Los recuerdos del olvido
Desde que entré en la vejez comencé a olvidar nombres. Entré en pánico. Sabía quiénes eran los olvidados: altos, gordos, bonitas, feas, alegres, solidarias, pero nada más. Al rato recordaba nombres de conocidos, de ciudades visitadas y otras tantas cosas que sabía lo que eran pero la memoria me traicionaba. ¿Alzheimer? ¡Virgen Santísima, apiádate de mí! Una vez, no recordaba cómo se llama una semillita redonda, color oscuro, que se usa en la cocina. Decía que era familia de la canela y de la nuez moscada. Hasta que llamé a mi comadre Ana Arnaud y le pregunté. Es la malagueta, me dijo. La escribí en una libretita que tengo en la mesita de noche y no he olvidado su nombre. Hace poco vino una amiga a visitarme, hablábamos de todos y de todo. ¿Te acuerdas de ese hombre, cómo se llama, el gordo, que vivía cerca del teatro y trabajaba en un hospital? Sí me acuerdo, era… Sí, ese mismo. Bueno ahorita recordaremos su nombre, y pasados unos minutos, entre risa, recordábamos cómo se llamaba. Así me pasa y les pasa a muchas personas. Y lo más interesante es que hasta pasa con los jóvenes.
Cuento esto porque olvidar un nombre, un lugar, según me ha dicho un psiquiatra, si una recuerda los detalles, desmemoriar por un rato no es Alzheimer. Y lo digo porque ahora me río cuando olvido los recuerdos. Tengo libretitas al lado de la cama, junto a la computadora, en la sala y cuando anoto, ya no olvido. Si les digo a mis lectores y lectoras de estas cosas, es para compartir con ellos que un olvido momentáneo no es una enfermedad. Naturalmente, hay que ponerle una soguita a lo olvidado. Los recuerdos son gratos, es verdad. Una casi siempre recuerda los buenos momentos compartidos, la forma de ser de aquella amiga, el error que alguna vez cometió ese amigo gordo, cariñoso, que hoy, por el momento no recordamos cómo se llama. Por eso, mi amiga Magda y yo, nos reímos, y nos reímos más cuando el nombre nos llegaba a la cabeza.
La vida se ha complicado. Por eso los jóvenes tampoco recuerdan los nombres y detalles con rapidez. Ahora, el descanso, la paz, el silencio, es algo caro y difícil. La televisión, la computadora, el Internet con todas sus variaciones que van de día a día, el ruido, la música del taque-taque, la gente voceando en la calle, los miles de problemas personales, es como para no recordar ni su propio nombre. Pero bueno, dichosos y bienaventurados los que recordamos el olvido. Les sugiero, queridos lectores y lectoras que rebasan el meridiano, que anoten lo que por momento se les escapó de la mente, y ríase, es lo que queda. Yo, como terapia, leo en voz alta. Dicen los que saben de esas cosas que el oído es lo último que se pierde. Por eso, ante un enfermo con Alzheimer, en coma, o con cualquier otra enfermedad que aparentemente no escuche, por favor, no cuente cosas negativas. Le dolerán, aunque no pueda decirlo. "Así el olvido camina lento por bosques y cañadas, y si me toca llorar, es mejor frente al mar…" Así dice la canción en la voz de Joan Manuel Serrat.
Denver, Colorado
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