El pesimismo dominicano y la revolución de escritorio
La complaciente estimación de pesimista que se le ha atribuido [a José Ramón López], es siempre una aceptación colectiva y generalizada de sociología racista del pesimismo europeo, estadounidense e iberoamericano de la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestro tiempo. (...) López escribió sobre los más diversos asuntos, político-económico, política nacional, migración, fronteras, guerras, etc., pero, lo realmente importante es su infravaloración de la dominicanidad gestada por tres razas inferiores: los indios, los negros, y lo peor de España, presidiarios, holgazanes, soldados presuntuosos y autoritarios serviles al gran caudillo (el rey), y los caudillos delegados, los gobernadores. Francisco Antonio Avelino, 2005
En la rendición de cuentas del pasado 27 de febrero, el presidente Medina hizo el esfuerzo de presentar ante la nación una opción alternativa de optimismo frente a lo que se ha considerado como el gran pesimismo de los dominicanos, tan difícil de medir que es casi imposible establecer si ese ‘pesimismo’ es la creación de nuestros intelectuales desde la segunda mitad del siglo XIX o efectivamente los dominicanos, desde su origen como nación, han estado dominados por un sentimiento de resignación ante el subdesarrollo y la pobreza. Independientemente de la respuesta, es posible, sin embargo, encontrar en nuestra experiencia histórica patrones de conducta en los gestores del poder político que han alimentado –en reiteradas coyunturas- el desconcierto y la falta de fe en el futuro de la nación.
A lo largo de nuestra historia republicana, dos patrones –desde el punto de vista económico- emergen como hilos conductores de eventos que han tenido efectos devastadores sobre la economía y la estabilidad política de la nación dominicana. Uno de ellos ha sido el endeudamiento excesivo de gobiernos que irresponsablemente comprometieron la soberanía nacional. Las políticas de endeudamiento –especialmente de Buenaventura Báez y Ulises Heureaux- en la segunda mitad del siglo XIX sentaron las bases para que, ya entrado el siglo XX, se perdiera la soberanía, ya sea mediante la modalidad del protectorado de Estados Unidos o su abierta intervención militar iniciada en 1916 y concluida formalmente en 1924.
Detrás de esos procesos de endeudamiento ha habido gobiernos inestables y mayormente corruptos, lo que nos lleva a considerar que la corrupción ha constituido el segundo hilo conductor del ejercicio histórico del poder político; de forma que endeudamiento y corrupción no pueden verse como fenómenos que desde el punto de vista económico ocurren aisladamente. Por el contrario, se han retroalimentado mutuamente, y el resultado ha sido un país con bajos niveles de institucionalidad, altos niveles de pobreza y de desigualdad, bajo un clima de extrema inseguridad. Dentro de este contexto, es razonable considerar que el denominado pesimismo del dominicano no es más que el resultado de gobiernos que van y vienen atados por el hilo conductor del endeudamiento y la corrupción.
Y precisamente, esos dos temas no fueron debidamente abordados en la rendición de cuentas; quizás por el interés del Presidente de enfocarse en el optimismo, obviando cualquier referencia que pudiera haber distraído a la audiencia del objetivo de su comparecencia. Pero, justamente, en el mes de febrero, el FMI publicó su evaluación de la economía dominicana, en la que plantea que la deuda pública continuará incrementándose en el mediano plazo “como consecuencia de los grandes déficit consolidados, y se están generando presiones adicionales...”, por lo que recomienda que se aproveche la oportunidad para realizar los ajustes que coloquen al endeudamiento público en una “trayectoria descendente”. Como se puede apreciar, la preocupación generalizada con el endeudamiento no es fruto del pesimismo de los dominicanos; más bien, ha sido el resultado de una política de endeudamiento sumamente laxa.
El FMI va más allá en su reporte -aun cuando lo dice en su tradicional lenguaje, pro positivo y conservador- al sugerir que el perfil de riesgo de la deuda se podría beneficiar de una menor dependencia del endeudamiento en moneda extranjera. Esto es agravado por un endeudamiento externo con una creciente participación de la emisión de bonos soberanos, especialmente en la presente gestión de gobierno. Este tipo de endeudamiento -los bonos soberanos- tiene la conveniencia política de que traslada hacia las futuras generaciones su amortización total, en una espiral que lleva a emitir nuevos bonos soberanos para liquidar el anterior, hasta que se pierda la capacidad de pago y se apela al cliché de que los particulares que reclaman su pago pertenecen a la categoría de ‘buitres’.
Por otra parte, la corrupción -tema de gran preocupación para los dominicanos, según revelan las encuestas- fue mencionada de pasada, cuando se destacaron los logros alcanzados con la aplicación de la ley de compras. Sin embargo, es oportuno señalar que esa misma ley de compras establece en el artículo 14 y sus numerales que los funcionarios ni sus empresas ni sus familiares pueden hacer negocios con el Estado Dominicano, una restricción que está tan clara que es sorprendente que no se observe debidamente.
En definitiva, el pesimismo de los dominicanos -o como se le quiera llamar- no es resultado de un invento ni de una falsa percepción; está enraizado en una cultura condicionada por los patrones de conducta del liderazgo político desde la dirección del Estado, y eso no puede ser cambiado a través de una revolución de escritorio.
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