Libertad y nacionalidad

Nunca antes había visto expresar con tanta fuerza un ansia tan grande por la libertad como la que percibí hace poco en pobladores de Riga, Letonia, ubicada en el norte de Europa, a orillas del mar Báltico.

Para quienes han vivido ya por decenios el disfrute de la democracia, como es el caso de los dominicanos, hablar de las libertades parecería intrascendente porque ya forma parte del diario vivir y algo tan natural como la propia respiración.

Y eso a pesar del trauma que significó la tiranía de Trujillo que durante 31 años impuso un bozal a la expresión de las ideas, por medio del terror sangriento y salvaje. O la de Lilis, mucho antes. O la ocupación haitiana, todavía más lejana.

En Letonia, el sufrimiento viene de muy lejos, desde el siglo XIII cuando los teutones los invadieron y ocuparon. Después le siguieron los escandinavos y luego los soviéticos. Perdieron la libertad, la posibilidad de dirigir su destino por sí mismos.

Lo significativo es que en medio de las penurias, pobreza y calamidades, lograron mantener la identidad a pesar de la larga ocupación de sus territorios por pueblos vecinos, y de que se trata de una población pequeña, que ahora apenas llega a los dos millones de habitantes.

El principal monumento de Riga, capital de Letonia, está dedicado a destacar la libertad como el valor humano más relevante.

Cuando llegamos allí era festivo, celebraban un aniversario más de la liberación e independencia, en este caso de los soviéticos.

La Riga de antes, cuyas huellas perduran, proyecta un dejo de tristeza, reflejado en la austeridad extrema de sus barrios construidos por los rusos, con apartamentos estrechos, erigidos a modo de colmenas de abejas, que servían a los letones para vivir hacinados en la uniformidad de la pobreza.

En aquella época, según contaba la guía que nos orientaba, eran escasos los bienes de consumo, pero más aún la libertad.

La ciudad de hoy tiene otro rostro, amable, serena, con multiplicidad de parques y áreas verdes que dan alegría al espíritu. Es como un espacio prohibido al estrés, hecho para dejar de lado las tensiones cotidianas.

La urbe es bella, sobre todo en su centro urbano, con arquitectura muy peculiar y predominio del arte nouveau.

A escasos metros de la puerta que cruza la muralla antigua y frente a las llamadas tres casas hermanas edificadas en siglos diferentes, alcanzamos a ver en la acera a dos músicos callejeros que tocaban canciones con una tuba y un trombón.

De repente, la guía que nos acompañaba, Annette, pareció susurrarles algo. Y nosotros, situados en medio de la calle adoquinada con piedras muy viejas, quedamos petrificados al escuchar las notas musicales que los músicos empezaban a tocar.

Era insólito pero cierto. En aquellas regiones casi siempre gélidas, dos músicos, tal vez venidos a menos, estaban empezando a interpretar las notas del himno dominicano.

De dónde diablos sacaron esas notas? Acaso estuvieron alguna vez en el país y en qué condición?

Súbitamente el corazón sufrió un vuelco, los latidos se aceleraron, y la emoción cubrió con intensidad ese peculiar instante. Si existiera un sentimiento de nacionalidad no hubiera habido mejor ocasión que esta para comprobarlo, como en efecto lo hicimos.

Después de ese momento tan cargado de intensidad, todo Riga pareció más amigable, cordial y admirable.

Entre los valores más preciados de los letones la educación ocupa un lugar primordial. La enseñanza es gratuita y de calidad. Están conscientes de que al carecer de recursos naturales, salvo la foresta, necesitan privilegiar el recurso humano como fuente de desarrollo.

En Estonia, pueblo hermano y vecino, supimos que la educación pública es de más calidad que la privada. Y que a la universidad pública solo tienen derecho a ingresar los estudiantes que saquen un promedio de notas alto. De lo contrario, en caso de que no tengan méritos suficientes o el nivel académico requerido, la opción es la universidad privada.

En estos pueblos del báltico ocurre lo contrario que en la República Dominicana.

Antes Letonia tenía una industria de baja calidad pero que proporcionaba empleo bajo los planes quinquenales. Ahora, miembros como son de la Unión Europea, ha mejorado el nivel de vida, pero las industrias se han movido a lugares más competitivos, lo cual ha desplazado mano de obra.

El turismo, al igual que el caso dominicano, está siendo el sector que absorbe mayor cantidad de puestos de trabajo y abre oportunidades a la artesanía y bienes del país.

Letonia y los países del báltico poseen ámbar, lo que da lugar a una próspera red de producción y comercialización.

Nadie sabe cuál será el destino de estas comunidades, pero pueblos como el letón, estonio y lituano lo han estado labrando con sapiencia y voluntad indoblegable.

Ahora, cerca de 300,000 de sus 2 millones de habitantes son de origen ruso, descendientes de los que ocuparon Letonia; no se asimilan a la nación que invadieron y tampoco la abandonan. Simplemente nacieron allí y tienen carta de residencia. Y esto podría ser un factor de conflicto.

Nosotros también tenemos dentro del territorio nacional un 15% de pobladores que descienden de quienes en el pasado ya remoto invadieron por las armas la parte este de la isla y que luego volvieron a hacerlo en el siglo XXI de manera pacífica, pero no consentida. Al igual que los rusos en Letonia, los haitianos tampoco se asimilan a la cultura dominicana.

Son coincidencias

Los pequeños pueblos bálticos tienen un serio problema, como lo demuestra la ocupación militar rusa de Crimea hace apenas unos pocos meses. Nosotros no lo tenemos menor, aunque de por medio no se encuentre una gran potencia como en el caso de ellos, sino varias unidas por lo que parecería ser un mismo designio.

El consuelo es que por encima de la fuerza, opresión y adversidades, recurrentes y coincidentes en varios siglos consecutivos, los letones han podido mantener muy vivas sus peculiaridades y muy en alto su identidad nacional.

Un consuelo, ¡verdad que sí!