Túnez conmemora la huida de Ben Ali atado por las restricciones por el Covid

Túnez, 14 ene (EFE).- Túnez conmemoró hoy el décimo aniversario del triunfo de la revolución y la huida del dictador Zinedin el Abedin Ben Ali en medio de un estricto confinamiento por la pandemia del coronavirus, que evitó las tradicionales marchas populares e impidió las protestas por la aguda crisis económica y social que se repetían desde hace días.

Diez años después de la gran manifestación que llevó al tirano a embarcarse en un avión rumbo a Arabia Saudí, las calles amanecieron en calma, sin apenas tráfico y con numerosos y estrictos puestos de control a la entrada de la capital y en arterias principales, como la avenida Mohamad V o el bulevar Habib Borguiba, escenarios habituales de las movilizaciones.

Solo pequeños grupos, como el colectivo de víctimas de la represión policial aquel invierno de 2011, lograron sortear los cordones policiales y marchar durante unos kilómetros para reclamar que se haga justicia en un país que ha sabido avanzar en democracia, pero que sigue estancado en lo relativo a los derechos individuales y colectivos, como recordó el miércoles Amnistía Internacional.

SIN REVOLUCIÓN ECONÓMICA

Los diez años de transición tampoco parecen haber logrado acabar con el sistema económico clientelista de la época de Ben Ali, controlado por un puñado de familias asociadas al poder, ni con los graves problemas sociales que desencadenaron la protesta, como el paro juvenil -aún elevado y estructural- o la corrupción, todavía endémica.

Lastrados por el hundimiento del turismo y la crispación política, los diez gobiernos que se han sucedido durante la última década tampoco han conseguido eliminar los obstáculos a la inversión, el déficit ahora desbordado, la ineficacia impositiva, el tamaño mastodóntico del sector público, que consume la mayoría de los recursos, y la deuda exterior, que se ha disparado al 90 % del PIB.

'Peor todavía, el sector informal se ha robustecido y representa hoy casi la mitad del PIB', explica el analista económico tunecino Amine Ben Gamra, quien a la supuesta incompetencia de los gobiernos y a la presión de la oligarquía económica benalista, que ha comenzado a retornar del exilio con la anuencia de los partidos, suma el impacto de la guerra en la vecina Libia.

'Los empresarios usan cada vez más el dinero procedente del tráfico en Libia para financiar a los partidos políticos', denuncia. 'Y como la autoridad del Estado es débil, esta pequeña corrupción se propaga como una enfermedad. Los jóvenes se desesperan y los emprendedores que quieren crear una empresa deben enfrentarse a funcionarios indiferentes y arrogantes', subraya.

AUMENTO DE LA MIGRACIÓN

Este estancamiento económico y falta de perspectivas de futuro -similares a los que sacudían a la sociedad tunecina en vísperas de la huida de Ben Alí- han destapado dos consecuencias visibles.

Primera, un aumento gradual del número de tunecinos que buscan igualmente salir del país, ya sea a través de la migración regular -compleja debido a la dificultad para lograr visados, especialmente en Europa- o irregular, que se disparó el pasado año.

Según estadísticas oficiales del Gobierno italiano, un total de 12.883 tunecinos -entre ellos 1.431 menores- lograron entrar de Italia en 2020 de forma irregular tras cruzar el Mediterráneo en embarcaciones precarias fletadas por distintas mafias locales.

La cifra supone un 30 % de los migrantes irregulares que arribaron a Italia durante los doce meses pasados y coloca a los tunecinos como la primera nacionalidad entre los que desembarcan de forma irregular a las costas italianas, por delante de los países del Sahel.

Además, un número similar fueron interceptados por Guardacostas tunecinos cuando iniciaban su aventura desde las playas del sur, principal trampolín de salida.

POPULSMO Y NOSTÁLGICOS DE BEN ALI

La segunda consecuencia ha sido un arraigo del populismo y un aumento significativo de los que declaran en público que añoran los tiempos del dictador caído, preocupados por el deterioro de la seguridad pero también desencantados con una política asida a la crispación.

Con un Gobierno inestable desde la cadena de atentados yihadistas de 2015, la división y la desconfianza dominan las relaciones entre el líder del partido del conservador de tendencia islamista Ennahda, Rachid Ghanouchi, principal fuerza en la Cámara; el jefe del Gobierno, Hichem Mechichi -sin partido- y el presidente de la República, Kais Said, un profesor universitario conservador que hace un año sorprendió al ganar las elecciones como independiente.

El pulso entre ellos ha desencadenado los llamamientos -hasta ahora sin éxito- a un nuevo Dialogo Nacional que vuelva a vertebrar el país y favorecer la ascensión del Partido Desturiano Libre (PDL), que defiende la antigua dictadura y que, según las encuestas, lidera la intención de voto diez años después de que las protestas populares obligara a huir a Ben Ali, su inspirador. EFE

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