Las mil caras de la muerte en República Dominicana
Cambios en la cultura funeraria: de entierros en iglesias a cementerios, de velorios en casas a funerarias, de muestras de dolor a bailes, música y exhibición en redes sociales
SANTO DOMINGO. Una salsa con sonido estridente y decenas de vehículos acompañaban el lento desplazamiento del carro fúnebre que se dirigía al Cementerio Cristo Redentor a dar el último adiós a una víctima del cáncer.
“Si esto fue un juego, debiste por lo menos regalarme un corazón de acero...”, cantaba a todo pulmón y entre gritos una de las nietas del fallecido. Las lágrimas y el enrojecimiento de su cara acompañaban un “¡Papi por qué te fuiste!”.
En los últimos años sepultar una persona en medio de la música que solía escuchar se ha convertido en una práctica común en República Dominicana en los sectores de escasos recursos económicos.
Si el fenecido es un artista, le colocan las canciones de su autoría, como ocurrió en 2014 con la defunción del cantante urbano Leonardo Michael Flores Ozuna, conocido como Monkey Black.
El autor de “El sol y la playa”, nacido en Los Mina, un barrio de Santo Domingo, fue agredido con un arma blanca en Barcelona, España, donde vivió sus últimos cuatro años. Su cadáver, trasladado al territorio nacional. Recibió sepultura en medio de tragos, bailes de sus seguidores y los raps, hip hop y dembow que interpretaba.
“Es un ritual de los barrios marginados que buscan celebrar la muerte de una manera diferente para llamar la atención y obtener reconocimiento y validación social. Persiguen establecer la diferencia, aunque de una manera inadecuada que se aparta de los valores y la cultura que tiene el país sobre la simbolización de la muerte”, explica el psiquiatra José Miguel Gómez.
En estos lugares los dolientes suelen velar a sus muertos en la casa y amanecer junto a familiares y amigos conversando y orando. El cuerpo sin vida es colocado en el ataúd en la sala del que fue su hogar, una mesa en frente con su foto en vida y velones encendidos. Además de coronas de flores con mensajes de sus allegados.
Es común colocar lonas, carpas y sillas para los visitantes que acuden a dar el pésame a la familia, así como repartir comida para aquellos que se quedan todo el día. Un ritual que puede llegar a costar unos RD$11,000 si los parientes no cuentan con un seguro funerario.
“La muerte de papi, en agosto pasado, nos encontró pagando un seguro, por lo que gastamos menos. Yo pagaba RD$1,700 anual por cinco personas y eso me incluyó la caja de muerto, carro fúnebre, dos coronas de flores -una grande y otra pequeña-, parte de las sillas, las cortinas, lona, café, termo, hielo y casi todo lo que necesitaba”, expresó una residente en Bayona, Santo Domingo Oeste.
Llevaba pagando este plan cuatro años, equivalentes a RD$6,800.00-. Adicional, dijo debió comprar la comida en lo que invirtió unos RD$3,000.00.
De la casa a la funeraria
Hasta 1931 el velorio en las casas era el método usado por ricos y pobres en República Dominicana para pasar el último momento con su ser querido antes de darle sepultura. En ese año, Atilano V. Blandino fundó la empresa A. V. Blandino como una compañía funeraria que se ocupaba de trasladar todo lo necesario a las casas de las familias para los velatorios.
En 1959, abrió la primera capilla funeraria en territorio dominicano que vino a usarse en 1961 con la muerte de cuatro ingenieros alemanes que realizaban trabajos en el país y que perecieron en un accidente, momento que dio inicio a una nueva etapa en el quehacer funerario dominicano, pues poco a poco en la ciudad de Santo Domingo se fue cambiando la costumbre y a partir de esa fecha empezaron a realizarse los velatorios en salones funerarios; pero no fue tan sencillo.
“La primera capilla funeraria del país funcionó en la calle 30 de Marzo, se llamaba Capilla La Humanitaria y duró tres años sin utilizarse porque nadie entendía que podía llevar a un ser querido a una funeraria porque sentían que la tradición era tan fuerte como el choque emocional”, argumentó Fernando Arredondo, presidente del Grupo Blandino.