El método de la criba política

La criba o el filtro se dejó en manos de los partidos con la encomienda de que fueran ellos los encargados de elegir a los candidatos que mejor representaran a los votantes.

La democracia no es labor de un día. Y no digo nada nuevo. Sobre su andar se levantan escollos, envilecimientos, ajustes, escamoteos, temores, trastornaduras. La construcción del “plebiscito cotidiano” exige tiempo y, sobre todo, el propósito firme de sus principales actores –los partidos políticos- de mejorar las leyes, escritas o no, que la conducen hacia su objetivo.

Apellidada como mejor convenga –representativa, participativa, parlamentaria, liberal, popular, revolucionaria- la democracia ha servido históricamente variados intereses, individuales o colectivos, o ha forjado esquemas que, al mejorarse, han supuesto la supervivencia de la sociedad donde sus ciudadanos, especialmente los que la dirigen, han buscado maneras para mejorarla y sostenerla.

La democracia norteamericana, por ejemplo, no se sostuvo desde sus inicios bajo un esquema definitivo. Por el contrario, fue superando sus debilidades para dar solidez a sus instituciones y elevar la calidad del ejercicio político que es el que sustenta todo esfuerzo de democratización de la sociedad, de sus instancias múltiples, de sus fuentes. Una de las dificultades que más dolores de cabeza ha creado al sistema democrático es la incursión en la vida política de sujetos considerados inadecuados, por ser portaestandartes de ideas extremistas, o ligados a acciones ilícitas, o con desaliños conceptuales, o forjadores de distorsiones sociales o éticas. En su tiempo, y tal vez sea un hecho que todavía sobreviva con otras dimensiones, la sociedad política norteamericana era reacia a los individuos con posiciones extremas, de derecha o de izquierda, que al ingresar a los partidos en posiciones relevantes pudiesen generar problemas que afectasen la propia realidad política y a la misma democracia que se buscaba consolidar. De ahí que los líderes políticos, republicanos y demócratas, adoptasen el método de la criba política para mantener alejado del quehacer a ciudadanos que suponían impropios. Durante un largo tiempo, en Estados Unidos los candidatos a cargos ejecutivos eran seleccionados por un grupo reducido de los líderes de cada partido, de modo que las bases y la totalidad de los ciudadanos debían aceptar sin ningún reclamo las decisiones de las cúpulas partidarias. Los candidatos se escogían a puertas cerradas, en habitaciones de hotel donde el humo del tabaco inundaba el entorno. Los jefes buscaban formas seguras para ganar las elecciones, escogiendo ellos y no las bases, a quienes iban a ser los contendores frente a sus enemigos políticos, pero además cribaban a los pretendientes para mantener fuera de las votaciones y de la Casa Blanca a los que consideraban que podían fecundar problemas y afectar la democracia.

Los llamados padres fundadores de la nación norteamericana propugnaban por el método de la criba porque “no confiaban plenamente en la capacidad de la ciudadanía para juzgar la adecuación de los candidatos a la presidencia”, según explican detalladamente Steven Levitsky y Daniel Ziblat. Ellos no creían en una presidencia por elección popular, porque juzgaban que había candidatos que jugaban al miedo, a la ignorancia, a la mentira, y éstos, una vez elegidos, terminaban siendo autoritarios. Uno de esos padres fundadores, Alexander Hamilton, un auténtico hombre de Estado y quien fuera el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos, partidario fiel del cribado y temeroso de la instalación del despotismo, escribió que “casi todos los hombres que han derrocado las libertades de las repúblicas empezaron su carrera cortejando servilmente al pueblo: se iniciaron como demagogos y acabaron en tiranos”.

