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Tranquiliza la manera ecuánime, sensata y humilde como el Presidente recibió su triunfo convocando al diálogo y al trabajo conjunto

El presidente Abinader ha tenido dos éxitos electorales consecutivos, las municipales y las presidenciales-congresuales, que le han puesto en sus manos un poder que no ha tenido ningún otro presidente de nuestro país después del 1978, y que lo ha convertido en dueño y señor del escenario político nacional.

Viví la Era de Trujillo hasta que lo ajusticiaron cuando yo entraba en los 18 años. Desde entonces he vivido receloso del peligro de la concentración de poder.

El ser humano es veleidoso y la vanidad y el endiosamiento coquetean con el poder absoluto.

Abinader, a mi juicio, no está hecho de ese material.

Tranquiliza la manera ecuánime, sensata y humilde como el Presidente recibió su triunfo convocando al diálogo y al trabajo conjunto, al mismo tiempo que aseguró que no volvería a ser candidato a la presidencia.

Y para despejar dudas sobre sus intenciones, enfatizó que "nos han dado el mayor poder en términos congresuales que jamás un presidente haya tenido y nosotros asumimos eso como un gran compromiso para las reformas que necesita la República Dominicana para avanzar, para eliminar la pobreza, para mejor la calidad de vida, para mejorar la salud, para mejorar la seguridad ciudadana, para mejorar nuestra educación".

El jueves, el presidente dio un paso adelante y visitó en la noche a Abel Martínez, sosteniendo una reunión de hora y media. La visita anunciada a Leonel Fernández se pospuso para el día 2 de junio por inconvenientes de salud del expresidente.

En estos encuentros Abinader busca un acuerdo político para el diseño de políticas públicas que preserven la integridad nacional en lo referente al vecino Haití y las reformas prometidas, en específico la necesaria reforma fiscal y tributaria, indispensable, pero al mismo tiempo delicada porque habrá de hacerse sin desangrar a los más vulnerables ni atosigar en demasía a nuestra clase media trabajadora, responsable en buena parte de los avances que, como país, exhibimos con orgullo.

Y esto lo hace sabiendo que con el poder acumulado que posee no va a necesitar de la oposición para hacer pasar en el congreso sus proyectos. Ni en la elección de los jueces de las altas cortes. Ni en la selección del presidente de la Suprema Corte de Justicia. Ni tampoco para modificar la Constitución y "sellarla" contra los que pretendan cambiarla para reelegirse de por vida.

Hay otros desafíos a los cuales tendrá que enfrentarse el gobierno en los próximos cuatro años y que no pueden ser ignorados.

La violencia y la inseguridad, con todo y los esfuerzos que se realizan, siguen sido siendo un obstáculo para la consolidación democrática. El crimen organizado, la violencia relacionada con el narcotráfico y la débil capacidad del Estado para garantizar la seguridad de sus ciudadanos, mantienen un clima de cierto temor y desconfianza que alientan la búsqueda de soluciones autoritarias que no se corresponden con una democracia en proceso de construcción como es la nuestra.

Otro reto crucial es la desigualdad socioeconómica, sin negar los avances que se han hecho en la reducción de la pobreza en algunas áreas; aun así la brecha entre ricos y pobres sigue siendo amplia.

La exclusión social alimenta el desencanto por el sistema democrático, expresado ahora por el 46 por ciento de abstención en la elección pasada.

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