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Retorno a San Carlos

Como Piazzola vuelve al Sur, tensando la sonoridad nostálgica del bandoneón, vuelvo al San Carlos de ayer. Barrio alegre, festivo, dotado de la sociabilidad fácil de su gente amable y sencilla, carente de pretensiones mayores.

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Retorno a San Carlos

El 19 de noviembre de 1996 publiqué en la desaparecida revista Rumbo una columna evocativa dedicada a San Carlos (“San Carlos Aldea”), el barrio que me vio crecer feliz –raíz de una parte de mis ancestros–, al igual que su periférico San Juan Bosco y sus colindancias. El resorte que disparó aquel texto fue la feria del maíz que entonces se celebraba con patrocinio de la Sociedad Industrial Dominicana y su empresa subsidiaria Maicera. El fallecimiento reciente de mi tío nonagenario Pedro Tomás Pichardo Sardá, Pilín, último miembro de su generación de la cual era el benjamín, me ha devuelto al solar de origen.

En adición, la localización de un cuaderno extraviado de recetas de cocina y notas sobre las mejores tradiciones de San Carlos, preparado con ahínco cariñoso por mi madre –quien hoy frisaría 104 años– a pedido de quien escribe, me obliga a retomar un tema comprometido con un grupo de sancarleños interesados en preservar la memoria de tantas familias laboriosas y honestas que poblaron la que fuera común de origen canario, con iglesia y alcaldía propios.

Entre esos amigos, a manera de mera enunciación, destacan Antonio Guerra Sánchez, genealogista erudito de contagioso entusiasmo, Fernando Batlle Pérez, historiador del barrio, el balneario de Güibia y la tragedia del acorazado Memphis, Luis Scheker Ortiz, cabeza de la Academia de Ciencias y el Club Libanés Sirio Palestino, auténtico dínamo ciudadano de reconocido liderazgo. Y otros sancarleños meritorios como Tavito Lluberes, Güigüí Pérez, los hermanos José y Tony Raful, Bienvenido Pérez García, que mantienen la llama comunitaria encendida.

Aquí, el artículo de Rumbo del 96, que conserva su frescor evocativo, en tributo al ser bueno y generoso que fuera Pilín. Un sancarleño amante de la naturaleza, quien me llevó del brazo por campos y ríos, enseñándome los secretos de la caza y la pesca paciente de la costa. Apasionado en su afición apícola –cuajada en la excelente miel Campanita– y en la crianza de conejos y curíos. Mi maestro de refuerzo en álgebra, geometría y trigonometría. Instructor en el arte de hacer chichiguas, cajones y pájaros y en el de encuadernar periódicos y revistas. Un licenciado en leyes diestro en albañilería, plomería y electricidad. Farmacéutico práctico en la Pasteur, auxiliando a sus hermanos facultativos. De quien aprendí tantos saberes útiles. Incluyendo los de una dieta sana y diversificada.

“La feria del maíz se ha convertido en motivo de encuentro anual de los sancarleños ausentes con los sobrevivientes del barrio que fue y con los nuevos habitantes de sus cuadras desarticuladas por la impronta modernizante y la mudanza migratoria. El pasado domingo, se congregaron en el parque los lugareños, atraídos por la magia culinaria que nace de este grano noble y dorado, alimento del indio americano que ha prodigado sus bondades hacia todos los confines del planeta. Oferta suculenta: harina rellena (polenta) con diferentes carnes, bollitos de maíz, arepitas, arepa dulce y salada, pan de maíz, chenchén, majarete, bollitos dulces. Faltaron las arepitas de burén envueltas en hojas de plátano y el gofio, verdaderas rarezas en esta época.

“Rodeados del bullicio de la chiquillada, encuentro algunas estampas de mi infancia. Boquita, bueno y canoso, ajustándose un walkman, rememora sus días gloriosos en el socialcristianismo. Bienvenido Pérez y Leo Torres bromean sanamente. Bibí Guerra (mi antiguo barbero y gallero consumado) me anuncia agresivo que se ha convertido en millonario inmobiliario. Fernando Batlle Pérez, galeno consagrado, comenta las incidencias de su concurrida charla sobre el barrio que nos forjó. Otras personas, en animada conversación, forman círculos y disfrutan el ambiente. Mi prima Eunice Piantini, Blanca Nieves (siempre recuerdo grato), el tío Pilín (infatigable colector de noticias barriales), Pradito, Quiquí Piantini (diácono de la iglesia y de la capilla del colegio parroquial).

“En la tarde pegajosa, recostado sobre un sofá, no puedo dejar de pensar en la aldea. Como Piazzola vuelve al Sur, tensando la sonoridad nostálgica del bandoneón, vuelvo al San Carlos de ayer. Barrio alegre, festivo, dotado de la sociabilidad fácil de su gente amable y sencilla, carente de pretensiones mayores. En la casona de La Trinitaria, una tos persistente de fumador me despierta cada mañana, junto al fuerte olor de la colada de café de media. Es Luisito Piantini, quien acude con puntualidad de relojería a tomar el café, leer El Caribe y comentar las novedades con su prima Emilia Sardá Piantini, mi dulce abuela que afana tempranera en la cocina. O brega con sus flores (sus rosas de todos los colores) en el patio que invade con su frescor de naturaleza el enrejado del comedor.

