Vuela, pensamiento
El exilio como resistencia silenciosa y vigilia permanente
Va, pensiero, el coro de Nabucco, atraviesa los siglos como un susurro colectivo que vuelve siempre al mismo punto: la nostalgia por la tierra amada cuando esa tierra ha sido arrebatada. Habla de exilios bíblicos, de la Italia fragmentada de Verdi, pero también del destierro humano, de la memoria que duele, de la patria que se lleva a cuestas.
Los dominicanos conocemos ese drama. Durante los años del yugo trujillista, miles partieron con la maleta llena de miedo y la esperanza doblada con cuidado: intelectuales, obreros, artistas, familias enteras. La patria quedó suspendida en cartas, en canciones, en un acento que se defendía como último refugio. Aquella diáspora fue también una forma de resistencia silenciosa.
Hoy un pueblo encarna como pocos el lamento de Va, pensiero, el venezolano. Ninguna nación de la región ha visto salir a tantos hijos en tan poco tiempo. Ocho millones de venezolanos viven fuera de su país, empujados por la persecución política o la asfixia económica. No es una cifra fría. Es una multitud de mesas vacías, de abuelos sin nietos, de navidades celebradas solo con el pensamiento.
En estas fechas, cuando la palabra hogar adquiere un peso especial, millones de venezolanos volverán mentalmente a sus calles, a sus olores, a sus afectos. Como en la ópera de Verdi, cantarán sin voz, recordarán sin presencia, celebrarán sin estar. El exilio no mata la identidad, pero la somete a una vigilia permanente.
Va, pensiero dista de canto a la derrota. Es una afirmación de la memoria y del derecho a regresar. Nos recuerda que los pueblos no se extinguen mientras conserven la capacidad de añorar. Que ninguna dictadura, por férrea que parezca, puede confiscar del todo la patria que habita en el corazón de quienes fueron obligados a partir.