Treinta años después, el muro sigue ahí

Antigua torre de vigilancia fronteriza de la RDA detrás de la valla de púas en la antigua frontera entre Alemania Oriental y Alemania Occidental, parte del museo alemán en Moedlareuth, Alemania, 06 de noviembre de 2019 (EFE)

Juan Palop

Berlín, 7 nov (EFE).- El muro cayó. Pero 30 años después, y pese a los grandes esfuerzos de cohesión, persisten las diferencias económicas, sociales, políticas y culturales entre el este y el oeste, algunas de las cuales alimentan en la antigua Alemania oriental el ascenso de la ultraderecha.

Cerca de la localidad de Probstzella, cuando la carretera 85 cruza una zona boscosa, un pequeño desvío lleva, en unos metros, a una pista forestal en la que se alza una discreta torre blanca, de base cuadrada y dos pisos de altura. Es una de las torretas con las que la Alemania comunista pespunteó la frontera con la República federal entre 1961 y 1989, desde la que se disparaba a quien tratase de huir del país.

Desde la carretera, sin embargo, apenas se percibe el momento en el que se atraviesa la antigua frontera, el actual paso entre los estados federados de Baviera y Turingia. Y pudiera parecer en esa calzada uniforme que las diferencias entre uno y otro lado se han subsanado después de tres décadas. Pero la realidad es bien distinta.

RENTA, DESEMPLEO, POBLACIÓN

CIUDADANOS DE SEGUNDA

Muchos expertos comparten su opinión. El filósofo Michael Bittner, columnista de principal diario sajón, el ‘Sächsische Zeitung’, asegura que muchos alemanes del este “se sienten aún ciudadanos de segunda clase’ porque consideran que Berlín desatiende sus problemas. El informe sobre el Estado de la Unión Alemana pone cifras a ese sentimiento: el 57 % de los habitantes de los nuevos estados federados se considera ‘alemán de segunda’ y sólo el 38 % cree que la reunificación fue exitosa.

Reiner Klingholz, director del Instituto de Berlín para la Población y el Desarrollo, matiza por su parte que la ‘frustración’ que sienten muchos ciudadanos del este no proviene de compararse con cómo estaban hace tres décadas, porque objetivamente su situación ha mejorado de forma significativa, sino con cómo viven o creen que viven sus conciudadanos del oeste. Ése es el espejo en el que se miran. Y no les gusta lo que ven.

Además, prosigue Delle Donne, AfD ha logrado articular en su discurso lo que significa ‘ser del este’ y crear un ‘factor identitario’, de una forma similar a como lo han confeccionado otros partidos de la nueva ultraderecha en toda Europa para atraer a los votantes. Y esa identidad surge en gran medida de los sentimientos de decepción y frustración que la reunificación dejó en muchas personas. ‘El este, al ser anexado, perdió todo su tejido productivo estatal, el empleo de mucha gente, la matriz de su dignidad. Y eso no se recupera rápidamente’. AfD apela ahí, con éxito, a las emociones.

La ultraderecha alemana ha sabido además tejer un discurso diferenciado para la Alemania del este. Es el único partido que mantiene que la región tiene ‘problemas diferenciados’, apunta el consultor. En este sentido, AfD podría convertirse en un partido ‘regional’ si se cronifica su gran fortaleza en el este y su falta de arraigo en el resto de estados federados.

MAYORÍA DEL OESTE

Las demás fuerzas, incluso los postcomunistas de La Izquierda, tienden a hacer un diagnóstico común del país, sin distingos. Esa miopía puede estar ligada al hecho de que, 30 años después, la gran mayoría de sus dirigentes provienen del oeste. Un ejemplo. De los 16 miembros del Consejo de Ministros solo dos, la canciller Angela Merkel y la ministra de Familia, Franziska Giffey, proceden de la RDA. En la mayoría de instituciones públicas pasa algo similar. Y también en el sector privado. Esta falta de inclusión genera ángulos muertos en la política nacional, algo que provoca desafección al otro lado de las urnas.

Las encuestas apuntan en este mismo sentido. Según el último ‘Politbarometer’ de septiembre, un 52 % de los habitantes del este de Alemania creen que las diferencias con sus vecinos del oeste superan a las semejanzas. Al otro lado del antiguo muro son sólo el 39 % los que piensan que las diferencias dominan. ‘Dicen que el oeste se ha olvidado del este. Y se refieren al ‘establishment’, a la clase política’, señala Delle Donne, para quien es evidente que el este tiene ‘problemas diferentes’ porque atesora ‘una historia diferente’.

La desconexión es palpable en Berlín. El Comisionado del Gobierno para los nuevos estados federados, pese a provenir de la extinta Alemania oriental, fue un ejemplo cuando evitó abordar el problema de la ultraderecha como una cuestión regional, pese a todas las evidencias en este sentido. ‘La situación que tenemos en Alemania es normal en Europa. No la aplaudo ni la blanqueo. Es un tema que nos preocupa, pero no es un asunto específico de Alemania del este’, señaló.

Treinta años después, la frontera invisible entre Kronach y Saalefeld-Rudolstadt sigue allí. EFE

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