Carta a los Reyes Magos

El campo, sin voz ni eco mediático, requiere de infraestructuras y mayor apoyo; su potencial, incluso exportable, continúa en hibernación

Estoy aquí, venerados Reyes Magos, en las enhiestas inmediaciones de Alto Bandera a más de 2,000 metros de altitud, aterido de frío, sintiendo al viento azotar mi cuerpo, obstinado en buscar razones a pesar de que me hacen dudar y conmueven mi fe.

Vengo a estos parajes cada comienzo de año. Me encandila la altura. Me hace sentir cerca de Dios, cuya presencia no palpo ni tampoco aseguro, pero necesito que exista para calmar la angustia de mi existencia. 

Al abrigo de los tenues y reconfortantes rayos de sol les digo, con pesar, que las cosas ya no son como fueron. El bosque ha sido herido, asaltado. Las aguas cristalinas mermadas. No hace tanto la magnificencia y esplendor de la naturaleza incitaba a hurgar en las complejidades cósmicas. Ahora cuesta trabajo encontrar su alma desguarnecida y poder clavar bien hondo, a su amparo, los aguijones de la reflexión. Recompongan, señorías, este desmedido trastorno. 

Sepan, Reyes Magos admirados, que el dominicano de hoy es leve en su andar. La vida ruidosa absorbe su palpitar y resta espacio a su capacidad de pensar. Quizás puedan darle la serenidad suficiente para que ascienda peldaños más altos del saber. Me dirán que ha de reencauzarse el sistema educativo, derribar obstáculos institucionales y sindicales que traban el aprendizaje, iluminar el entendimiento de los profesores. Hágase, pues, nobles viajeros. 

En circunstancias de pandemia la política sanitaria ha mostrado eficacia. Eso no quita que las familias menos favorecidas apenas puedan aliviar sus penas cuando la enfermedad las atrapa. La ayuda social debe dirigirse con prioridad a garantizar servicios de salud de calidad y pensiones a quienes carecen de medios para cubrir su cotización. Obren augustos magos tan difícil milagro. 

Cuando era pequeño, en la villa de Moca me enseñaron a valorar el trabajo realizado con sentido ético. Aludían a aquello de seco, sacudido y medido por buen cajón. Vender productos vencidos, alterados, dispares, o entregar obras o servicios defectuosos es la orden del día. Concédanles, altezas, un espíritu renovado para que se ganen la vida con trabajo bien hecho. 

Contemplo con preocupación el desaliento de los productores agropecuarios. La atención se enfoca en las urbes. El campo, sin voz ni eco mediático, requiere de infraestructuras y mayor apoyo; su potencial, incluso exportable, continúa en hibernación. Los intermediarios se quedan con los frutos del esfuerzo ajeno y los políticos alardean de regalar sus dones. Les imploro, majestades, que reviertan tan injusta situación. Es desconcertante y pecaminoso tratar tan mal a quienes aseguran el alimento de todos. 

Aquí, en la quietud imponente de estas elevaciones, donde los creyentes aseguran que se escucha el rezongar de Dios, pienso en la tragedia de las ciudades donde los vehículos casi se encaraman unos sobre los otros, la circulación se entorpece y la población pierde el tiempo miserablemente en las congestiones del tráfico. Ilustrísimos, liberen nuestras vías y carreteras de esta pesadez insoportable y den luz a las autoridades para que acierten a poner los remedios y a establecer el orden. 

Majestades, les pido que doten al liderazgo nacional de todos los dones que estén a su alcance para que expanda su clarividencia y acierte en sus encomiendas, lo libre de sentimientos mezquinos y lo haga sensible a darlo todo por sus semejantes anteponiendo el bienestar de la colectividad a sus intereses personales y partidarios. 

Otórguenle a ese liderazgo nacional, majestades regias, la capacidad para aquilatar el sufrimiento de los semejantes y de actuar con presteza para menguarlo; de hacer lo necesario sin postergarlo, de brindar oportunidades de trabajo formal digno. Ofrézcanle el secreto para que puedan encaminar el desarrollo de su pueblo. Hagan que la justicia impere con su venda fortalecida, pues es bien sabido que la igualdad ante la ley es garantía de desarrollo institucional y social. 

Queridos Reyes Magos, mi mayor ruego es que sigan bendiciendo al pueblo dominicano, pues es una comunidad colmada de ansias de superación; refuercen su alegría de vivir, fértil y desprendida iniciativa, sorprendente creatividad, y diríjanlas a fines superiores; y, sobre todo, corrijan en la medida de lo posible las penosas desigualdades que lo afligen. 

Ilustres Reyes Magos, ruego por los seres queridos que se nos han ido y dejado cicatrices y huellas profundas en nuestros corazones. Hagan propicio su viaje solitario a la cumbre de la eternidad.

En cuanto a mí, cuando llegue el momento, condúzcanme a la estrella más brillante para desde allí contemplar el alma noble de este pueblo. Mientras, déjenme seguir soñando.

Suyo, Abimbaíto.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.