrer que buscaba intervenir a favor del gobierno de Grau y en contra del Ejército. En vez de dirigirse hacia Santo Domingo puso rumbo hacia La Habana, abandonando a sus compañeros. Había traicionado la expedición. Fidel afirmaría que Juancito Rodríguez y los miembros del Estado Mayor no se daban cuenta del engaño. Entonces, Fidel se percató de que todo estaba perdido, de que las tropas y sus jefes serían apresados y la operación abortada por completo. Le pareció humillante la situación y, sobre todo, que se perdieran las armas. Adoptó una actitud rebelde, respaldado por Pichirilo quien era el timonel del barco: “Viré el fusil ametralladora desde la proa hacia el puente del barco y coloqué a la gente con armas automáticas. Promulgamos la no aceptación de la decisión y declaramos que no estábamos dispuestos a que nos capturaran”. Una fragata de la Marina cubana se les acercaba a todo vapor para conminarlos a la rendición y al abandono del proyecto. Fidel preparó una balsa y comenzó a recoger todas las armas. Y mientras el Estado Mayor se encerraba en una habitación del barco, desconcertado, Fidel salvaba parte de las armas y se echaba al mar con ropa y zapatos, y nadando en la oscuridad –ya la noche había caído sobre la bahía de Nipe, famosa por los escualos que por ahí abundaban- se llevaba consigo pertrechos y armas que no deseaba cayeran en manos del ejército de Cuba. Hizo un largo recorrido, unas veces hacia el Este, otras hacia el Sudeste, hasta que días después llegó a su casa en Birán, en el oriente cubano. Con la piel curtida por el sol y el pelo hirsuto, sin camisa y tras una prueba difícil, Fidel se refugiaría en su hogar por varios días, mientras el resto de los expedicionarios eran llevados en vagones de carga, como si fuera ganado. “Era humillante, terrible, lo que pasó aquella gente”, daba cuenta Fidel del hecho. El fue el único que no se dejó apresar por las huestes del general Genovevo Pérez Dámera, jefe del ejército, de quien se dijo había recibido un millón de dólares de Trujillo para finiquitar la expedición de Cayo Confites, “la revolución traicionada” como la llamó José Diego Grullón, intendente del proyecto liberador contra la dictadura trujillista.

Muchos años después, casi al final de su larga trayectoria como gobernante, Fidel revelaría que, frente al caos existente en Cayo Confites, él estaba pensando llevar a cabo una guerra de guerrillas en Santo Domingo. Contaba con ochenta hombres. Juan Bosch tenía planificado desembarcar al norte de Haití y leer una proclama, que él escribiría, declarando que estaban de acuerdo con Toussaint Louverture de que la isla era una e indivisible. De este modo, desubicarían a Trujillo y ellos podían avanzar por carretera hacia la capital dominicana. A Fidel no le pareció buena la idea, pero la aceptó porque él ya había concebido su propia estrategia y su propia táctica: iniciar con 21 años una guerra de guerrillas contra Trujillo. Entendía que los hombres de Cayo Confites no estaban preparados para la guerra regular: “Tuve una clara intuición cuando me vi al mando de una tropa y rodeado de un montón de jefes incompetentes, ante una situación absurda y el Ejército de Trujillo delante. Así que por poco no empecé la lucha guerrillera en Santo Domingo en lugar de Cuba. Es la verdad”. Fidel iba a realizar su propio proyecto una vez arribase a Santo Domingo, separándose del liderazgo de Juancito Rodríguez. Pero, Juan Bosch también, silenciosamente, había concebido su propio plan. Bosch temía que con Juancito Rodríguez se instalara un gobierno de ganaderos y terratenientes, “pero no le dijimos a nadie lo que pensábamos”. De esta manera, el líder del PRD y comandante expedicionario de Cayo Confites había planificado que “desde que pisáramos tierra dominicana debíamos organizarnos dentro del país de tal manera que el triunfo de la revolución no fuera el de los ganaderos y terratenientes, para lo cual debíamos llevar a posiciones de mando a gente nuestra, de tal manera que el poder militar y el poder político que acabara imponiéndose no obedeciera a los intereses de los grandes propietarios”. Bosch –opinión que en su momento compartían Horacio Julio Ornes y Chito Henríquez- creía que el plan de Juancito Rodríguez estaba condenado al fracaso y que, por lo tanto, había que tener otro plan para vencer a Trujillo. Fidel Castro y Juan Bosch tenían pues sus propios, y muy diferentes, objetivos a los del financista y jefe de la expedición de Cayo Confites. El azar le hizo la vuelta a los tres, pero Fidel siguió su ruta y la concluyó, hace unas semanas, setenta años más tarde.

(El año próximo se conmemorará el 70º aniversario de la fracasada expedición de Cayo Confites.)

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