“Unas arepitas de burén, doraditas, untadas de mantequilla, rompen con su filo la yema anaranjada de un huevo de pato frito. Junto a estos dos manjares, unas lascas de jamón embuchado, con pase de cebolla, completan esta bomba nutricional matinal, sólo apta para niños y adolescentes. La taza de chocolate (Luperón, Embajador o Cortés) da el toque final para salir a La Trinitaria a repasar el barrio. Un repique de campanas de la vieja iglesia llama a misa a los feligreses.

“El barrio está poblado por personajes singulares. El padre Miguel, hermoso rostro que nos bautizó, dio la primera comunión, nos casó y nos enterró a casi todos. En las postrimerías de su existencia, su obra de bien se extendió más allá de su función religiosa: una escuela perpetúa su memoria” (lamentablemente desmantelada por el encargado que le sucedió y convertido el inmueble en extensión de Utesa).

“Don Lucas Regús, el farmacéutico, calvo, delgado, achocolatado, siempre vestido con chaleco y leontina, figura legendaria y respetada, centro de una animada peña vespertina de los mayores. Don Porfirio Morales, padre de Firo, Cuncún, Niní y Nelson, trajeado de blanco o mallorquín, tocado con sombrero de pajilla dura. Luisito Piantini, sencillo, chistoso, hombre bueno, esposo de Miñita del Prado, uno de mis inolvidables personajes, inteligente y dinámica, activista espontánea de Unión Cívica, madre de Ligia, quien casara con el celebrado compositor cubano Adolfo Guzmán.

“Miguelucho Piantini (mi querido Guelo), médico, intelectual, catedrático y autoridad universitaria de la UASD y la UNPHU, un verdadero referente ciudadano. Mané Pichardo Sardá, médico sanitario funcionario internacional de la OMS/OPS y de la SESPAS, músico (guitarrista), contertulio consumado, mi ingenioso tío a quien llamaba Papí siendo niño. Federico Polanco, el Alemán, fanático de la zarzuela, de la ópera y de los nazis –con Hitler a la cabeza, cuyos bigotes y peinado replicaba. Hijo de Aurora Piantini Monclús, prima hermana y vecina de mi abuela, padre de Federiquito, era compañero de juegos sabatinos de carabina, a los que se sumaba mi primo Pacho Sardá Prestol, con fondo sonoro de la lírica de Enrico Caruso, Hipólito Lázaro, Eduardo Brito, Néstor Mesta Chaires y Nicolás Urcelay.

“Osvaldo ‘Cocó’ Peña Batlle –hermano del eminente abogado e historiador Manuel Arturo Peña Batlle e hijo de uno de los personajes sancarleños más referidos en el anecdotario, Buenaventura Peña Cifré, Venturita, fundador de Villa Juana–, dirigente del Escogido, esposo de doña Rosa Morel, gracias a la cual disfrutamos de la presencia de Príamo, forzudo y caricaturista de raza.

“Pichardito, agrimensor, animador perenne de las peñas del parque, con reserva exclusiva de banco frontal a su morada y despacho de equipos de mensura. Sus hijos David, Radhamés y Chiquitín fueron mis compañeros lasallistas. Rafael Cara de Piedra, portero del Paramount –donde recibí el bautismo de contacto con el séptimo arte que me encandiló desde entonces. Mañiñí, bondadoso propietario del colmado bar que animaba el ambiente aledaño al parque Abreu con esa maravillosa ventruda despensa musical que era la vellonera.

“Negro Frías, largo e hiperactivo, siempre trajeado de gris, opositor impenitente al régimen de Trujillo, frecuentemente ‘trancado’. Bibí Guerra, barbero y gallero, padre de mis amigos Chicho y Marcos. Amado Pared, colmadero, líder detallista tras el ajusticiamiento del Jefe, activo de UCN. El recto juez Osvaldo Soto –quien encabezaría el juicio a los victimarios de las hermanas Mirabal–, vestido de dril Presidente, camisa blanca y corbata negra, sustituyó a José Gausachs en la casa gemela a la nuestra en la calle Eugenio Perdomo. De este maestro español de las artes plásticas, cuya huella ha sido profunda entre generaciones que se expusieron a su sapiencia pedagógica, me ha quedado grabado desde niño su rostro amable tocado con una boina negra en el seno de su hogar que frecuentaba como intruso bienvenido.

“Otros muchos –mis compañeros de generación entre ellos– visitan mi memoria, esta tarde plomiza, cargada de nostalgia sancarleña”.

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José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.