Jorge Edwards, cronista memorioso

Edwards fue un buen novelista, pero creo que fue fundamentalmente un soberbio cronista

Alguna vez, un escritor reconocido dijo en mi presencia que el único mérito de Jorge Edwards era haber vivido a la sombra de Pablo Neruda. Callé, pero nunca olvidé ese traspiés del admirado contertulio que, como siempre sucede en las viñas intelectuales, algún odio oculto albergaba contra el escritor chileno. O desconocía su obra.

Ciertamente, llegó a fungir como una especie de secretario personal no declarado del Nobel, y Neruda prácticamente es quien lo salva del incendio que supuso la publicación de Persona Non Grata, en 1973, y consigue llevárselo con él a París como secretario de embajada, en momentos en que el gran poeta había sido nombrado por Salvador Allende embajador en la capital francesa. Fueron muy estrechos los lazos entre ambos, pero Edwards tuvo vida, pensamiento y obra muy propias para aceptar que su nombre estuvo adherido siempre al genio nerudeano.

Es Persona Non Grata -que cumple por estos días cincuenta años de su primera edición-  con la que Edwards irrumpe como un escritor de lectoría abundante, por lo menos fuera de su patria. El escritor chileno fue, sobre todo, un activo diplomático, en diferentes gobiernos, desde Carlos Ibáñez del Campo, un político y militar que tuvo un periodo dictatorial y luego regresó como presidente democrático, hasta Sebastián Piñera, pasando por Jorge Alessandri, Eduardo Frei y Allende. Fue una muy larga carrera diplomática, interrumpida solamente por la dictadura pinochetista. A decir verdad, fue su principal oficio.

La vida diplomática le permitió, en los años sesenta, trabar amistad con García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, cuando Edwards fue secretario de la embajada chilena en París, la primera vez. Entonces se le asoció con el boom, aunque creo que sólo lo fue de modo marginal, pues más cerca del boom latinoamericano estuvieron otros dos chilenos: María Luisa Bombal, que se la tiene como precursora del grupo, y José Donoso, que sí fue parte integrante de ese esquema. Otro escritor chileno importante, Enrique Lafourcade -quien escribiera una de las mejores novelas sobre la dictadura de Rafael L. Trujillo, La fiesta del rey Acab, 1959- también debe  considerarse como parte de esos precursores del boom junto a la Bombal.

El primer libro de Edwards fue El patio, un conjunto de apenas ocho relatos que aparece en 1952. El propio autor escribió en sus memorias que aquel primer libro le provocó asombro a su compatriota Gabriela Mistral, que había ganado el Nobel de literatura en 1945. La Mistral le dijo a Hernán Díaz Arrieta, el famoso Alone, crítico literario por excelencia de la sociedad literaria chilena de entonces, que el libro le había parecido un reflejo del pesimismo y la crisis moral de los jóvenes de la generación de Edwards. Su próximo libro sería la novela El peso de la noche, que aparece trece años después, en 1965. De manera que cuando se publica Persona Non Grata, el testimonio de sus experiencias como embajador de Allende en Cuba (1973), su obra era aún escasa y su nombre poco conocido. El libro causó una conmoción lectorial en los países de habla hispana (luego se traduciría a otras lenguas), porque era la primera vez que se aireaban en un texto abierto las interioridades del régimen cubano. Allende, al designarlo, le había advertido que él no era la persona adecuada para ser el encargado de negocios en Cuba, a cargo de la embajada hasta que llegara el titular de la misma. El derrocado presidente chileno le dijo que lo enviaba a La Habana por recomendación de “los sabios del ministerio de Relaciones Exteriores” y que él lo único que iba a ser era un “símbolo”, mientras arribara el embajador a la capital cubana. Edwards no lo fue como le dijo Allende. Se convirtió en un símbolo crítico pero contra el gobierno cubano, hasta que tuvo que salir de la isla -Fidel lo echaría de Cuba-,  y años más tarde publica Persona Non Grata , un libro que su autor dijo que pertenecía al género “confesional”, porque era un “acto de confesión y acto de contrición”. Cortázar le retiraría su amistad, algunos más también, pero Edwards apenas, comenzaba su carrera, porque si algo demostró Persona Non Grata, independientemente de sus confesiones, era que estaba escrito con sentido y estilo literarios, y que no se trataba de un simple chisme político, si se quiere. Había un gran escritor detrás de ese libro.

