La lección de Puerto Rico

Si bien es cierto que el gobernador de Puerto Rico metió la pata honda en sus conversaciones electrónicas con sus colaboradores, también es verdad que, en condiciones normales esa conducta no hubiese motivado las manifestaciones que culminaron con su renuncia.

La realidad es que el gobernador estaba sentado sobre un barril de pólvora surgido de la frustración de los puertorriqueños, luego de diez años de una crisis económica que obligó a muchos a emigrar y de la hecatombe provocada por el huracán María, del cual todavía no se ha recuperado la isla.

La conducta, evidentemente aborrecible del gobernador, fue la gota que rebosó el vaso porque mostró a un ejecutivo ocupado del “juego pequeño” mientras Puerto Rico demandaba de un liderazgo fuerte, concentrado en el “juego grande” que impulsara a la isla a salir de su crisis.

Ante la presión popular, el gobernador no tuvo otra salida que presentar su renuncia, sobre todo luego de que algunos de sus colaboradores abandonaron el barco. Su renuncia es una lección para todo el que ejerza funciones públicas en países como los nuestros.

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