El uniforme del juez es la ley

La autoridad del juez nace de la distancia entre la persona y el cargo

El Poder Judicial ha hecho un recordatorio oportuno y necesario: la investidura del juez exige contención, sobriedad y apego estricto a la ley. La reciente amonestación al magistrado que conoció el caso Senasa no gira en torno a la intención de sus palabras, sino al lugar desde donde se pronuncian. En la sala de audiencias, el juez habla en nombre del orden jurídico, no de  su mundo interior.

La motivación de una decisión judicial debe ser clara, técnica y comprensible. La ley ofrece herramientas suficientes para explicar una medida, valorar conductas y establecer consecuencias. Cuando el razonamiento se adorna con referencias morales, históricas o literarias, el mensaje se desplaza. La sentencia empieza a parecer un alegato personal, marginada  del derecho.

La ciudadanía necesita jueces previsibles, decisiones fundadas en normas, no en estados de ánimo. La autoridad judicial descansa precisamente en la distancia que separa la persona del cargo, la opinión privada del deber público.

El uniforme del juez es la ley. Ese uniforme exige disciplina, mesura y un lenguaje que proteja la imparcialidad. Todo lo demás —creencias, lecturas, convicciones íntimas— pertenece al ámbito personal. Guardarlas no empobrece la justicia; la fortalece. Cuando la ley habla sin interferencias, la democracia escucha con mayor claridad. 

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