Sin corbata en la oficina
En el ámbito laboral la pandemia está dejando preguntas que deberán resolverse en leyes y códigos. Dejar la respuesta a la decisión de las empresas y/o de los empleados puede traer más problemas que soluciones.
¿El teletrabajo conviene más al empleado o al empleador? ¿La productividad es similar, aumenta, baja? ¿La empresa debe hacerse cargo del costo de la conexión a internet, de la silla adecuada, de la adaptación del espacio en la casa? ¿El empleado gana en conciliación pero pierde oportunidades laborales? ¿El teletrabajo implica flexibilidad de horarios o conexión de 9.00am a 5.00pm?
¿Una reunión por zoom es tan productiva (o improductiva) como una presencial? ¿El sueldo debe variar si el empleado decide no reincorporarse presencialmente a la oficina?
Claro, todo va a depender de la profesión. Es obvio que un traductor no necesita ir a la empresa o que un periodista puede alternar, de acuerdo con su asignación, presencialidad y teletrabajo.
El teletrabajo no va imponerse tan rotundamente o tan rápidamente como algunos auguraban. Un híbrido sería perfecto, poder conjugar tiempos y horarios siempre teniendo en cuenta el objetivo del trabajo. Pero las relaciones personales son tan importantes o más que una buena conexión a internet. Hace falta el intercambio de ideas, las discusiones, las ocurrencias que se complementan, el café, la confidencia, las risas y los comentarios imprevistos que dan pie a otra idea, a otra solución.
Ahora que la corbata ha muerto, en los espacios laborales otras muchas cosas han cambiado.
Pero siguen existiendo, que nadie se confunda.
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