No es música, es ruido
Uno de los pocos efectos beneficiosos que tuvo la pandemia en sus meses más cerrados, es que el ruido bajó unos cuantos decibelios. Colmadones y discotecas cerrados, el ruido en barrios y pueblos bajó notablemente.
Hoy vuelve a ser un problema de convivencia. En las redes, el video de una mujer protestando por la música que están obligados a oír sus hijos en el barrio pone voz y cara a un grupo nutrido de ciudadanos dominicanos que no pueden aislarse de la violencia sónica (son sus palabras) que le infligen sus vecinos. Y pide la ayuda del presidente.
No hay que subir tan alto. Los ayuntamientos son los responsables, junto al Ministerio de Medio Ambiente, de controlar lo que a nivel municipal está prohibido. Hay leyes que regulan la contaminación sónica y es su deber controlar lo que ya no es música... sino ruido.
Es un problema más que cíclico recurrente. No es posible seguir soportando esos niveles de ruido disfrazado de música que alteran gravemente la salud (y no sólo la mental) de los que son sometidos a esa agresión.
Toca a los ayuntamientos proceder.
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