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Partidos por Pipá

Como metáfora no alejada de la realidad, se podría decir que cada exiliado que retornaba al país tras los 31 años de dictadura trujillista, traía un partido empacado en sus maletas o mejor aún, un proyecto de organización política. Así sucedió el 5 de julio de 1961, a pocas semanas del 30 mayo libertario, todavía con el olor de incienso inundando los templos durante interminables horas santas convocadas por entidades de todo género, celebradas para rogar por la entrada a la Casa del Señor del alma del “amado Jefe”. Un propósito este último concebido a todas luces como una verdadera misión imposible. Válgame Dios.

Fue en esa fecha que un vuelo salido desde San Juan de Puerto Rico aterrizó en el aeropuerto internacional de Punta Caucedo, trayendo abordo a los comisionados del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), Ángel Miolán, Nicolás Silfa y Ramón Castillo. La avanzada del “partido de la esperanza nacional”, como se auto identificó la organización fundada en Cuba en 1939. El del “jacho prendío”.

Recibida en la terminal por el diligente secretario de Educación, Bellas Artes y Cultos, licenciado Emilio Rodríguez Demorizi, presidente de la Academia Dominicana de la Historia y profesor de la Academia Militar Batalla de Las Carreras. Un intelectual con acceso directo al general Ramfis Trujillo, Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. El “hombre fuerte”, como lo identificaba la prensa extranjera, tras el ajusticiamiento de su padre, quien recibiría en la base de San Isidro a los comisionados, ofreciéndoles plenas garantías para el despliegue de sus trabajos proselitistas. En el marco de la transición de la dictadura a una democracia de partidos, bajo la llamada fórmula Balaguer-Ramfis.

Ya antes de la llegada de la delegación del PRD, el rumano naturalizado americano Sacha Volman se había apersonado ante el presidente Balaguer, con cobertura de periodista interesado en entrevistarlo, con el real encargo de pedir garantías para la comisión. Se dice que el astuto “muñequito de papel” –como erróneamente lo etiquetara Ramón Lorenzo Perelló desde la tribuna valiente de Unión Cívica Nacional en Santiago-, le respondió a Volman que de su parte no habría inconveniente. Pero que dadas las volátiles circunstancias del momento, hasta la propia seguridad del presidente se hallaba en franco riesgo.

Esos tres comisionados del PRD histórico pronto se cobijarían bajo tres paraguas políticos distintos, marcando la trágica tendencia centrífuga de la política dominicana moderna. Algo así como decir, “todo sea por mi”.

Nicolás Silfa fundaría el PRD Auténtico, cooptado previamente por el Consejo de Estado como secretario del Trabajo, intentando postular sin lograrlo al doctor Balaguer en las elecciones del 62. Ramón Castillo haría lo propio abriendo local con la etiqueta Partido Progresista Demócrata Cristiano (PPDC), que haría oposición al efímero gobierno de Juan Bosch del 63 y se sumaría al golpe de Estado que lo derrocó, integrando la base política del Triunvirato. Para luego derivar en diplomático y funcionario de los gobiernos de Balaguer y su Partido Reformista.

Ángel Miolán –quien a los 21 años participó en un complot de 1934 para ultimar a Trujillo en el Centro de Recreo de Santiago, logrando escapar hacia Haití e iniciando un exilio de 27 años que lo llevó a Cuba, donde fundó el PRD en 1939 y se enroló en la frustrada expedición de Cayo Confite del 47, a México, donde colaboró con Lombardo Toledano en la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) y en la Universidad Obrera, así como a Venezuela y Costa Rica, desde donde se trazaría la estrategia del retorno con Bosch, Figueres, Volman y otros-, fue desarrollando diferencias de enfoque, en su calidad de principal dirigente y organizador del partido, con el presidente Bosch durante su mandato. Razón eficiente del enfriamiento en las relaciones interpersonales, que culminó en ruptura en el segundo exilio de ambos y en el juicio disciplinario que se le instruyó a Miolán a finales de 1965.

A partir del 66, con el triunfo electoral de Balaguer, Miolán colaboraría con éste en calidad de secretario de Estado sin cartera, titular de la Dirección General de Turismo, posición desde la cual aplicaría su innegable capacidad organizativa y dinamismo para impulsar lo que es hoy el principal sector de la economía, con múltiples encadenamientos productivos. Posteriormente, bajo la dirección de Peña Gómez en el PRD, don Ángel –rehabilitado en ese partido y ya convertido en figura patriarcal de la política nacional-, ocuparía la senaduría por su Dajabón natal en el período 86/90.

También a sólo pocas semanas del ajusticiamiento del tirano, como contraparte de raíz local, aparecía el 17 de julio de 1961 en El Caribe una carta pública dirigida al presidente Balaguer y firmada por 2,144 ciudadanos renunciantes del “glorioso” Partido Dominicano, convertidos en constituyentes de Unión Cívica Nacional (UCN). Una entidad apartidista que se proponía contribuir a la forja de un Estado de Derecho y al establecimiento de un gobierno “auténticamente ‘civil, republicano, democrático y representativo’ y que haga imposible la infiltración de ideas extremistas, cuyas directrices sean incompatibles con las esencias cristianas del pueblo dominicano”.

