El descalabro de Lula y su modelo

Para muchos, era solamente una cuestión de tiempo, no de si ocurriría, que la policía llegaría tocando la puerta. El esquema de corrupción, en el que grandes firmas constructoras alegadamente canalizaron billones de reales hacia ejecutivos de Petrobras y a sus jefes políticos como intercambio por contratos amañados, que aparentemente se iniciaron durante la gestión de Lula. Seguramente, desde hace mucho tiempo que los cínicos han murmurado, era demasiado vasto (el esquema) como para que el entonces Presidente no lo supiera, o de hecho que se haya beneficiado de ello. The Economist, marzo 4, 2016

Si Dilma Rousseff hubiese perdido su intento de reelección en octubre del 2014, las cosas fueran hoy muy diferentes para el legado Luiz Inácio Lula Da Silva. Ciertamente, la economía brasileña venía acumulando presiones internas alimentadas por las políticas populistas que Lula comenzó a implementar desde su llegada al poder en enero del 2003. Ayudado por la bonanza de los altos precios de las materias primas que coincidieron con su mandato, en combinación con un marcado proceso de endeudamiento público y una política de incremento de la presión tributaria, Lula fue capaz de ejecutar una política social que puso fuera de la pobreza a millones de brasileños.

De repente, Lula se convirtió en el modelo a seguir. Su liderazgo político desbordó las fronteras de su país, y una ola de nuevos gobiernos latinoamericanos se inspiraron en el modelo brasileño, una especie del socialismo del siglo XXI pregonado por Hugo Chávez en Venezuela. Sin embargo, el modelo de Lula tenía un serio problema de diseño: altas cargas impositivas desestimulaban a la actividad económica, mientras el endeudamiento desmedido continuaba, en el contexto de una alta dependencia de los precios internacionales de las materias primas. Era solamente una cuestión de tiempo... Por eso afirmamos que si el Partido de la Social Democracia Brasileña y su candidato Aécio Neves hubiesen ganado las elecciones en el 2014, hoy la crisis brasileña se le hubiese atribuido al nuevo gobierno, y el legado de Lula hubiese quedado bastante intacto.

Pero no; Dilma y Lula son dos versiones del mismo esquema. Y hoy Brasil atraviesa, de acuerdo con expertos, por su peor crisis económica en los últimos ochenta años; algo realmente grave cuando se considera que Brasil ha tenido traumáticos episodios de crisis económicas y políticas desde los años 70 hasta la fecha, incluyendo crisis de la moneda, episodios de hiperinflación y cesación de pagos de su deuda. Una vez más, el milagro brasileño ha terminado en una pesadilla difícil de superar, pues con un déficit fiscal que se estima supera el 10% del PIB, una caída brutal del crecimiento económico –se espera una tasa negativa del alrededor un 3% en 2016-, y una presión tributaria superior al 35%, es casi imposible que los ajustes no impliquen devolver hacia la pobreza a millones de brasileños, lo que agregaría una mayor inestabilidad social a un gobierno que se tambalea en medio –además- de una fuerte crisis política.

Pero los problemas de Lula pudieran estar apenas comenzando. Los escándalos de corrupción lo han estado persiguiendo por diferentes vías. Según narra El País, en su edición digital del 4 de marzo pasado, los indicios de su probable implicación se encontraron cuando la policía federal de Brasil investigaba un caso de lavado de activos que condujo a la detención de un exdirector de Abastecimiento de Petrobras, cuyos testimonios fueron fundamentales para destapar el caso de corrupción más importante en la historia de Brasil. Se estima en más de dos mil quinientos millones de dólares los fondos que fueron desviados a través de un esquema de simulación de negocios de exportaciones e importaciones. Un hecho que llama poderosamente la atención –también reseñado por El País- es que durante la gestión de Dilma Rousseff como Presidenta del Consejo de Administración de Petrobras y de Lula como Presidente de Brasil, la petrolera brasileña adquirió una refinería en Pasadena, California por precio superior en 47 veces al precio que había pagado dos años antes la empresa vendedora.

Asimismo, la policía federal en un allanamiento que hizo a la casa de Alberto Yousseff –un confeso lavador de activos- encontró un listado con más de 750 obras, entre las que se encontraban numerosas obras realizadas en América Latina. Como si todo esto fuera poco, otra investigación –denominada Operación Zelotes- que involucra al hijo de Lula –supuestamente, un nuevo miembro de la oligarquía brasileña- y que podría afectar al sector automotriz anda tras la pista de 4,800 millones de dólares que se presume fueron evadidos de las finanzas públicas mediante sobornos que intermedió Luis Claudio Da Silva.

Muchos de esos recursos, manejados por una complicada red de corrupción, fueron utilizados para financiar campañas políticas en América Latina, con la supuesta participación del ahora tristemente célebre publicista Joao Santana, quien se encuentra detenido luego de regresar a Brasil en un vuelo desde la República Dominicana.

Obviamente, Lula se ha declarado inocente -¿tenía otra opción?- y los gobiernos ‘solidarios’ se han mostrado indignados ante su reciente detención. Eso era lo que se esperaba de gobiernos como los de Venezuela y Cuba. Sin embargo, el hecho de que haya un marcado interés político en el caso no significa que automáticamente Lula sea inocente. Hay que ir al fondo del asunto; mientras eso ocurre, lo que estamos presenciando es el completo descalabro de Lula y su modelo.

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