Los cuartos de humo fueron suplantados, cuando la fórmula de cribado original comenzó a producir resultados contrarios a lo deseado. Algunos candidatos presidenciales escogidos por los líderes a puertas cerradas, terminaron o creando escándalos con sus procedimientos o afectando el sistema con sus actos. Entonces, Hamilton junto a otros líderes crearon un nuevo sistema de cribado: el colegio electoral, mediante el cual el votante no ejerce de modo directo sino a favor de electores que son los compromisarios del voto popular para seleccionar al candidato conveniente. Estos electores debían ser personas prominentes de cada estado, y a ellos correspondería entonces elegir al presidente, a fin de que “el proceso electivo –afirmaba Hamilton- nos de la certidumbre moral de que el cargo de presidente no recaerá nunca en un hombre que no posea en grado conspicuo las dotes exigidas”. Este sistema tuvo una duración fugaz, porque era defectuoso: ni se establecía constitucionalmente como debían seleccionarse los candidatos, ni se tomaba en cuenta a los partidos políticos que constituían la base del sistema democrático. Nació entonces un nuevo estilo de colegio electoral, y en vez de elegir a notables cada estado seleccionaba a personas pertenecientes a los partidos. Los electores norteamericanos son pues agentes de los partidos, lo cual revela que el colegio electoral “rinde su autoridad como mecanismo de cribado a los partidos” dejando pues en manos de éstos el sistema de elección norteamericano.

Los partidos pasaron a ser, desde entonces, los garantes directos de la democracia de Estados Unidos. Y en consecuencia, los responsables de mantener fuera de la Casa Blanca a figuras que puedan resultar perjudiciales al sistema democrático en el que se sustenta y crece esa gran nación. La criba o el filtro se dejó en manos de los partidos con la encomienda de que fueran ellos los encargados de elegir a los candidatos que mejor representaran a los votantes, descartando a quienes suponen un desafío para la democracia. Ahora bien, como señalan los autores mencionados “confiar en exceso en los mecanismos de cribado es, en sí mismo, antidemocrático, pues puede crear un mundo de jefes de partido que ignoran a sus bases y acaban por no representar al pueblo”. Pero, “confiar en exceso en la ‘voluntad del pueblo’ también puede ser peligroso, porque puede desembocar en la elección de un demagogo que suponga una amenaza para la propia democracia”. Como puede verse, hay pros y contra en ambos ámbitos.

Lo cierto es que los partidos políticos en Estados Unidos “priorizaron el cribado por delante de la transparencia”. Y la elección se decidía en los cuartos llenos de humo. A partir de 1800, comenzaron a funcionar los caucus, que tampoco resultó ser un buen sistema, aunque mantienen su incidencia. Tres décadas más tarde, comenzaron a realizarse las convenciones nacionales de los partidos con delegados de todos los estados seleccionados por los dirigentes de cada colectivo. También fracasaron porque no eran lo suficientemente democráticos. A inicios del siglo veinte se introducen las primarias, pero en principio no tenían carácter vinculante lo que permitía a los delegados votar si lo deseaban contra quienes habían ganado las mismas, y entonces los que controlaban la nómina estatal ejercían influencia para que ganaran los de su gusto y provecho. Los “hombres de la organización”, los líderes, seguían siendo los sujetos decisores. “La mayoría de los miembros de las bases de los partidos, sobre todo los pobres y políticamente desconectados, las mujeres y las minorías, no contaban con representación en aquellos cuartos de humo” y en los subsiguientes mecanismos de cribado. Es, apenas, en 1968 –aspecto que muchos desconocen-, hace tan sólo cincuenta años, que Estados Unidos adoptó el sistema de primarias presidenciales vinculantes, que implicaba que, “por primera vez, las personas que escogerían a los candidatos a la presidencia de los partidos no tendrían obligaciones con los dirigentes del partido ni tampoco serían libres para cerrar tratos a puerta cerrada durante la convención; en lugar de ello, reflejarían fielmente la voluntad de los votantes en las primarias de su estado”. Y es que la democracia no es labor de un día y la cura para los males de la democracia es más democracia.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.