Jóvenes privados de libertad que volvieron a empezar

Alexander Espino en las oficinas de Prosoli (Danelis Sena)

SANTO DOMINGO. “Muchos me tildaron de loco cuando volví al reformatorio como voluntario para uno de los cursos”, revela Alexander Espino, exrecluso del antiguo Centro Najayo Menores condenado a un año de prisión por robo pero solo cumplió ocho meses por buen comportamiento.

Cuando entró al correccional le tomó varias semanas saber qué giro daría su vida. “Cuando supe que funcionaba un centro de capacitación, me inscribí en varios cursos porque quería trabajar cuando saliera”, dice.

Luego de agotar su condena, se sentía desorientado porque no contaba con mucha aceptación, particularmente en su comunidad, que pronto le asignó el estigma de “el preso”.

No fue hasta pasadas dos semanas que recibió una llamada de la encargada del programa “Volver a Empezar” en la que le informó sobre una visita domiciliaria para darle seguimiento. “Ella quería saber en qué yo estaba, me gustó que se preocupara por mi y ahí decidí entrar como voluntario en el programa”, añade.

Hoy Alexander cursa el sexto cuatrimestre en la carrera de Derecho y trabaja como asistente de “Volver a Empezar”, proyecto que se ejecuta a través del programa Progresando con Solidaridad de la Vicepresidencia de la República, que trabaja para dar apoyo a los jóvenes privados de libertad.

Yajaira Molina, encargada del proyecto, explica que allí se desarrolla un proceso educativo y de capacitación técnica permanente acorde a la vocación de los jóvenes, para definir un perfil y apoyarlos psicológicamente en el proceso de reinserción social.

Al igual que Alexander, Ismael Guevara es voluntario del programa y cumplió poco más de dos años en Najayo Menores, que ahora opera bajo el nombre de Centro de Atención Integral para Adolescentes en Conflicto con la Ley Penal Ciudad del Niño.

Guevara narra que su estadía fue difícil. Todas las noches recordaba el hecho que lo llevó a estar privado de libertad y se repetía una y otra vez que no volvería. Al enterarse de los cursos de capacitación, no dudó en integrarse.

“Decidí esto porque sentí que me valoraban. Nos decían que sí teníamos futuro y que nos podían ayudar a levantarnos”, dice.

Recuerda que en uno de los debates para un curso de locución que tomó en la correccional, aprendió que los padres, salvo escasas excepciones, llevan la responsabilidad de la mala educación y, en consecuencia, de los actos delictivos de sus hijos.

Explica que su vida fuera del centro es diferente gracias a la ayuda del programa, y que a pesar de las miradas de rechazo de sus vecinos y familiares, no les dará la carta que están esperando, pues no está dispuesto a fallar.

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Ismael promete que sólo volvería a pisar un centro correccional para transmitirle a los jóvenes la importancia de tomar los consejos de sus padres y ser un buen ejemplo para ellos.

El joven, que hoy cursa el primero de bachiller en Prepara e imparte estudios bíblicos a los niños de su comunidad, reconoce que para los jóvenes bajo su condición hay pocas oportunidades en el país, pero está dispuesto a seguir luchando porque ahora es “un joven líder de su futuro que sabe lo que quiere” y está dispuesto a salir adelante.