El documento afirmaba el propósito de procurar nuestra reintegración al sistema hemisférico organizado en la OEA, entidad que había impuesto sanciones diplomáticas y comerciales parciales al régimen dominicano en la VI Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores celebrada del 16 al 21 de agosto de 1960 en San José de Costa Rica, tras el atentado perpetrado contra el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, orquestado desde Ciudad Trujillo.

Este primer manifiesto de UCN representó un verdadero aldabonazo en la conciencia ciudadana y un momento histórico de ruptura en la accidentada lucha que habría de emprender “el noble y sufrido pueblo dominicano” –apelativo empleado en su retórica por el doctor Viriato Fiallo, figura principal de la nueva organización- para desmontar el aparato de la dictadura y desplegar sus energías libertarias en la plaza pública.

Los hombres y mujeres que suscribían este genuino manifiesto democrático que llamaba a la utilización de métodos pacíficos ajustados a las leyes, orillando la violencia callejera y condenando la brutalidad represiva de la autoridad, provenían básicamente de la clase media urbana integrada por reconocidos profesionales (médicos, abogados, ingenieros y arquitectos, odontólogos, farmacéuticos, profesores), comerciantes y empresarios, empleados públicos y privados que arriesgaban sus puestos al calzarlo con sus firmas.

De este modo, se fue perfilando en poco tiempo en el país un movimiento de oposición a la prolongación del régimen de Trujillo. Que en adición a lo que acontecía en el plano político, se conjugó con el desarrollo de una verdadera eclosión organizacional en los ámbitos estudiantil a niveles universitario y secundario, profesional, sindical, empresarial y cultural. Así como en el despliegue de medios de comunicación que canalizarían “la buena nueva” de la llegada de los cambios. “Unión Cívica Nacional te prometió, Navidad con Libertad”, perifoneaba en guagüita anunciadora Miñín Soto, en desafiantes recorridos por las calles del Santo Domingo de final del 61, con patrullas policiales siguiéndole los pasos.

Las primeras iniciativas de esta oposición serían la llegada de la avanzada del PRD, representativa de una parte del exilio y el surgimiento de UCN, expresión del denominado frente interno resistente a la dictadura que cíclicamente se activaba conforme a la coyuntura. La salida a la palestra pública de los hombres del duramente reprimido movimiento 14 de Junio, ahora estructurados en la Agrupación Política homónima bajo el carismático liderazgo de Manolo Tavárez Justo. Y la suma de los combativos militantes del Movimiento Popular Dominicano, que temerario en plena Era de Trujillo abrió local en la populosa barriada de Villa Francisca. Encabezado por Máximo López Molina –quien aún vive en París como última figura icónica de esas luchas germinales por nuestra democracia.

A estas fuerzas iniciales se agregarían los viejos luchadores del Partido Socialista Popular, quienes regresarían a cuentagotas traspasando los filtros imperiales que restringían su ingreso. La gente de Vanguardia Revolucionaria con Horacio Julio Ornes a la cabeza, comandante de Luperón, quien daría respaldo a la candidatura de Juan Bosch a la presidencia. El general Miguel Ángel Ramírez Alcántara formaría el Partido Nacionalista Revolucionario Democrático, avalado por sus lauros en la revolución figuerista en Costa Rica.

La sangre fresca del socialcristianismo con su machete verde aportaría el PRSC, con Alfonso Moreno Martínez, Yuyo D’Alessandro, Mario Read, Caíto Javier Castillo, Henry Molina, José Gómez Cerda, con impacto en las esferas estudiantil y sindical. Corpito Pérez Cabral y Dato Pagán abrirían local en El Conde con el sello PNR, impartiendo formación política a una juventud ávida de nuevos saberes. Héctor Aristy Pereyra junto Salvador Barinas se presentarían con el Frente Nacionalista Revolucionario y el símbolo de la mocha y la escoba, instalando sus altoparlantes cerca de La Guarachita.

Vendrían los Diego Bordas, Chito Henríquez, Vinicio Calventi, Hugo Tolentino, Pedro Mir, Silvano Lora, Marcio Mejía Ricart, algunos de ellos extrañados múltiples veces.

Juan Isidro Jimenes Grullón, fundador señero del PRD, retornaría para ingresar en UCN por la vía de Santiago de los Caballeros. Para crear a poco tiempo Alianza Social Demócrata, que lo postularía a la presidencia en el 62. Don Virgilio Vilomar traería el viejo Partido Nacional, con el gallo coludo, remedo de una etapa política que Trujillo sepultó. Y así, nueva vez, tendríamos partidos por pipá.

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José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.