Ideología ciega a Jeremy Corbyn ante la crisis de Venezuela

Líder laborista Jeremy Corbyn. (Foto @jeremycorbyn)

El líder del Partido Laborista británico prioriza a la colectividad sobre los derechos del ciudadano

Se pudiera pensar que Jeremy Corbyn tendría algo que decir acerca de la tragedia que se está desarrollando en Venezuela. El líder laborista y aspirante a primer ministro del Reino Unido es un internacionalista, un autodenominado defensor de los pobres y de los oprimidos del mundo entero.

Siendo un dedicado socialista, él alguna vez consideró a la Venezuela de Hugo Chávez como un modelo para los partidos de izquierda del Occidente. El país ahora ha caído en la pobreza bajo Nicolás Maduro, el sucesor del Sr. Chávez.

El mundo ha sido testigo del descenso hacia el despotismo de una nación que posee las reservas de petróleo más grandes del mundo. Se calcula que 3 millones de venezolanos han huido a países vecinos ante la hiperinflación, la escasez de alimentos y de medicinas, y el arresto arbitrario de opositores al régimen.

El Sr. Corbyn ha permanecido prácticamente en silencio. No ha pronunciado ni un susurro de condena ante los abusos documentados por organizaciones como Human Rights Watch y Amnesty International; ni un indicio de solidaridad con los manifestantes que llenaron las calles de la capital venezolana exigiendo la partida del Sr. Maduro.

En cambio, el líder laborista se ha unido a Rusia y a China en condenar a muchos de los vecinos latinoamericanos de Venezuela, a varios gobiernos europeos y a EEUU por reconocer al líder opositor Juan Guaidó como presidente interino. “El futuro de Venezuela es asunto de los venezolanos”, declaró el Sr. Corbyn. “Nos oponemos a la interferencia externa en Venezuela, ya sea de EEUU o de cualquier otro país”, él agregó.

Esta postura proviene de una ideología con una cosmovisión indiferente al comportamiento de los autócratas mucho más allá de Latinoamérica. ¿Cuándo fue la última vez que el Sr. Corbyn cuestionó la supresión de las libertades básicas en la Rusia de Vladimir Putin? El asesinato de periodistas y políticos de la oposición en Moscú ha pasado sin reproche alguno. Incluso cuando los asesinos rusos han entrado en suelo británico con armas químicas, el Sr. Corbyn ha vacilado en condenar sus acciones. La mención de la invasiva entrada de Rusia a Ucrania y la anexión de Crimea producen un largo discurso acerca de los pecados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

La misma mentalidad ha representado a Bashar al-Assad de Siria tanto como víctima como villano. Sólo una o dos veces durante los años de sangrienta guerra civil en Siria, el Sr. Corbyn se ha sentido lo suficientemente avergonzado por la masacre de civiles como para expresar cierta inquietud. Pero el momento pasa, y él cambia la conversación a la invasión de Irak liderada por EEUU.

El Sr. Corbyn siempre ha sido partidario del reclamo palestino por su derecho a un Estado. Los políticos de todas las tendencias están de acuerdo en que la paz en el Medio Oriente se beneficiaría más de una solución de dos Estados que proporcionara paz y seguridad tanto a los israelíes como a los palestinos. Pero, entre los partidarios más fervientes del Sr. Corbyn, las críticas legítimas a la política israelí se han fusionado en algo mucho más desagradable. La violencia de los grupos palestinos extremos se pasa por alto. El antisemitismo actualmente florece en el principal partido de oposición del Reino Unido.

Un hilo que se extiende a través de todo esto es un antiamericanismo visceral. La postura del Sr. Corbyn está moldeada por la creencia de que el “imperialismo” estadounidense es la raíz de todo mal. Si EEUU está en un lado de un argumento, el lugar en el que todo buen socialista debe estar es en el opuesto. La oposición de Donald Trump al Sr. Maduro — sin importar que el presidente estadounidense está respaldando al pueblo venezolano — es suficiente para poner al Sr. Corbyn del lado del régimen.

El mismo reflejo produce una falsa equivalencia moral entre, digamos, el Occidente abriéndoles sus puertas a los Estados anteriormente comunistas de Europa del Este, y el Sr. Putin alegando suzeranía sobre los vecinos de Rusia; o entre el bombardeo de civiles por parte del régimen del presidente Assad y la invasión estadounidense de Irak. Al Sr. Corbyn no parece ocurrírsele que es posible condenar a ambos. No hay que ser un total neoconservador para odiar la tiranía en Rusia, en Venezuela y en Siria, o para apoyar el derecho de Israel a la seguridad.

Aquí, sin embargo, un segundo hilo se enrolla alrededor del primero. Para expresarlo sin rodeos: el Sr. Corbyn viene de una tradición ideológica de extrema izquierda que nunca le ha dado mucha importancia a las libertades individuales. Esta clase de socialismo le da más importancia a las cifras de producción de tractores que a lo que sus partidarios consideran medidas burguesas de libertad personal.

Muchos de los asociados cercanos del líder laborista crecieron siendo partidarios del comunismo soviético. Y, por lo que parece, no han cambiado de opinión desde el final de la Guerra Fría. Seumas Milne, el jefe de estrategia del Sr. Corbyn, lo expresó claramente hace algunos años cuando trabajaba como periodista en “The Guardian”: “A pesar de todas sus brutalidades y fracasos, el comunismo en la Unión Soviética, en Europa del Este y en otros países produjo una rápida industrialización, educación masiva, seguridad laboral y enormes avances en la igualdad social y de género. Abarcaba un idealismo y un compromiso genuinos”. No hay aquí admisión alguna de que Rusia encarceló a sus vecinos.

Si se aplican los criterios a la Venezuela de hoy, la supresión de libertad, la corrupción y el despilfarro de las riquezas petroleras por parte del régimen, aunadas a la detención y tortura de los opositores políticos, representan sólo un lado de la balanza. También debemos reconocer la creación de un servicio de salud pública, de una mayor igualdad de ingresos y de la financiación de un sistema de bienestar moderno, como logros del gobierno del Sr. Chávez.

Es aquí donde la extrema izquierda de la política siempre se ha encontrado con la extrema derecha. La condición de la colectividad está por encima de los derechos del ciudadano, el Estado por encima del individuo. Europa ha estado antes en esta situación. Lo que es extraordinario es que, en 2019, un político con tales opiniones tiene una creíble posibilidad de convertirse en el primer ministro del Reino Unido.