La producción literaria de Edwards comenzó su camino. Llegarían 12 novelas, después de El Peso de la Noche, entre las cuales sobresalen, a mi entender, Los convidados de piedra (1978), El museo de cera (1981), las dos ambientadas en situaciones políticas; El origen del mundo (1996), La casa de Dostoievsky (2008), inspirada en la vida del poeta chileno Enrique Lihn, y Oh, maligna (2019), basada en los amores desconocidos de Neruda con una mujer birmana. A su formidable producción novelística se unirían sus ensayos y su obra periodística, a la que pertenecen títulos tan celebrados como Adiós, poeta (1990), una biografía de Neruda;  El whisky de los poetas (1997), un conjunto de crónicas, Los círculos morados (2012) y Esclavos de la consigna (2018), dos volúmenes de memorias. Edwards fue un buen novelista, pero creo que fue fundamentalmente un soberbio cronista. Toda su obra está impregnada de ese interés, muy bien narrado, de referir aspectos de su biografía humana y literaria, y también de las de otros. Sus memorias, su labor como articulista de diarios, y hasta sus novelas, están centradas en hechos conocidos de su sociedad (dilemas amorosos en la clase media alta, situaciones vividas por artistas, reflexiones sobre hechos políticos, incluyendo el derrocamiento de Allende, y biografías noveladas de pintores y escritores que admiraba).

A más de eso, llama la atención el interés que puso en dar a conocer a escritores de su patria, y no solo a Enrique Lihn, Nicanor Parra, José Donoso, sino a otros muchos a quienes antologó y promovió su difusión, labor poco ejercida en el granero intelectual latinoamericano y tal vez universal. Hombre culto, sus memorias muestran las lecturas que hizo desde temprana edad y como estuvo cerca de autores a quienes aprendió a conocer desde la mocedad. Cuando llegó al París de los sesenta, ya Edwards había sido un lector tan consistente que sus amigos escritores solían consultarle sobre determinados libros y autores.

El crítico y escritor español Juan Cruz, que tiene una pequeña legión de lectores firmes en Santo Domingo, escribió en El País que Edwards “ha pasado por las más significativas contradicciones de nuestro tiempo como si hubiera sido puesto ahí para contarlas”. Y, en efecto, así es. Estudió con los jesuitas y allí tuvo como profesor al padre Alberto Hurtado, luego canonizado por la Iglesia y hoy un santo venerable que, según Edwards, “acentuaba el carácter social de su prédica, el del Cristo de los pobres, de los marginados de la sociedad chilena, de los sintecho”. Igual, su amistad con grandes figuras de la política chilena, sus temores con la deriva socialista de Allende, su breve estancia cubana, su íntima amistad con Neruda, conocedor de sus amoríos, de su forma de pensar, de su apego al buen whisky, sin dejar de disfrutar el gran vino chileno. Y también, sus aversiones, como su personal encono literario con Vicente Huidobro (“se sobrevendía, con gestos excesivos y con resultados más bien contrapoducentes. Quiso ser escritor francés a toda costa, y resulta que los franceses, ahora, se acuerdan de Pablo Neruda, se interesan en Nicanor Parra, descubren a Roberto Bolaño y ayudan a ponerlo de moda, y de Huidobro, el afrancesado por antonomasia, no saben una palabra”). Recordemos que Neruda también tuvo de enemigos a Huidobro y a Pablo de Rocka. Edwards, pues, heredaba las enemistades de su maestro.

Jorge Edwards, fallecido en Madrid de una severa diabetes el pasado viernes17 de marzo a los 91 años de edad, escribió muchas de las mejores crónicas memoriosas de nuestro tiempo, a la vez que fue, sin dudas, un notable novelista. Quizá, uno de los pocos  integrantes de una generación histórica en la literatura latinoamericana que se ha ido o se va yendo lo que aún queda. A pesar de la edad, vivía dedicado a la escritura, y aunque muchas veces volvía al carril que le dio fama y se repetía en sus recuerdos y en sus testimonios, no podemos ignorar que fue un escritor de prosa encantadora, que atrapaba y dejaba huellas. Uno de los grandes, sin dudas.

LIBROS
  • Persona Non Grata

    Jorge Edwards, Plaza & Janés, 1985, 445 págs. Vendida al principio como novela, su autor luego solicitó que la colocaran en el capítulo de libro de testimonio. Su fama comenzó con este libro en torno a su vida diplomática en la Cuba de inicios de los setenta.

  • Adiós, Poeta…

    Jorge Edwards, Tusquets, 1990, 323 págs. Amigo personal de Pablo Neruda por más de veinte años, el autor escribe las memorias de esa amistad, donde cada capítulo va mostrando los sucesos que construyen la biografía del gran poeta.

  • Esclavos de la consigna

    Jorge Edwards, Lumen, 2018, 294 págs. El segundo libro de sus memorias, que se inició con “Los círculos morados”, y que parecía iba a concluir con un tercer volumen que escribía al momento de su muerte.

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.